Desde nuestro Malecón

Nona I. Vilariño MI BITÁCORA

FERROL

20 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El Malecón de La Habana (tan tristemente de actualidad) es uno de mis imborrables recuerdos. Lo descubrí con enorme emoción y curiosidad. Había visto imágenes (entonces no existí internet) y leído comentarios y relatos que lo convirtieron en objeto de deseo, si algún día podía viajar a Cuba. Mi primer contacto con ese lugar, que había imaginado casi mágico, quise vivirlo en soledad. Y la impresión, imposible de resumir en unas líneas, me provocó el impacto emocional que suponía. En aquella orilla, de espaldas a una hermosa ciudad que se rompía en pedazos, se quedó atrapada una parte de mi alma que nunca rescaté… Y hoy conozco el motivo -entonces inexplicable- de ese impacto: la necesidad de encontrar un malecón, aquí, junto al mar, con un horizonte abierto que permitiese soñar... Porque esta hermosa ciudad y su entorno, que sobreviven heridos en un rincón de España, se agranda hacia el mar que la abraza, es rica en recursos y en ella habitan mujeres y hombres emprendedores, a los que les cortaron las alas con la afilada cuchilla del menosprecio y el silencio. Y tiene también su malecón, tan diferente al cubano como hermoso. Y, al mirarla, a la espalda de él asoma la decadencia, urbana y social, como amenaza imparable que quieren esconder con millonarias cifras de un dinero que, una vez tras otra, se filtra por las grietas de la ineptitud, que impide un plan acordado de conservación de lo valioso e impulso de lo necesario para frenar el declive. Porque lo que la verdad (ya no) esconde es la paulatina ruina de una ciudad que debe ocupar su malecón abierto a la esperanza y, desde él, romper su silencio.