El cefalópodo mutante

Begoña Rodríguez Sotelino
b. r. sotelino VIGO / LA VOZ

FIRMAS

M. MORALEJO

El restaurante que abrieron Pilar y Armindo se transformó en bar en manos de la familia

28 abr 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

Antes de ser uno de los bares de referencia en Vigo, el Choco era todo un clásico como restaurante. Pilar González y Armindo Lorenzo fueron los que, a mediados de los años 60, dejaron Redondela y se aventuraron a abrir un negocio en el que ya tenían experiencia con otro establecimiento en su villa natal. Precisamente en honor al cefalópodo al que se rinde culto en su lugar de origen, bautizaron la nueva empresa con el mismo nombre.

El espacioso local tenía mucho movimiento y una amplia nómina de personal en sala y en cocina. Ofrecía comida tradicional y tenía una clientela estable a diario y también albergaba muchas fiestas posteriores a ceremonias de boda y comuniones, quizás por su cercanía con la iglesia de Santiago el Mayor.

El hijo de Pilar y Armindo, Jose, que es biólogo, apostó por mantener el negocio cuando en 1999 su padres se retiraron. Su cuñado, Luis Lago, se ocupa de la gerencia desde entonces junto a Fátima Taboada, su mujer. Pero la restauración es un sector complicado, así que antes de tirar por la borda una reputación construida a base de mucho trabajo, optaron por dar un giro radical y el Choco se convirtió, tras unos meses de reformas, en el bar que también ha sabido construir su propia historia. El año que viene cumplirá 15 años, que unidos a los de su vida anterior suman medio siglo.

Luis ya echaba una mano en el último año del Choco como restaurante, que, como recuerda, «continúa manteniendo el espíritu familiar. Somos un equipo». Antes había trabajado en el Lucky Luke, aquel desaparecido bar que era una réplica de un saloon del Lejano Oeste, pero, como reconoce, «nunca había pensado en dedicarme a la hostelería. Cosas del destino».

Actor y diseñador

De hecho, la vocación de Luis Lago siempre ha sido el sector de las artes escénicas, formando parte de compañías como Artello o TBO Teatro, como actos y haciendo decorados o ocupándose de la iluminación «Tuve vinculación con muchas cosas. Empecé en el teatro y de ahí pasé al cine y al cortometraje y salté al diseño gráfico y al diseño industrial. En este momento ya no sé que soy», afirma.

«Empecé con 15 años y lo dejo a los 30, poco antes de montar el Choco», resume. Pero las facetas creativas no las ha arrinconado del todo y ahora también se dedica al diseño de lámparas con un socio.

En cuanto al bar, explica su trayectoria desde unos inicios planteados como local de café y primera copa, que tuvo también una clientela juvenil que ha ido mermando con las leyes antitabaco y el botellón que terminaron afectando al ambiente de la tarde para afianzarse con un público específico. «Nos hemos convertido en un bar de adultos Ahora también viene gente joven, pero no hay tanta mezcla como había antes», cuenta sentado en las mesas de la terraza que se oculta al fondo y que otorga a su fachada invernal un escape libre que se usa todo el año con ayuda de la calefacción.

Del anterior Choco apostaron por mantener lo que valía la pena. «Conservamos casi todo. Reciclamos hasta las puertas. Y lo hicimos porque quisimos mantener su alma, tanto la de la estructura del local como la de la época en la que se hizo, con un diseño que en los últimos años recupera fuerza». Cuando tomaron aquella decisión todavía no se oía hablar del vintage. El bar vigués ya lo era antes de que el término diera nombre a una tendencia internacional. «La reforma más potente que hicimos fue la de la chimenea, que pusimos aprovechando el tiro de la cocina».

El establecimiento consolida un estilo propio e independiente. «Vamos al margen de la moda del gintónic con toda su parafernalia. Escapamos de eso porque es un poco circense, un espectáculo que funciona por el ojo y no por el criterio», opina.