El certamen que arranca el martes rinde tributo a dos glorias del «star-system» y, tras la ruptura de relaciones con Netflix, mira solo de reojo a Hollywood
04 may 2018 . Actualizado a las 10:47 h.Dentro de cinco días se abre en Cannes el gran teatro del mundo. Una vez conocido su menú, ya tenemos en escena la infinita lista de debates artísticos, industriales o políticos que hace que los estudiosos de este festival, sus intrigas y sus mitos sean lo más parecido a los ya extintos kremlinólogos. Cannes es un misterio envuelto en un enigma, como Churchill definía a la Rusia sovietizada. Nunca sabremos qué existe detrás de una programación oficial que ha pillado a todo el mundo con el pie cambiado, ante las ausencias de los aguardados filmes de Brian de Palma, Terrence Malick, Carlos Reygadas, Mia Hansen-Love, Paolo Sorrentino e tutti quanti. Tampoco cabe adivinar si la presencia de solo tres películas firmadas por directoras entre las 20 que optan a la Palma de Oro y la claridad con la que el responsable del festival Thierry Fremaux ha sentenciado que no se va a dejar llevar por una discriminación positiva hacia la mujer van a ser líneas sostenibles en el tiempo.
Cannes maneja sus tiempos. Tras ceder en la edición pasada ante Netflix, este año ha aceptado el órdago y ha roto relaciones con el ya colosal enemigo del cine en pantalla grande. No sé si en relación con eso la presencia de Hollywood este 2018 es casi nula. El que sí vuelve, después de la famosa tarjeta roja tras sus groseras bromas sobre el nazismo el año de Melancolía, es Lars Von Trier aunque, tal vez como parte de la sanción, llega fuera de concurso, con una película de horror. Y si Hollywood no está ni se le espera a la hora de los homenajes, el festival sí se ha acordado de dos glorias del evanescente star-system: con Jane Fonda se les adelantó ya Venecia el pasado septiembre, aunque a Cannes llegue con un documental que comienza con una de las ya legendarias cintas-casette de Richard Nixon, en la cual maldice a Jane Fonda por su presencia en Hanói como amiga del Vietcong mientras el agente naranja aún llovía sobre Indochina. Un filme que profundiza en su dolorosa relación de afecto paterno no bien encauzado con aquel esquinado enigma llamado Henry Fonda y en cómo ese trauma afectó a su vida emocional y artística.
El segundo homenaje especial es no tanto para John Travolta y su nada irrelevante carrera sino para ambientar las celebraciones de los 40 años de Grease, que se proyectará dentro de Cannes Classics. Y no se olvide que a Travolta pertenece una libra del corazón de la Palma de Oro que se llevó hace casi un cuarto de siglo Pulp Fiction.
Hay un tercer tributo del festival: el que proyecta sobre Jean Luc Godard en la elección como cartel oficial de esta edición del beso automovilístico entre Jean Paul Belmondo y Anna Karina en Pierrot le fou.
Cannes y Almodóvar
Pero Godard no es solo el mito fundacional al cual el pasado Cannes Michel Hazanavicius ridiculaba en Le Redoutable. Está muy vivo y compite por los premios con una nueva película-manifiesto, Le libre d’image. Y no sé si Cannes habrá sopesado el riesgo de que el homenaje puede volverse chanza si Godard no sale del palmarés con la Palma de Oro: o sí se le da un premio menor del jurado, ex-aequo con un cineasta veinteañero pasado de intenso. O tal vez de eso se trate precisamente: de matar al padre. Una de las producciones malditas de la Historia del cine reciente, el Quijote de Terry Gilliam, defenestrado en el 2000 en un rodaje al que alguien hizo vudú, renace en este Cannes 2018 para su clausura. Antes de eso, once días que arrancan hablando en castellano, con Penélope Cruz y Javier Bardem dirigidos por el iraní Asghar Farhadi. Pero ahí termina la participación española de un Cannes que sigue entendiendo que, salvo Almodóvar, somos un erial. Entre las 20 películas en competición, la generosa cuota parte francesa con 5 filmes franceses, dos italianos, otros dos japoneses, el vistoso compromiso de presentar obra de dos cineastas represaliados en sus países (el iraní Jafar Panahi y el ruso Kirill Serebreinnikov, a quien Putin tiene en arresto domiciliario). Y como autores de respeto mayor, a la izquierda de dios Godard, el chino Jia Zhangke, el polaco Pawel Palkowski y el coreano Lee Chang-dong- Solo hay este año un director que conozca el sabor de la Palma de Oro: el turco Bilge Ceylan. Y la representación norteamericana no puede ser más heterodoxa e ilusionante, con un emergente David Robert Mitchell, renovador hace tres años del cine de terror exquisito con It Follows. Y un veterano de vuelta de mil batallas, Spike Lee, que no, no estaba muerto.