La semana pasada el cuaderno de La Voz de la Escuela trataba el asalto al Capitolio. Con un lenguaje apropiado para escolares de Secundaria, explicaba los hechos y la gravedad que tenían, no solo para EE. UU, sino para todo el sistema democrático. Que no será perfecto, pero sí es el mejor de todos los que se han experimentado a lo largo de la historia. Pero en ese detallado informe no se insistía en algo que nuestros jóvenes estudiantes deben conocer: los peligros a los que, hoy más que nunca, están expuestos los países democráticos cuando en ellos se empieza a no valorar la cultura, la ciencia, la opinión de los que saben, el afán por aprender para tener un criterio propio y no dejarse así embaucar por el primero que aparezca arengando en mítines o en la televisión.
En EE.UU., la primera potencia militar y económica del mundo, con ocho Universidades entre las diez mejores del planeta, la voz de un populista como Trump logró crear una multitud de fanáticos, que dieron por buenas todas sus promesas y desplantes, hasta el punto de asaltar el templo sagrado de la democracia.
Según dicen las encuestas, la mayoría de los votantes de Trump es gente del interior del país, muy conservadora en sus costumbres, con prejuicios racistas y de cultura baja. Es decir, el tipo de sociedad que más le interesa a una élite gobernante y económica, que siempre encontrarán al Trump de turno para ejercer el poder y velar por sus intereses.
Lo malo es que esto no ocurre solo en EE.UU., en este momento un país fracturado política y socialmente. Esta estrategia se está ensayando en otros muchos países civilizados. También en España, claro, donde siempre hubo gente que «desprecia cuanto ignora», como ya dejó dicho Machado. Antes lo había apuntado también Cervantes: en uno de sus entremeses, un candidato a alcalde protesta airadamente cuando le preguntan si sabe leer. Estaba orgulloso de su analfabetismo y de su condición de cristiano viejo. Pues ahora mismo, en algunas sociedades supuestamente avanzadas, está pasando algo parecido. Lo más grave es que los analfabetos de hoy son peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación, saben leer y escribir, pero le han dado la espalda a la cultura: no leen nada, no les importa nada que tenga que ver con el mundo del pensamiento o del arte, ni lo que haga reflexionar o utilizar la inteligencia. La élite que maneja los hilos económicos y políticos conoce esto perfectamente, y cada vez cuida más ese desinterés y desidia. Ahí están los numerosos programas que se ofrecen en los distintos canales de la televisión (que es quien hoy imparte magisterio), dirigidos a una gente que no lee, que no piensa, que no quiere perder el tiempo reflexionando sobre algo, porque solo le interesa que la diviertan o la distraigan, no importa con qué simpleza o tontería.
Y este grupo social va camino de convertirse en la nueva mayoría, porque es más manejable, porque carece de sentido crítico y es capaz de ponerse en marcha para ocupar un Parlamento.
Este matiz es el que faltaría para la completa información periodística a los escolares. Con un último añadido: la cultura es algo que se puede adquirir al bajo precio de poner mucha voluntad en hacerlo. Con ella se consiguen pingües beneficios, como tener un pensamiento propio y crítico. Lo malo es que hoy en día la cultura no se promueve porque, quienes deberían hacerlo, se sienten muy cómodos sin que nadie discuta su propaganda populista.