«Lo que el viento se llevó», y lo que no se llevó 80 años después

FUGAS

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Cuando cumple ochenta una de las grandes películas de Hollywood, el viento se llevó, por ejemplo, la enemistad de una de sus protagonistas, Olivia de Havilland, con su hermana, Joan Fontaine. Pero Olivia sigue ahí, con 103 años. ¿Por qué no debemos olvidarla?

13 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Imaginen esta historia: un best seller a nivel mundial escrito por una mujer se encuentra en plena ebullición para cocinar su versión cinematográfica: los productores buscan un guionista a la altura del reto de convertir mil y pico páginas en una película; le dan vueltas a la elección de la protagonista idónea, hasta el punto de que pasan docenas de superestrellas por el cásting; los fans del libro muestran sus preferencias... luego se filtran en los grandes medios algunos detalles escabrosos del rodaje, como que el galán, que ha sido fichado después de una dura negociación con los propietarios de sus derechos, no quiere llorar en escena y pide la destitución del director elegido para poner a un amigo suyo -que, además, no sea homosexual-. La expectación crece exponencialmente y, el día del estreno para los vip, cientos de personas acuden a la puerta del cine caracterizados como los personajes del filme.

Aunque algunos pasajes de esta historia recuerden a situaciones o anécdotas recientes, el show-bussines en estado puro de Hollywood, tal y como lo conocemos, no nació con 50 Sombras de Grey, sino con Lo que el viento se llevó. Hay muchas décadas de distancia (y dos galaxias diferentes) entre ambas películas, pero la industria del cine ya estaba muy engrasada en 1939, cuando el título de Margaret Mitchell, que había sido premio Pulitzer con Gone With the Wind, su ópera prima, pasó, en una época de grandes incertidumbres -los coletazos de la depresión económica del 29 seguían ahí y los tanques de Hitler ya rodaban por Polonia: era el momento del cine de evasión- de las vitrinas de las librerías a los grandes carteles de las salas de proyección... y de ahí, a la historia del cine. Es la película más taquillera de todos los tiempos, con unos 3.800 millones de dólares recaudados hasta el momento.

«Gravemente peligrosa»

Ha llovido tanto desde aquel estreno, cuyas circunstancias de plató hacia afuera parecen tan actuales, que basta poner ahora el foco en la depauperada España de 1939 para darnos cuenta de ello: la película no pudo exhibirse aquí hasta 1950 -al menos en público, claro, porque hubo un pase privado para las élites en la residencia del embajador americano en Madrid- y cuando se estrenó, lo hizo bajo la calificación moral de «gravemente peligrosa». Ello no impidió que en A Coruña, por ejemplo, estuviese prácticamente dos años en cartel y los primeros meses de exhibición tuviese pases de mañana, tarde y noche, según puede comprobarse en La Voz de Galicia de la época. Así calificaba entonces el comediógrafo Adolfo Torrado la película en estas mismas páginas: «Es un título de antología que sobrevive al tiempo». Buen ojo.

Todas las maldades del mundo

El filme que a partir de los años ochenta pasó a formar parte en nuestro país de la iconografía navideña, cuando Televisión Española pagó un pastón por sus derechos (143 millones para ser exactos y recaudó 300 en publicidad en su primera emisión), era para los censores patrios de la época, en el momento de su estreno en Estados Unidos, un compendio de todas las maldades humanas que aquí nos podrían escandalizar, sobre todo -como suele suceder- las relacionadas con los asuntos de cama.

Pero en todas partes cuecen habas y en el ya desarrolladísimo Estados Unidos de los años 30 también había muchas sombras, antes que las de Grey. Una de ellas, el racismo, que no solo se muestra explícito en el libro de Margaret Mitchell, ambientado en la sureña Atlanta de la guerra de secesión americana. Hattie McDaniel, que interpretaba el papel de la entrañable Mammy (la escena en la que está abrochándole el corsé a Escarlata es todo un icono del cine) fue premiada con el Oscar a la mejor actriz de reparto. Pero la actriz pudo sentarse con los demás invitados a la gala durante la tradicional ceremonia: la tuvieron en la sala de al lado desde la que accedió al escenario en el momento en que se anunció su premio y a la que volvió después de recibir la estatuilla.

«Espero sinceramente servir siempre a mi raza y a la industria cinematográfica. Dios los bendiga», dijo Hattie, humildemente, antes de abandonar el estrado.

Tensiones raciales

Cuarenta y tantos años más tarde sería Eddy Murphy, desde el mismo púlpito, el que lamentase que los actores negros siguiesen prácticamente ignorados por la Academia. En la última, pese al premio a Green Book, en la que había críticas directas al racismo, y las estatuillas que recogieron siete afroamericanos, las polémicas continuaban vivas. Spike Lee, por ejemplo, montó un número en público por el fracaso de su película, Infiltrado en el Klan, al entender que Hollywood estaba premiando una versión muy amable y edulcorada de las tensiones raciales.

Homofobia y brecha salarial

La brecha salarial (Clark Gable ganó cinco veces más que Vivien Leigh por esta película), el machismo (el «rey de Hollywood», como lo denominó la prensa a su muerte, era siempre el arquetipo del hombre que se viste por los pantalones, pese a que alguna biografía sostenga que tuvo relaciones homosexuales para ascender en el star system, comía cebolla antes de besar a Vivien Leigh ante los focos, solo para fastidiarla) o la homofobia, como el citado veto de Gable a George Cukor en favor de Victor Fleming, son otros asuntos que quedaban a la sombra de los focos del plató.

Heroínas trágicas

En el otro extremo, Vivien Leigh-Escarlata, una mujer maldita en la vida y en el cine, precursora del ahora tan en boga empoderamiento femenino. O la enconada enemistad de Olivia de Havilland y su hermana Joan Fontaine, que solo desapareció con la muerte de esta, en una cruel rivalidad por el estrellato.

Y, claro está, Margaret Mitchell, un personaje tan extravagante para su época que algunos preferían correr el bulo de que el libro había sido escrito en realidad por un hombre. Mitchell murió al estilo de una heroína de tragedia: atropellada por un camión a los 49 años. Hollywood lleva cien años contándonos las mismas historias con distintos envoltorios-el héroe/heroína que persigue un objetivo, el chico conoce chica, el ascenso y la caída-, pero la vida real tiene un guion diferente.