Contrapeso de la realidad

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

24 may 2020 . Actualizado a las 04:00 h.

Tengo delante de mí la vieja radio que llenó muchas horas de mi infancia y primera adolescencia. Estoy intentando limpiarla y sacarle brillo a ese negro solemne que lucía desde su lugar de privilegio en la cocina-comedor de mi casa natal. Del interior de aparato tan inexplicable nos llegaba un mundo exterior fascinante, con historias llamativas para la curiosidad infantil, canciones populares y sintonías atractivas. Todo lo que salía de aquel misterioso aparato que acabo de rescatar del silencio del desván tenía el atractivo de lo mágico. Ahora me doy cuenta de que fue en la radio donde adquirí el gusto por la ficción.

Les pasó a muchos más de mi generación: los libros eran pocos y caros, y ni siquiera sospechábamos que en ellos se escondían las mejores historias novelescas. La ficción estaba en los tebeos, en las películas y, sobre todo, en la radio, que era la más económica. A los seriales radiados les llamábamos novelas. Por la tarde, salíamos de la escuela corriendo para llegar a casa y no perdernos el principio de la novela. Las voces de los locutores y actores radiofónicos nos resultaban familiares y los nombres de Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Juana Ginzo y otros, que desde Radio Madrid emitían para toda España, eran tan populares como pueden ser hoy los más destacados artistas de cine en España. Las décadas de los 50 y 60 fueron la época de gran éxito de estos seriales, algunos de los cuales yo escuché con emoción. Ese mundo acabó siendo devorado por la televisión y las nuevas tecnologías, igual que este aparato legendario que tengo entre mis manos acabó sucumbiendo entre el arrumbamiento y el olvido en el desván. El tiempo no perdona ni a los grandes magos generadores de sueños…

Y el hallazgo de esta desvencijada radio me lleva a reflexionar sobre la necesidad de la ficción que tenemos los humanos. Dice la prensa que durante este largo y duro confinamiento las plataformas de streaming han multiplicado por diez la demanda de películas y series. En el mismo período y en un porcentaje no cuantificado aún, se han leído un número muy alto de novelas, que es el género de ficción por excelencia. Y es que, cuando las leemos, no somos el que somos, sino que también adquirimos algo de los seres creados por el novelista. Se produce en el lector como una metamorfosis: el reducto limitado de nuestra vida se abre y salimos a ser otros, dispuestos a vivir las experiencias que la ficción nos brinda. Es como si la ficción nos completase, pues sabemos que tenemos una sola vida real, pero también la facultad de desear tener mil. Dicho de otra manera y más sencillamente: los hombres no están contentos con su suerte y casi todos -ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros- quisieran una vida distinta de la que llevan. Para aplacar, tramposamente, ese apetito, nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener. Ese espacio entre la vida real y los deseos y fantasías es el que ocupan las ficciones. El Santo Oficio, sabedor de este fenómeno, prohibió las novelas en los territorios que España iba colonizando en América. Temía que fuesen perjudiciales para la salud espiritual y tranquilidad vital de los indios. De hecho, la primera novela que se publica en Hispanoamérica fue en México, en 1886, ya después de su independencia.

Sigo limpiando la radio y aprovecho para agradecerle las ilusiones que me regaló.