
Docente, investigador, tirador y monitor de esgrima, la química y el deporte son sus pasiones
12 oct 2014 . Actualizado a las 04:00 h.No entraba en sus planes, pero Carlos Silva (Vigo, 1978) ha acabado siendo profesor por partida doble. Docente de la Facultad de Química de la Universidad de Vigo, lo compagina con la esgrima, que practica desde hace ocho años y enseña desde hace dos en el club vigués El Olivo.
Su primera toma de contacto con la disciplina fue casual. De hecho, era reacio. «Mi pareja -que comparte su doble vida- empezó por una oferta en la Universidad y le gustó tanto que insistía para que yo fuera también», recuerda. Él buscaba excusas para escaquearse «hasta que acabó siendo más fácil ir que no hacerlo», y se enganchó, tal y como le había ocurrido a su compañera. «Es como retroceder a la infancia para hacer lo que nunca te dejan: jugar a ser un espadachín, pero en un entorno de seguridad, sin nadie detrás que te diga que le vas a sacar un ojo al otro».
Silva encuentra la esgrima «muy divertida», exactamente lo mismo que le ocurre con la química. «Me gustan ambas y una cosa me ayuda en la otra. Con la esgrima te das cuenta de que tienes que adaptarte y utilizar técnicas diferentes para enseñar lo mismo a distintas personas. Trasladar eso a las clases de la Universidad me ha hecho ganar como docente», reflexiona.
Además, aprecia una similitud clave entre sus dos facetas. «Es importante ser analítico. Como tirador, debes comprender qué está haciendo el rival para realizar una acción que se contraponga; como químico, igual que en cualquier carrera científica, también es vital diseccionar un problema en tareas más sencillas».
Sus jornadas las pasa en buena parte en el CUVI, alternando las materias que imparte con su labor investigadora. De ocho a once de la noche es el momento de la esgrima, en la que sigue compitiendo. «Aparte, entreno a un grupo de espada de adultos, con carácter recreativo», comenta. Fue el maestro de El Olivo, Manuel Mariño, quien le animó a formarse como monitor tras su estancia en Minneapolis, donde Silva realizó el posdoctorado. «En cuanto llegué, busqué un club. Era inmenso, con muchos maestros, y a la vuelta me preocupaba perder las habilidades adquiridas», relata. Enseñar le pareció un buen modo de no olvidar, ya que incide en que «mientras lo haces, mejoras tú mismo».
De su época de Estados Unidos también recuerda una anécdota que luego se ha repetido en más ocasiones. «Viajar con armas genera bastantes problemas de logística. A veces, dadas sus dimensiones, quieren cargarte extra por exceso de equipaje. Pero descubrimos un truco: si dices que llevas material deportivo de golf ya les parece más habitual y no ponen tantas pegas».
Deportista nato, el tirador había probado otras disciplinas previamente, pero ninguna como la esgrima. «Practiqué voleibol una temporada, pero, aunque me gustaba, no encajaba con mis horarios. Con el rugbi tenía el problema de que no se adaptaba a mi fisionomía y supe rápido que no lo iba a pasar muy bien...». Con espada en mano, ambos inconvenientes están superados. «No es ningún esfuerzo. Voy siempre al club con una sonrisa, porque lo paso francamente bien».
Afirma que en absoluto se plantea dejarlo, ya que eso le supondría «una condena». «Soy muy activo y es algo casi curativo, que te permite desconectar de la rutina y pensar en otra cosa».
Sobre si es más sencillo enseñar química o esgrima, asegura que depende de las personas. Y de sus alumnos no tiene queja. «En mi trabajo trato con gente joven, activa, con vocación, que te empuja a mantenerte despierto. Quien viene al club también es porque le interesa y son muy agradecidos». La próxima semana, unos y otros se juntarán en parte. «Un grupo de Química vendrá a probar. Se sorprenden al saber por mí que en Vigo se practica esgrima y se interesan por si es peligroso. Les cuesta creer que se trata de uno de los deportes con menor índice de lesiones».