«Por aquí han pasado muchos artistas. Por ejemplo, actores. Javier Gutiérrez ha venido muchísimas veces -dice Alejandro-. Y, pocos meses antes de la pandemia, aún estuvo Carmelo Gómez». «El Bonilla -añade el propietario del local- es un café al que acuden clientes de todo tipo, de todos los perfiles, y eso es lo bueno. Pero lo cierto es que la gente del mundo de la cultura siempre ha tratado a este local con mucho afecto. Sé de personas que han venido a Ferrol específicamente para conocer el Bonilla».
-¿Es difícil mantener el espíritu de un local generación tras generación...?
-No es difícil si tienes las cosas claras y sabes lo que quieres hacer. Mantener el alma de un lugar no se contradice con el hecho de caminar con los tiempos. El Bonilla no es hoy exactamente igual que cuando lo llevaba mi abuela. Ni siquiera es el mismo que cuando lo llevaba mi madre. Ahora también trabajamos mucho otras cosas. El aperitivo, por ejemplo. Que es algo que ya comenzó a hacer en su día el más literario de todos los cafés españoles, el Gijón de Madrid. Un lugar que no ha perdido su esencia, en el que ves que va a tomar café y a conversar lo mejor de la literatura de nuestro país, pero que desde el punto de vista de la hostelería se ha seguido actualizando siempre.
-Durante la pandemia, la hostelería lo ha pasado muy mal...
-Muy mal, mucho. Y aún lo estamos pasando mal. Pero bueno, lo primero es la salud, y todos tenemos que sacrificarnos para poder superar esta pandemia cuanto antes. De todas formas, tendríamos que tener más ayudas. Muchas más ayudas directas. ¡En fin, es lo que hay...! Pero a mí, al menos, me queda la alegría que me produce ver a los clientes. Sobre todo a los clientes de todos los días. ¡Aquí estamos de nuevo!