La guerra sin fin de la literatura española

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa PERIFERIAS

FUGAS

27 ene 2017 . Actualizado a las 05:10 h.

«La maldición del alfabeto cayó sobre los Belinchones hacia 1820, cuando por primera vez en la historia un Belinchón, Agustín Belinchón Cerralbo, aprendió a leer y escribir. A partir de ahí, doscientos años de soledad, seis generaciones, dos siglos de escritura que ahora desembocan en mí: el resto será silencio». Habla Benito Belinchón, el último de su sangre sobre la tierra, para poner en marcha los engranajes de La cadena trófica, la segunda entrega del Manual de literatura para caníbales, de Rafael Reig, que recupera Tusquets tras publicar Señales de humo.

Aquí Reig ajusta cuentas con la literatura española desde el siglo XIX a la actualidad. Vuelve -felizmente- a desmitificarlo todo. A volar por los aires a generaciones enteras y a algunos figurones de nuestras letras que todavía hoy, tantos años después, nos miran con desdén desde púlpitos y altares editoriales. Entre Reig y los Belinchones van catalogando la fauna de ornitorrincos románticos y de paquidermos realistas. Leemos que el suicida Larra «murió de tener razón», que Galdós escribió en Fortunata y Jacinta la mejor novela española de todos los tiempos, y que Valle-Inclán paseaba su prosa y su ceceo por las tabernas de Madrid junto al sediento Rubén Darío. Recuerda también al olvidado Lugones (como más adelante al todavía más olvidado Claudio Rodríguez). Y despedaza a Ortega y a Benet. Ajusticia al realismo social y bendice el realismo mágico de América. Y entre Javier Marías y Pérez Reverte no deja títere con cabeza. Es la guerra eterna de la literatura española, la disputa sin fin entre la presunta alta y baja cultura. Por eso, ya hacia el final de la obra, Reig vuelve al Quijote:

-Tuvo éxito popular, pero el establishment intelectual (español) de su época lo desdeñó, por supuesto, porque era un libro que hacía reír y que encima se vendía bien: los dos mayores pecados de lesa literatura, algo tan intolerable entonces como ahora. En vida de Cervantes, sin ninguna duda, el Premio Cervantes se lo habrían dado siempre a Lope de Vega.