«Hoy me siento hermanada con España pero fui muy crítica»

TEXTO: CARLOS CRESPO

FUGAS

Marta Ferreiro

Ha hecho suya la herencia cultural de los indígenas mexicanos, la iconográfica de Frida Kahlo y la musical de Chavela Vargas y la ha revestido, como nadie, de compromiso y modernidad

17 nov 2017 . Actualizado a las 05:35 h.

Es muy común en aquellos que ansían encumbrarse en la modernidad el revestirse de banal artificio y evitar el discurso. Lila Downs (Oaxaca, 1968) transita en una dirección diametralmente opuesta. Combina los arrebatadores universos de Chavela Vargas y de Frida Kahlo con una concepción moderna que, tanto en lo musical como en lo estético, rehúye del mimetismo para entregarse voluptuosa a la procura de una intensidad en todo su quehacer que se alimenta de sus raíces, de su propia esencia, de su condición femenina y feminista y, por qué no reconocerlo, de sus contradicciones. Su padre era un profesor de Minnesota, su madre una indígena mixteca. Ella misma está casada con un saxofonista norteamericano y residen en Nueva York. Y quizá haya sido, precisamente, ese espíritu cosmopolita el que ha posibilitado que Lila Downs haya podido situar con la dignidad y el reconocimiento que corresponde la voz y las músicas populares de su gente. Las de un pueblo acallado y menospreciado que ahora ve reflejado en estas canciones y en esas plumas de colores sus anhelos de orgullo y libertad, al tiempo que baila al son de cumbias, rancheras y boleros. Todo eso y más es Lila Downs, la artista que desde la más absoluta modernidad ha reactivado el incontestable valor universal de la música popular latinoamericana.

-Parafraseando el título de su último disco, en este momento, ¿qué hay más en su vida: salón, lágrimas o deseo?

-Hay deseo de buscar cosas nuevas y de trabajar en otros territorios. Y hay lágrimas porque sigue habiendo muchas cosas por las que luchar. No hacemos más que levantar fronteras y yo siento que estoy a los dos lados.

-Si en el anterior disco el hilo argumental era la defensa de la libertad en este lo es la de la mujer.

-Fue una sorpresa. Realmente me di cuenta de que era un disco que giraba en torno a la mujer cuando lo escuché al completo. Pensé mucho en la intimidad de la mujer y en su relación con respecto al baile, a las costumbres, a la cultura... Un poco desde la nostalgia pero sin evadir los problemas que estamos viviendo ahora.

-Uno de los fenómenos más excitantes de la música actual tiene que ver con esas mujeres que están renovando los cánones de la música latinoamericana. Hablo de usted, de Natalia Lafourcade, Carla Morrison, Mon Laferte... ¿Tienen sensación de colectivo?

-Claro. Tenemos en común, además de la memoria de nuestras abuelas, el que somos muy sensibles a las injusticias y que percibimos los cambios y los riesgos que conlleva, especialmente para los más jóvenes, esta sociedad acelerada que nos ha tocado vivir. Nos sentimos portavoces de un compromiso social. Y lo más bonito es que lo hacemos desde contextos musicales muy diferentes. Pero siempre desde la valentía.

-Ha reconocido que en este disco hay algo de autocensura.

-Es que la cosa está terrible en mi país. Es un momento complejo y es muy delicado hablar de según qué temas.

-¿Ha llegado a sentir miedo?

-Sí, claro. Es inevitable en un país que tiene gravísimos problemas en su tejido social.

-Son las músicas urbanas las que parecen haber asumido el papel de llevar un mensaje concienciador a la juventud. ¿Qué le parecen esos nuevos estilos?

-Me encanta ver que los artistas se comprometan y se decidan a hacer algo por nuestra comunidad, a mover el mundo. Ese es mi sueño. A mí me marcó la música de Bob Dylan, de Janis Joplin, de Joan Báez... Yo crecí con esas canciones. Después llegaron Mercedes Sosa, Amparo Ochoa... Esa es la música con la que más me identifico. Por eso me da muchísimo gusto que los jóvenes hayan asumido esos ideales y los expresen con su propia música.

-¿Incluido el reguetón?

-El reguetón también es una expresión del pueblo. Desde luego a mí no me gustan esas letras misóginas pero, por desgracia, expresan un realidad sobre la que deberíamos poner nuestra mirada y nuestra preocupación.

-En este disco incluye ocho boleros. ¿Por qué ha decidido reivindicar y recuperar ese género?

-Tiene algo de rebeldía personal. A mi madre no le gustaba que yo cantase boleros porque era una música importada. «Si vas a ser una cantante mexicana tienes que cantar rancheras», me decía. Y de aquella prohibición nació una pasión..

-Otra pasión es la cumbia...

-Claro, la cumbia es el reguetón de antes. Es la música del pueblo, en la que se mezclan elementos afros, indígenas e incluso muchas veces rituales.

-Su imagen la caracteriza casi tanto como su música. ¿Hasta qué punto le da importancia a la cuestión estética?

-La estética es una manera más de expresarse. Y en mi caso habla de lo que siento y de lo que quiero ser. Habla de mi cultura, de mi pasado, de mis mujeres. Por otra parte es una manifestación pública más de la gran diversidad que tenemos en México y Latinoamérica.

-¿Qué papel juega España, la conquistadora, en esa nueva conciencia latinoamericana?

-En el pasado he sido bastante crítica con España, por su contexto histórico y político. Pero de mi intercambio con artistas españoles he aprendido que la música nos une. Todos intentamos a través de ella expresar nuestro dolor. Hoy, quizá por la necesidad, me siento muy hermanada con todos los pueblos latinos.

-En su canción «Peligrosa», dice que es peligrosa, dolorosa, intrépida y caprichosa. ¿Con cuál se siente más identificada?

-Soy bien dolorosa.