Eduardo Fontela López, empleado de banca jubilado, de familia humilde, pasó del último puesto del escalafón a apoderado del área norte de Galicia
18 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Eduardo Fontela López (Ortigueira, 68 años) presume de figurar en el último puesto del escalafón del Banco Pastor de 1967, «con don Pedro Barrié de la Maza de primero». Nació en la calle Príncipe, en Ortigueira, en una familia muy humilde, y a los 15 años entró de botones en el banco, gracias a un accidente de moto en la playa de Morouzos. «Tenía 12 años, iba con mi tío en la Montesa y chocamos contra un montón de arena. Mi madre era muy devota de San Felicísimo, rezó toda la noche, y me recuperé del golpe en la cabeza, pero durante tres años no pude hacer ningún esfuerzo, ni estudiar [más adelante completaría el Bachiller, con ayuda de una tía que le pagó los ingresos]», recuerda.
Aquel suceso también truncó sus expectativas como deportista. «Yo jugaba muy bien al fútbol y al ver que el CF Rayo [el club ortegano de entonces] perdía, Eduardo, el director del banco, preguntó, y le contaron que el hijo de Fontela [pieza clave del equipo] había estado a la muerte. Y él le dijo a mi padre, Cazolo, ‘mándalo al banco’», relata.
Un hombre inquieto
Aquel adolescente inquieto (cualidad intacta a los 68), que escapaba de las chicas por vergüenza -«en invierno llevaba los zapatos de verano, no tenía ropa, ni dinero para tomar un refresco con los compañeros del banco»-, completaba el escuálido sueldo de botones con la venta de chorizos de carne de cabra y coñac 501, en la moto que compró con los primeros ahorros o en el 600 de su amigo Jerónimo, sin carné, como «todos sabían».
Sus virtudes para la pesca le valieron el sobrenombre de la peste entre la Guardia Civil. «Todos los días cogía cien truchas [no había límites] y se las daba a los pobres». Pero Ortigueira se le hacía pequeña. «Quería ir a la mili para irme a A Coruña [donde vive con su mujer y sus tres hijos] y a los 21 me marché. Me tocó Capitanía, en la oficina de destinos, por la mañana estaba en el cuartel y después en el banco, tenía que hacer cien horas al mes y cobraba íntegro el sueldo de oficial de segunda», evoca. Los ascensos se sucedieron con rapidez. De botones a cobrador, auxiliar (aún en Ortigueira), oficial de segunda y de primera, jefe de cuarta, tercera, segunda y primera... «Y me jubilé siendo apoderado del área norte de Galicia, que abarcaba A Coruña y Lugo».
El trabajo le apasionaba: «En Vilalba descubrí al señor que falsificaba los billetes de dos mil pesetas... A ti te conquistaba para traer dinero, pero a tu padre no se lo prestaba con facilidad, si no había garantías y liquidez no se lo daba». Todo «con educación», remarca. Y así hasta los 54 años, cuando se retiró, tras períodos de hasta 14 sin vacaciones.
Al fútbol regresó de veterano, en el torneo coruñés de empresa. El equipo del Banco Pastor iba a la cola. «Siempre perdían, un domingo fui a un amistoso y ganamos 6-4, y ya no perdimos ningún partido. Quedamos terceros, en el último partido me fui al banquillo y nos empataron».
Inventor y fabricante de las cucharillas Edu
«El río hay que leerlo, según lo miras ya sabes dónde están las truchas». He ahí el secreto. De tanto observar los cauces de Couzadoiro, Mera, Cuíña, O Ermo o Loiba, Fontela, como le conocen en Ortigueira -ha rehabilitado la casa de sus padres y acude con frecuencia- y en A Coruña, acabó interpretando a la perfección el comportamiento de las truchas. A partir de su reacción ante la caída de una manzana podrida y otra verde diseñó su primera cucharilla, hecha de la varilla de una cisterna. «En 1985 empecé a comercializar las cucharillas Edu, infalibles para la pesca de trucha, tan nosas como a gaita [como reza el eslogan de la marca]», resalta. De su fábrica de A Coruña han salido miles de cucharillas (suma unos 500 modelos distintos, para trucha, reo, salmón y lubina), con destino «al mundo entero, toda España, Italia, Francia, Alemania, Noruega, Alaska o la Patagonia chilena». «Mi cucharilla [de fabricación totalmente artesanal] ya entra trabajando en el agua, con caída dulce, sin chapoteos, como lo haría un insecto», explica.