Decía Carlos Casares, y tenía razón, que no pasa nada por que a la gente no le guste la literatura. Yo, si me permiten el apunte personal, pienso lo mismo. Pero una cosa es eso, y otra, muy distinta, que se esté poniendo de moda —saltémonos los detalles, que ya están en la mente de todos— renegar de los libros. Porque los libros hacen que sea más hermosa la vida, y constituyen uno de los mejores refugios contra las dificultades que toda existencia lleva consigo. Quienes somos aficionados a la literatura solemos decir que estamos en deuda con la lectura... y con todos cuantos leen. Y tenemos razones para ello, se lo aseguro. Puesto que los grandes lectores que nos rodean suelen ser conversadores magníficos y personas que nos ayudan a entender el mundo. Gente muy especial, de hecho.
Yo, en este instante, estoy pensando en tres de esos lectores excepcionales, a los que desde aquí quiero rendir homenaje, al tiempo que, a través de ellos, se lo rindo a cuantos aman de verdad la literatura. El primero es Carlos, Miguel Carlos Vidal, uno de los más brillantes poetas gallegos en lengua castellana, con el que la cultura de nuestro país sigue estando en deuda. El segundo es Javier, Javier López Dopico, guardia civil de profesión y de vocación, que desde que era un chaval ha dedicado su vida a hacer mejor la vida de los demás, a buscar siempre la manera de ayudar en todo tipo de iniciativas de carácter social y humanitario. Y el tercero es Benito, el teólogo Benito Méndez, impulsor del proyecto de la nueva biblioteca que va a crear la Diócesis. Gente extraordinaria, todos ellos. Como ustedes.