«Muchos niños sirios refugiados vagan solos, expuestos a abusos»

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La mariñana Cristina Antuña participa en el documental «Quiero irme a casa», iniciativa de Mensajeros de la Paz, para el que visitó campamentos en Jordania

26 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En el desierto norte de Jordania, donde lo básico es un tesoro y aún se puede morir de frío, refugiados iraquíes, palestinos y sirios luchan por sobrevivir. Sus ilusiones y frustraciones las cuentan Cristina Antuña (originaria de San Cibrao), Álvaro Fuente y Patricia Simón en el documental Quiero irme a casa, iniciativa de Mensajeros de la Paz, con unidad didáctica y exposición de fotos, dirigida al profesorado de secundaria, una alternativa de educación para la paz y los derechos humanos. Ha estado también en Argelia, Mali y ahora visitará indígenas de Bolivia. Tras 20 días en Amán y en un campo de refugiados, dice que casi medio millón de niños huyeron ya de la guerra en Siria.

«Nieve, lluvia y frío han empeorado una situación ya de por sí difícil -dice Cristina-. Han salido de sus casas en Siria, huyendo de los bombardeos, para mantener a sus familias a salvo. Las cifras oficiales hablan de 60.000 personas, en un campo con capacidad para 70.000, donde cada día se registran más de 1.500 nuevas. Sus necesidades son muchas, comida, agua, abrigo, vivienda, salud? Llegan sin nada, en el mejor de los casos no han perdido a ningún pariente; se ven colas de familias enteras, con un par de maletas, esperando ser realojadas? Acnur las atiende, hay hospitales de cooperación internacional de varios países, tiendas de campaña y casas de metal».

El sentimiento de esta mariñana apunta hacia la decepción: «Otro fracaso internacional, la población más indefensa sufre las consecuencias de las guerras, sea cual sea el bando. Lo peor es entender qué sienten una madre o un padre al no poder poner a sus hijos a salvo, o cómo sobrevivir en un campo de refugiados sin saber qué les depara el futuro. Una madre siria nos contaba su temor a convertirse en refugiados como los palestinos, que llegaron a Amán en 1948 y hoy forman verdaderos barrios de la ciudad, como Zarqa y Al Huseín, donde viven algunos de los niños protagonistas de nuestro documental, como Rashid, Sandra o Rami. El campo de Zaatari ya funciona como una ciudad en medio de la nada, con mercado, tiendas de telefonía móvil o barberías. Preocupa el acceso de los niños a la escuela. En Zaatari hay una temporal, reutilizada para familias que quedaron sin tiendas tras las duras nevadas. Muchos niños caminan solos, expuestos a posibles abusos. Mensajeros de la Paz y la Coordinadora Hachemita los sacan por unas horas del campo y los llevan a una escuela, los alimentan y les dejan jugar, pero también les enseñan a identificar minas antipersona, porque muchos regresan a una Siria minada en las fronteras».

¿Cómo ayudar desde aquí? «Nuestro trabajo -dice-, es sensibilizar a los más jóvenes y a sus familias, sobre cómo las guerras truncan miles de vidas. El Gobierno español, al mutilar la cooperación internacional al desarrollo, ha tomado una decisión lamentable. Significa que miles de refugiados sufrirán una vulnerabilidad alarmante e injusta. La crisis no puede ser excusa para recortar los derechos de los más vulnerables».