Pedro Mairal: «Ahora reparo en que la aspiradora se pasa hacia delante, como aspirando al futuro»

FUGAS
«Esta crisis es una novela distópica que se está escribiendo sola», afirma el autor de «La uruguaya», que en este momento no puede escribir ni leer ficción. Confinado en Buenos Aires, Mairal está modelando en casa «un pensamiento de lo doméstico»
30 may 2024 . Actualizado a las 17:26 h.«La realidad se volvió muy narrativa», advierte Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970), que confía en volver, algún día, a Galicia. «Me encantaría recorrer la costa del Cantábrico, salir del País Vasco e ir todo por arriba, hasta Portugal. Lo haré... algún día», dibuja sobre el lienzo en blanco del futuro el autor de La uruguaya. «Yo vivo en cuarentena. Me gusta estar en casa, pero ahora no puedo escribir ficción», confiesa el escritor, que últimamente está en la poesía, y «empapado en la música». «Pensá que escribo desde hace 30 años y hago música desde hace solo cuatro. Estoy, digamos, en mis comienzos musicales. La parte lírica me ayuda mucho, es mi raíz fuerte, ser letrista», considera. Dos guitarras son parte del atrezzo de lo que muestra su viñeta de cuarto en Skype. Mairal tiene con el escritor y periodista Rafael Otegui un dúo musical, Pensé que era Viernes, que tiene su afición. A este lado de la pantalla, del charco virtual, unas niñas se pelean. «Mi mamá decía: 'Mátense, pero un poco más allá», bromea Mairal.
-La realidad supera la ficción, dicen. ¿Esta vez sí?
-Es que está todo alrededor de una manera extraña. No sé sabe bien qué es cierto y qué no. Parecía que no sucedía nada, que era todo una especie de invento, y de pronto hay miles de muertos en un lugar y la gente desesperada. Son como focos de tragedia. Aquí (en Buenos Aires) el famoso pico de muertes no llegó. Ojalá se controle... Entramos en cuarentena pronto, hace 45 días, más o menos como España, un poquito después de Italia. Ahí estamos, siguiendo las novedades de España e Italia, que parecían anticipar lo que iba a sucedernos 15 días después. Pero no sucedió; esperemos que no suceda.
-¿Lo atribuye a la gestión sanitaria y política en su país?
-Es difícil saber, pero me da la sensación de que en este continente hay menos gente por metro cuadrado. Y esto permite cierto distanciamiento social natural. Me da la impresión de que en ciudades como Madrid o Roma hay más gente en menos espacio. Ahora, el virus está entrando aquí en la población carcelaria y los barrios de emergencia. La gran cuestión que se está planteando es si liberan a la gente presa o no. Esta es una discusión feroz. Estamos en esto... y viendo que la recesión económica va a provocar un desastre. Se trataría de buscar el equilibrio entre restablecer la economía y controlar la pandemia. El momento para Fernández [el presidente argentino] es complicadísimo. Yo veo preferible pasarse de cauteloso. Yo fui de los primeros en ponerme en cuarentena, unos tres o cuatro días antes de que se declarase, y me decían que era un loco. Pero mi hija de 7 años tuvo una neumonía fuerte el año pasado y no teníamos margen para correr riesgos. Por otra parte, es algo hermoso en estar en casa, en familia. Nunca he estado tanto tiempo con ellos.
-¿Cuál puede ser la lectura positiva de la crisis, de este parón?
-Ojalá sirva para darse cuenta de que hay mucha reunión innecesaria que obliga a trasladarse a la otra punta de la ciudad. En Buenos Aires puede llevarte hora y media llegar hasta un lugar en transporte público para que alguien te diga: «Va bien el trabajo, sigamos así». ¿Pero para qué me hiciste venir? Eso podía resolverse en media hora por Skype. Ojalá cambie esto, porque es tiempo robado a la familia, a uno mismo.
-¿Seremos más esenciales, más humanos o recelosos?
-Me preocupa el contacto humano. Los que somos latinos somos muy físicos, de abrazo. Me preocupa que eso se pierda, pero no lo creo... Será un tiempo de adaptación hasta que salga la vacuna el año que viene, y después la cosa va a volver bastante a la normalidad. Ojalá sea una normalidad con algunas diferencias.
-¿Ha cambiado su visión del amor, la fidelidad, de la literatura y el arte?
-Hay algo muy fuerte en la colaboración en casa. Yo pensaba que ya hacía el 50% de las tareas domésticas, pero me di cuenta de que no. El otro día le pregunté a mi mujer: «¿Qué cocino?». Y ella me dijo: «Por favor, resolvelo vos». Estoy poniéndome en la logística. Cocinando, limpiando la casa, lavando la ropa, la meto en la lavadora, la saco, la tiendo, la doblo, y esto implica amor. Hay un acto de amor en doblar la ropa limpia y guardarla.
