Con el fallecimiento de Leonard Cohen, los amigos de su trayectoria hemos compartido estos días sus poemas, sus poemas en forma de canciones y también su emocionante discurso al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2011. Su voz, su oratoria, el valor de sus palabras, la forma de contar y transmitir sus emociones y su pensamiento nos llegaron a lo más íntimo.
El discurso me llevó a recordar momentos más prosaicos en los que por «necesidades del guion» tuve que compartir reuniones, en las que muchas veces es obligado decir unas palabras.La desenvoltura y el desparpajo de todos los anglosajones, sobre todo los británicos, para decir en un minuto algo profundo, algo interesante y algo gracioso que viniera al caso, siempre nos dejaba a los hispánicos con la impresión de que nuestro discurso era excesivo en su formalismo, a veces cerca del engolamiento, y que siempre nos pasábamos de rosca en la duración. Nada es casual, ellos lo aprenden desde la escuela y lo siguen entrenando durante todo su período formativo y así cualquiera, claro. Total, que siempre nos ganaban por goleada.
Lo de Leonard Cohen no solo responde a este modelo, sino también a su enorme calidad humana. Vale la pena escucharlo para recordar nuestras carencias educativas, sobre todo ahora, que parece que puede haber una oportunidad de revisar de manera consensuada la ley de Educación.
Pero como ya sabemos aquello de que, las palabras significan lo que el que manda quiere que signifiquen, no deberíamos hacernos demasiadas ilusiones sobre lo que en este caso quiera decir la palabra consensuar. Ustedes ya me entienden.