Estrecha la mano Edmundo Reboredo con convicción. Pasea sus 81 años un tanto encorvado, con paso firme y uno diría que clava en su interlocutor la mirada cuando le habla, si sus ojos no estuvieran velados por la ceguera. Una mirada intensa, rotunda. Edmundo Reboredo dice que es el hombre más feliz del mundo.
Su hijo está en la calle en régimen de semilibertad desde el lunes. Lo llevaron preso por vender una papelina de 0,3 gramos de coca en el 2006 y otra de 0,1 en el 2009. David Reboredo logró dejar la droga gracias a un enorme esfuerzo personal y familiar. Se rehabilitó; ¿no es ese el fin último de la cárcel?. Pero, para la Justicia, Reboredo era un narco. Siete años de prisión.
Cuando había un clamor social sin precedentes reclamando el indulto, el sistema judicial decidió no concedérselo. El fiscal dijo que no. El tribunal que lo juzgó dijo que no. La cárcel de A Lama también dijo que no. Con esos tres informes en contra, el Gobierno le ha concedido el indulto cuando llevaba casi cuatro meses entre rejas. Algo tendrán que ver, pues, las más de 200.000 firmas, las entrevistas en los medios, las manifestaciones, los artículos y, en general, la gigantesca presión social. No nos engañemos, el Gobierno no indulta a Reboredo porque su caso sea justo, lo indulta por la presión. Algo habrá tenido que ver la protesta.
Edmundo Reboredo va de un lado a otro. Humilde. Sincero. Agradecido. Dicen de él que es un padre coraje. Pero es mucho más. Edmundo Reboredo es la muestra palpable de que, cuando nos están dando por todos lados, cuando nos aprietan, nos achuchan, nos machacan, cuando nos hacen la vida cada día más difícil, nos suben los impuestos, se ríen de nosotros, nos quitan derechos, nos pisotean y cuando tratan hasta de robarnos la esperanza, protestar sí sirve de algo.
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