Miguel Giz, el panadero de Devesos, en Ortigueira: «O bo pan é o que lle gusta a cada un»

ANA F. CUBA ORTIGUEIRA / LA VOZ

ORTIGUEIRA

Miguel, con su madre, Trini, y su mujer, Cristina, delante del horno de la tahona
Miguel, con su madre, Trini, y su mujer, Cristina, delante del horno de la tahona I. F.

Es la tercera generación de uno de los dos únicos negocios que resisten en esta parroquia, donde llegó a haber seis tabernas

24 ene 2025 . Actualizado a las 18:29 h.

Miguel Giz (Devesos, 55 años) representa a la tercera generación de una saga de panaderos que nació en Cuíña (donde continúa) y se extendió a Devesos, una de las parroquias del interior del municipio de Ortigueira, cuando Francisco Giz, uno de los hijos del fundador, se casó con Trinidad Verdeal, que hoy tiene 84 años. Su marido falleció en 1987 y ella trabajó duro en la tahona desde el primer día (además de dedicarse a la labranza y a cuidar a sus tres hijos). Recuerda que nada más volver de Madrid de la jura de bandera de su primogénito ya tuvo que «cocer a fornada», amasada por su marido.

En aquel ambiente nacieron y se criaron Miguel, el único que siguió en el oficio, y sus hermanos. «A actividade empezou no 64 [el año que llegó la luz eléctrica a Devesos] na casa de en fronte, no Igrexario. Nunca tivo nome comercial, era a panadería de Devesos. Daquela había máis poboación pero todo o mundo cocía na casa, agás no verán, cando se lles esgotaba o trigo. Meu pai recollía o leite [para Leyma] co camión, e de paso repartía o pan», explica el tercero de la saga. «En Pena de Francia [lugar de As Pontes], deixaba os mércores doce bolos de dous quilos e medio», comenta Trini. Hoy predominan las piezas pequeñas.

«O consumo de pan empezou a baixar nos 80, pasou de 150 gramos de media por persoa a uns 80, a nivel nacional», apunta su hijo, que antes de panadero fue monaguillo. «Foi o meu primeiro traballo remunerado, con oito anos... ao mes de empezar xa me quería ir, pero nin o cura nin meus pais me deixaron», relata. Tocaba las campanas y asistía al párroco en misas y funerales, algo que le ocupaba buena parte del fin de semana. «Un día de Defuntos fun xogar ao fútbol cos amigos sen acordarme de que tiña que ir tocar, e fóronme buscar», rememora. Empezó cobrando 200 pesetas por entierro y acabó en 800, dinero que guardaba en una caja de madera. «Sempre fun aforrador», dice, aunque hubiera preferido saltarse aquel empleo, pese al trato «exquisito» del sacerdote.

En el reparto con su padre

De niño, él y sus hermanos acompañaban a su padre en el reparto o metían leña en el horno. Así fue aprendiendo el oficio. «Fomos dos primeiros en ter coche», apunta. Conducían sin carné, algo frecuente entonces en las aldeas, «impensable hoxe». Donde hoy está el despacho de la tahona se situaba el mostrador de la taberna, que se llenaba. De los seis negocios que llegó a haber en la parroquia —«tiñan de todo»—, hoy, tras el cierre del bar O Coto, quedan la panadería y el bar A Rodela.

«Tamén tiñamos almacén de pensos, que se repartían no camión. Con 15 ou 16 anos... ese foi un momento de expansión. Nós decidimos non seguir estudando e había que traballar», explica este tahonero. Al poco de casarse se cerró la panadería: «Miña nai estaba esgotada de traballar e eu fun para a de meu tío, en Cuíña. Estiven catro ou cinco anos alí, e despois fun para Agroshop, na Penela, que era de meu irmán». Hasta que en 2008, él y su mujer, Cristina Grandío, decidieron reabrir, animados por la demanda de pan para los comedores de las canteras de pizarra y «pola fama» que se habían ganado sus padres para el pan de Devesos.

La harina y el molino

Miguel sostiene que «o bo pan é o que lle gusta a cada un». «Tes que dedicarlle tempo, mirar moito a masa, a temperatura do obrador... non fai falta ser enxeñeiro, pero hai que controlar... Unha fornada de catro ou cinco bolos faina calquera, unha de 200 quilos, non», recalca. La harina y la molienda son determinantes (ellos utilizan trigo del país en molino de piedra). Lo más duro «son os horarios», reconocen él y Cristina, que le ayuda con el pan y se ocupa de la repostería y las empanadas. En verano, Miguel trabaja desde las siete y media de la tarde a las tres o las cuatro de la tarde del día siguiente.

El 90 % de la producción la distribuyen a domicilio (con tres personas contratadas), de San Claudio hasta O Viso, y el resto, en tiendas y locales de hostelería, y en el despacho propio. Durante la pandemia se dispararon las ventas de pan —«facturamos máis ca antes, case o cen por cen no reparto, había máis xente nas casas porque as familias xuntáronse»— y cayeron las de dulces y empanadas, que se recuperaron al volver las fiestas. Miguel ve lejos el retiro y duda que alguna de sus hijas tome el relevo.