Para ir a Ítaca por Escandoi

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

ramon loureiro

05 jul 2023 . Actualizado a las 00:26 h.

Ya lo decía Kavafis: «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo / lleno de aventuras, lleno de experiencias...». ¿No es cierto, acaso, que todo verdadero viaje es un regreso? ¡Permítasenos insistir en ello! No me cabe ni la más mínima duda de que Ulises, que tantas vueltas dio entre las olas del mar tras dejar atrás las costas de Troya, estaría de acuerdo con eso. Antes, cuando yo era uno de esos niños de los que todos descendemos, estaban muy de moda los libros ilustrados en los que las obras de los grandes autores de la literatura universal se adaptaban al público infantil. Es cierto que poco había en aquellos libros —en cualquier caso, tan bellamente iluminados y tan sólidamente encuadernados y tan bien impresos— del texto original de esas obras (La Odisea, El Quijote, Robinson Crusoe, Los cosacos, Los viajes de Gulliver, Ivanhoe...). Pero es normal que así fuese. Porque de lo que se trataba era de hacer accesibles a los más pequeños las historias que, a lo largo de los siglos, fueron transformando nuestro mundo, gracias a los prodigios de la imaginación, en un lugar infinitamente más grande y, por supuesto, más hermoso y acogedor.

Nada sabíamos nosotros, entonces, ni de Homero, ni de Cervantes, ni de Defoe, ni de Tolstoi, ni de Swift ni de Walter Scott. Pero, gracias a ellos —a ellos y a tantos otros autores—, ya comenzábamos a adentrarnos en el milagro de la literatura. Aquellas versiones para niños de los clásicos de las letras eran la prueba de que las grandes historias viven, incluso, más allá del texto. Cosa que sucede porque los personajes de esos libros maravillosos —personajes como el ya citado Ulises— existen por sí mismos. No en el mundo dominado por las leyes de la física, claro está, pero sí en una realidad más elevada, que es la del espíritu.

Doy un paseo por Río de Sáa, en Sillobre, que es uno de mis paisajes de infancia más queridos, y se me alegra el corazón al contemplar el vuelo de un caballito del diablo, pequeño ser de un azul indescriptible. ¡Cuánto me gustaban, de niño, esos mágicos seres! Y me da por pensar, ya ven ustedes, desde Escandoi, en lo mucho que corre el tiempo. Sobre todo estos días.

Ramón Loureiro