«Todos llevamos un asesino dentro»

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Juan Diego ha vuelto a Gijón, premiado por un bagaje de medio siglo. A sus 75 años, «Don Juan» no olvida los primeros pasos. «Para los míos, sigo y seguiré siendo siempre Juanito», asegura

02 dic 2018 . Actualizado a las 18:35 h.

Con Juan abrió la 56.ª edición del Festival Internacional de Cine de Gijón. Hace unos días, Juan Diego (Bormujos, Sevilla, 1942) volvía a la ciudad que le vio nacer sobre las tablas para recibir el Premio Nacho Martínez por su medio siglo de carrera. Más que don Juan, el actor que se hizo un nombre propio sin necesidad de decir apellidos, se reconoce en Juanito. «Para los más cercanos, soy y seguiré siendo Juanito», asegura quien vivió la edad dorada de la televisión, brilló en Los santos inocentes y fue San Juan de la Cruz, Franco, Alfonso X el Sabio y padre coraje. Entre otras vidas...

-¿Cómo se recibe un premio después de tantos recibidos?

-Este es un premio particular. La aportación de los actores se resume en Nacho, y Nacho de algún modo me lo da a mí. Me gusta, me gusta mucho. Siento mucha emoción.

-Descubrió Gijón hace medio siglo, a través de un festival de cine infantil. ¿Cómo recuerda el debut?

-En la Laboral, en los sesenta se hacía un festival de cine infantil, y yo la primera vez que pisé Gijón fue en ese festival, con una película, la primera de Eloy de la Iglesia, sobre un cuento de los hermanos Grimm.

-¿Ha cambiado mucho Gijón?

-Después he vuelto a hacer teatro, ¡eh!, he venido a hacer teatro y a rodar... tras esa primera vez. Creo que a Gijón le pasa como a todas las ciudades españolas, que han cambiado para bien. Gijón está muy guapo.

-Incontables los trabajos que ha hecho en televisión, cine y teatro. ¿Con qué se queda más?

-Inevitablemente, aparecen Los santos inocentes; son antes y un después en mi carrera. No solo en mi carrera, también en la de Landa, Rabal, Terele Pávez o Agustín González. Hay un antes y después que marca esa película en cuanto a prestigio, en el sentido de que uno se coloca en la profesión. Por lo demás, una película que hice con Saura, La noche oscura, un texto de Juan de la Cruz, fue muy rico para mí. Yo estaba en un momento de crisis. Ese Juan de la Cruz me dio más de lo que yo le di a él, y yo se lo agradezco mucho.

-Lo más difícil es reconocerse en la maldad. Creo que usted lo expresó así: «Cuando uno interpreta a un hijo de puta, tiene que defender a muerte a ese hijo de puta». ¿Cómo se trabaja un infame desde dentro?

-Tengo la teoría, y es la realidad, de que todo y lo bueno que hay en el mundo está producido por nosotros. Por un guatemalteco, o por un norteamericano. Por el ser humano. Esas miserias terribles. El dolor que producen los crímenes. Esas guerras. Todo eso lo producimos nosotros, por lo tanto tengo que buscarlo en mí. Todos tenemos dentro un asesino. Y como actor, para interpretarlo, hay que rascar las tripas para que salga. Hay que preguntarse quién era él, qué infancia tuvo, cómo y de qué manera fue... no para justificarle, sino para meterte en él y sentir como él, acercarte en definitiva a lo que le empujó a hacer esa barbaridad. Igual que digo esto, soy capaz de las mayores beldades. Es parte del ser humano.

-«Padre Coraje» fue uno de los papeles con los que llegó al corazón del público, sobre el caso Juan Holgado. Y ese padre que quiso llegar hasta el final para saber quiénes habían matado a su hijo. El papel le dio el premio de la Unión de Actores, de los suyos.

-Fue una serie que estaba de la mano de Benito Zambrano, que construyó una historia tremenda acerca del dolor de un hombre que sabe que no se ha hecho justicia con su hijo. Su lucha por hacer justicia supuso un viaje a los bajos fondos de la droga. Para mí, fue la oportunidad de hacer un trabajo que me llegó, me llegó mucho. Acababa de nacer mi hijo el pequeño y lo tenía tan cerca... esa afectividad del hijo. Si hablas de la vida, hablas de la vida que vives. Esa vida es la que hay, no hay marcianos.

-Los actores tienen muchas vidas. ¿Cómo se lleva el cambio constante?

-Yo tengo una vida bastante... quiero decir... no equilibrada... Afortunadamente, tengo ese punto de desequilibrio que me permite soñar. No hay más vida que la que hay, la tuya, la personal; lo otro son episodios que una vez terminados se acaban.

-Tiene tres goyas y un amplio palmarés. ¿Se siente reconocido?

-Sí, ¿cómo no? He tenido la suerte de hacer personajes muy potentes. Pero tienes que tener la suerte de que te den ese equipaje, si no... no hay premios. En cualquier caso, los premios, de alguna manera, son injustos.

-¿A los 18 se plantó en Atocha con una maleta de cartón, fue así?

-Bueno... es una imagen retórica. Yo llevaba una maleta normal. Lo que sí, llegué con lo justito. Ahí empezó todo. Y pensé: «O te comes Madrid o Madrid te come a ti...», ¡era tan tan grande que no cabía en ningún sitio!