Un volumen con sus escritos, «Fragmentos», revoca a la Marilyn frívola, prefabricada por Hollywood, y defiende su faceta intelectual
28 jul 2012 . Actualizado a las 12:38 h.«Desprenderme de los / ojos /tan relajada / dejar solo / que el pensamiento / los traspase / sin / hacerles / nada». O «Ay maldita sea me gustaría estar / muerta ?absolutamente no existente- / ausente de aquí ?de / todas partes pero cómo lo haría». Son algunos de los poemas sin fecha, escritos por Marilyn a mano, en páginas de cuaderno o folios con membrete de hotel, a lápiz o a bolígrafo, con caligrafía espontánea y quizá poco lucida. Solo los muy íntimos conocían sus escritos, quizá lejos de la maestría, pero suficientes para mostrar a una Marilyn muy distante de la entronizada por los flashes, las cámaras y los departamentos de publicidad. Quien fue su marido, el dramaturgo y guionista Arthur Miller, lo escribió con deprimente rotundidad, «Para sobrevivir, habría tenido que ser más cínica o por lo menos estar más cerca de la realidad. En lugar de eso, era una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que, mientras tanto, le hace jirones la ropa».
Sin maquillaje
Se supone que la presión de los Estudios de Hollywood para someter a sus dictados promocionales a las estrellas no llegaba hasta algo tan íntimo como la biblioteca? Marilyn Monroe poseía una selecta (aunque ecléctica) biblioteca que a su muerte fue subastada por Anna Strasberg para la institución de beneficencia Literary Partners. Poseía obras de Walth Whitman, Gustave Flaubert, Khalil Gibran y James Joyce, además de Ernest Hemingway, John Steinbeck, Samuel Beckett, Albert Camus e incluso Jack Kerouac y John Milton, entre muchos otros. El volumen Fragmentos (Seix Barral, 2010) recoge algunas portadas de esos libros, pero sobre todo muestra numerosas fotografías en las que se ve a Marilyn leyendo en casa y sin maquillaje, en hoteles e incluso durante los descansos de rodajes, además de otras instantáneas en donde se acompaña de los novelistas norteamericanos Carson McCullers y Truman Capote, la poetisa británica Edit Sitwell y la escritora danesa Karen Blixen, además del dramaturgo y actor Lee Strasberg y por supuesto quien fue su esposo entre 1956 y 1961, el mencionado Arthur Miller, además de Elia Kazan, con el que había tenido una relación en 1951.
Dos en una
Una imagen desconocida y antagónica con su polémicos posados de playmate para el primer Playboy, en diciembre de 1953, cuando ya era una estrella que había fulgido esplendorosa, o se disponía a hacerlo, en Me siento rejuvenecer (Hawks, 1952), Los caballeros las prefieren rubias (Hawks, 1953) y, por supuesto, Niágara (Hathaway, 1953). Aquella serie de fotos desnuda sobre un fondo rojo fueron realizadas por Tom Kelley en 1949, cuando Marilyn aún era una desconocida vista en pequeños papeles. La inclusión de una de ellas en el desplegable de Playboy contribuiría enormemente a su popularidad. Para la edición española del volumen Fragmentos, encargaron el prólogo a un confeso admirador de la estrella, el ya fallecido escritor Antonio Tabucci, sorprendido ante el descubrimiento. «La imagen que Marilyn Monroe ha dejado de sí misma en el mundo de las imágenes esconde un alma que pocos sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado».
La variedad de los escritos, sorprende tanto al profano como al mitómano, sobre todo por la valentía y lo descarnado de algunas reflexiones. Incluso, su primer texto en prosa, redactado en 1943, cuando con 17 años había contraído su primer matrimonio, cuidadosamente mecanografiado, es de una madurez inusual. Emocionalmente compleja, capaz de sacar de sus casillas a directores de hierro como Hathaway (en Niágara, sobre todo) y Preminger (Río sin retorno, 1954), o al más paciente Billy Wilder (La tentación vive arriba y Con faldas y a lo loco), pero al mismo tiempo cautivar a Howard Hawks y a John Huston, que la dirigió en su último gran papel dramático para Vidas rebeldes (1961), Marilyn fue lo que ella misma se definió: «Jekyll y Hyde, dos en uno».