
La gran mayoría de los objetos que formaron parte de la exposición organizada, en memoria de Torrente Ballester, por la Biblioteca Nacional —una exposición comisariada por Carmen Becerra y Darío Villanueva, que culminó su itinerancia en Ferrol hace apenas unas semanas— van a poder contemplarse, en una muestra permanente, en Santiago. Será en la fundación que lleva el nombre del escritor: en el magnífico edificio situado en el número siete de la Rúa do Vilar, muy cerca de la catedral. Allí, en la institución presidida por Fernanda Torrente Sánchez-Guisande, se abrirá al público, el día 3 de julio, Gonzalo Torrente Ballester, itinerario de vida y creación, donde estarán muchas de las cosas que acompañaron al autor de Dafne y ensueños en el corazón de su hogar, en la estancia en la que escribía. Y confío en que esté allí también (no he preguntado si estará, pero me permito imaginar que sí...) un minúsculo barco de vela, metido en una pequeña botella de cristal, que fue comprado en Ferrol, en una tienda de la calle Real, a finales del pasado siglo, que estuvo en la muestra de la Biblioteca Nacional (¡cuánto me alegró verlo en ella, en una de sus vitrinas...!), y cuya existencia yo había olvidado por completo.
Me dio una gran alegría, sí, como les digo, ver ese barco en la exposición. Pero más me alegró todavía comprender que Torrente lo había conservado, en su casa, entre sus objetos más personales, tal vez junto a sus libros.

(Don Gonzalo, el viernes, cumplió 115 donde vive ahora, al otro lado del río. Estoy seguro de que allí habla mucho con Carlos Casares. Sobre todo de literatura, claro; pero, quizás, también de navíos).