-¿Hacer la casa es hacer el nido?, ¿se parece la tarea doméstica a la del escritor?
-Sí, puede ser. No estoy seguro. La tarea del escritor tiene que ver con la contemplación. Desde fuera, puede verse como alguien que está perdiendo el tiempo, papando moscas. Pareces una persona muy distraída, pero la escritura requiere mucha concentración. Las tareas domésticas piden una apertura y previsión muy distintas. Es extraño, mira, noté que la aspiradora se pasa hacia delante, y cuando uno trapea, cuando pasa la fregona, lo hace hacia atrás. Pareciera que la aspiradora tiene que ver con una especie de aspiración hacia el futuro y fregar el suelo tiene que ver con borrar huellas del pasado. Hay un pensamiento de lo doméstico que estoy aprendiendo ahora. Lo lindo de lo doméstico es que sucede con un fin muy práctico. Y el arte, en sí, no sirve para nada.
-Cuando uno escribe de alguna forma da de comer a sus lectores, ¿o no?
-Ojalá... Ojalá seamos prácticos y necesarios los escritores y las escritoras. Ahora estoy empezando a pensar las metáforas de lo doméstico, ahora le voy encontrando palabras a eso.
-¿Qué tal su acercamiento reciente a la música?
-Es más lo que aprendo al hacer. Sucede como con la escritura, en la música uno se enseña a sí mismo. Puedes hacer todos los cursos del mundo, pero aprendes haciendo. Tienes que tirarte al agua, no puedes teorizar.
-También se aprende de otros.
-Sí, y es un hilo que no se debe cortar nunca. La música me está gustando mucho, no es mi zona cómoda. Me siento con plenos poderes en la escritura, ahí soy un pez en el agua. Sé manipular el lenguaje. En la música, en cambio, me siento muy torpe, voy con cautela y limitaciones.
-Entonces, es emocionante.
-Sí.
-Le hemos visto en Instagram junto a Jorge Drexler, en un concierto múltiple. ¿Cómo surgió?
-Es una banda muy linda que se llama La Boa de Isaac. Un grupo que vive en Madrid y algunos son argentinos. Ahora, básicamente, lo que hacen en tiempos de pandemia es componer una canción cada uno en su casa y la ensamblan. Yo no toco en La Boa de Isaac, a mí solo me invitaron de una. Pero te recomiendo chusmear un poco después, porque encontraron una forma de visualizar lo que es la cuarentena y a la vez la posibilidad de continuar con la música. Da la ilusión de proximidad cuando está cada uno en su casa. Es una veta linda, crearon una especie de metáfora de lo que es esta cuarentena, donde está la soledad pero también está la colaboración.
-¿La tecnología puede ser otra manera de abrazar, de estar, de llegarnos?
-Parece que resuelve, junta, une. La tecnología tiene cosas buenas. Pero hay algo extraño... La posibilidad de acceder a todo el conocimiento del mundo, a todos los museos, a toda la música interplanetaria, todo al alcance de la mano, pero está esa sensación de «¿Para qué si no puedo salir de casa». Hay algo de la limitación de estar confinado que te hace sentir cierto hastío. Todo el estímulo es cerebral, nos convertimos en unos cerebros enchufados. Somos parte de la red cerebral del planeta, bien, ¿pero dónde está la experiencia física? El movimiento, la naturaleza, el contacto. Esto me asusta un poco.
-¿Aprendemos del dolor, la lentitud y la carencia?
-Claro que sí. Lo veo con mi niña, que por momentos me dice que está aburrida. El aburrimiento es una de las formas que te lleva a jugar y a ser creativo. Dejas de ser un mero consumidor de estímulos para crear, para generar tú el juguete, por ejemplo. A mí lo que me salva en la vida es hacer, ser un hacedor. El acto de hacer una canción, un cuento, ir creando cosas. Si lo comparo con el juego de mi hija, estos son mis Lego. Mi Lego son los cuentos que voy escribiendo. El peligro de la Web es limitarse a ser un consumidor de estímulos, un zombie hipercrítico además. Estás viendo el mejor cine del mundo pero en una pantallita diminuta, ¡y antes ya viste otras seis películas! Nada te conforma, todo te parece un poco lo mismo, te cansa. El otro día pensaba que si la experiencia humana se reduce a la pantalla plana entonces somos todos un poco «tierraplanistas». Me parece que hay que aprender a apagar. Yo ahora, por eso, solo puedo leer poesía, que necesita paciencia. No puedes leer con ansiedad la poesía. Hay que esperar a que se abra el poema... O abrirlo tú y meterte en él, aunque no termines de entender todo. Porque en la poesía nunca se termina de entender del todo.