Su mujer, Carmen, es enfermera. Es padre de dos hijas, Carmen, magistrada, y Marta, periodista. Tiene cuatro nietas. Las cuatro niñas. «Afortunadamente tengo dos yernos que me compensan no haber tenido hijos», asegura. En sus equipos de cardiología hay gran presencia femenina. «En la siguiente reencarnación quiero ser mujer. Tienen unos valores diferentes y me gustaría sentirlos», comenta sonriente Alfonso Castro Beiras. El año que viene cumplirá 70 años. No piensa jubilarse. Habla de futuro. Baraja infinidad de proyectos. «El futuro es lo más importante que tenemos», confiesa. En la mesa de su despacho descansa una Blackberry, que cada cinco minutos emite un sonido que alerta de un nuevo mensaje, y un Ipad. Todavía no descargó el iOS 7.0. «Me interesa la tecnología, pero tampoco estoy a la última. Hubo una primera revolución, la industrial, y ahora estamos en la segunda, la digital. El gran salto de la medicina es que se puede digitalizar», analiza este profesional pionero en muchos campos que desde que era pequeño soñaba con ser médico. «Me parecía algo mágico aquel señor que venía a casa y te curaba. La medicina es una profesión, no un trabajo, nos debemos a los pacientes, que son nuestra razón de ser».
Luces largas
En la hora y media de charla cita a Proust (la utopía es necesaria) a Shakespeare, a Cervantes, a Churchill y hasta a Arsenio Iglesias. Es locuaz. Salta de un tema a otro son seguridad. Ofrece un recital de buena memoria. Se sabe la fecha de cuando creó la primera unidad coronaria del sistema público, y otras muchas más importantes en su carrera. Viaja con facilidad del pasado al presente sin dejar nunca de visualizar el futuro. Destacan de él su gran capacidad organizativa. «No se trata de mandar, sino de dirigir. A los de mi equipo les digo que no me traigan problemas, que me traigan soluciones. Hay que ser capaz de llevar encendidas las luces largas para saber por dónde hay que ir y pensar a los grande. Nuestro éxito es haber sido capaces de ver más allá de la puerta del hospital. Esa es la clave», analiza.
La enfermedad
Nació en Santiago aunque se considera muy coruñés. Se fue a trabajar a Madrid, donde nacieron sus hijas. «¿Por qué en el DNI pone Madrid si somos de La Coruña?» le preguntaban las pequeñas. Fue precoz en todo. Se casó con 27 años, tuvo dos hijas enseguida y con 33 años ya era jefe de Servicio de Cardiología del Chuac, al que Castro Beiras siempre se refiere como Juan Canalejo. También fue precoz su enfermedad reumática, una espondilitis severa que padece desde hace décadas y que limita sus movimientos. «Nunca me consideré enfermo. Luché contra eso. La mejor rehabilitación es el trabajo. Nunca me preocupé en leer nada sobre la enfermedad. Siempre me moví, a veces con mucho dolor, pero siempre hice una vida normal. La vida es cruel, hay compañeros sanos que ya no están», reflexiona.
10.000 pasos
Dice que hay que combatir el sedentarismo. «Llevo un podómetro y me propongo caminar 10.000 pasos al día. Hay que moverse», aconseja el doctor. Le gusta estar informado. Lee los artículos de opinión de La Voz. A la hora de elegir un libro mezcla novela y ensayo. Disfruta de la buena mesa y apuesta por las preparaciones tradicionales. En la cocina de su casa no le dejan entrar. Le apasiona el mar. Este verano se pasó tres semanas en barco, entre el Adriático y las Rías Baixas. Y vuelve a hablar de futuro. «Hay cosas que se van a dar a conocer en pocos meses que son pioneras. En A Coruña tenemos los mejores cardiólogos del país. En mi equipo de treinta y pico personas hay mucho Cristiano Ronaldo». ¿Y cómo se llega a ser una eminencia? «Si alguna habilidad tengo es la de trabajar con pacientes complejos. Y si soy conocido es por haber sido capaz de que exista un servicio de referencia a nivel nacional», asegura, convencido de que el hospital tiene que ser una fábrica de conocimiento. «Lo de que inventen ellos se acabó. No hay que tener complejos. Si Zara lo consiguió...».