Cinco «golosinas» ácidas para celebrar a Roald Dahl

FUGAS

Este otoño se cumplirán 30 años de la muerte del autor de clásicos como «Matilda» y «Charlie y la fábrica de chocolate». Dahl el inesperado fascina como pocos a los niños y revienta como nadie la burbuja de la hiperprotección

17 sep 2020 . Actualizado a las 18:44 h.

Ácido, amargo como el cacao puro, terroríficamente inesperado, incorrecto, genial. «Las brujas son siempre mujeres», señaló Roald Dahl (Llandaff, Cardiff, 13 de septiembre de 1916 - Oxford, 23 de noviembre de 1990), del mismo modo que los vampiros son hombres, pero ni la mitad de peligrosos que las brujas de verdad, remató. Las verdades del autor que dio pie a la instauración del Día Internacional del Chocolate, que se celebra cada 13 de septiembre, nos persiguen con aspavientos a través de los años. Celebramos, cerca del 30.º aniversario de su muerte, al cuentista que debutó con Charlie y la fábrica de chocolate, tras años de cuentos para dormir a sus cinco hijos. Con una vida con audacia y sin disfraz que da para varios relatos de aventuras, Dahl logró desnudar ante el espejo mágico de la ficción la inteligencia de los niños, la necedad del adulto medio con cierto poder y el poder salvador de monstruos buenos, como Dickens, Kipling, Melville o Conrad. Todos ellos, favoritos de Matilda. Con 17 millones de ejemplares vendidos, Matilda es un libro que crece sin envejecer  ni perder poderes, y con ayuda del cine una de las grandes debilidades de los fans del creador de la brutal señorita Trunchbull. Matilda tiene un don fantástico, la habilidad singular de no ahogarse en la vulgaridad de su entorno, de cambiar el fascinio hipnótico de la caja tonta por el asombro que produce con su fealdad y su belleza, sus hadas y sus brujas y peligros reales, el mundo. Nos asombran no su inteligencia y su cultura, sino sobre todo cómo es capaz de manejarlas con sentido frente a la barbarie.

Otro pata negra del maestro es Las brujas, ilustrado como todos los suyos por Quentin Blake. Este relato que nos arroja a la lucha del bien contra el mal verá una nueva versión para la gran pantalla en octubre con Anne Hathaway en la piel de La Gran Bruja (papel que en los noventa interpretó Anjelica Houston). Ojo con ellas, porque las brujas no son las típicas que aparecen en los cuentos de siempre, sino mujeres muy corrientes, en realidad calvas y con muñones en los dedos de los pies, que tienen el macabro plan de acabar con todos los niños del mundo. Uno de los mensajes de este terrorífico cuento de amor es el siguiente: «Da igual quién seas o qué aspecto tengas mientras que alguien te quiera». Y lo dice un ratón... como un lince.

Menos popular quizá pero muy sabrosa es Agu Trot, «golosina» de talento que permite conocer el lenguaje propio y los dos amores del señor Hoppy: las flores de su balcón..., y un secreto que solo sabe él. Este es un hechizo con tortugas y corazón. «Lo que vais a leer en este cuento ocurrió en los tiempos en que cualquiera podía ir y comprar una tortuga en una tienda de animales...», comienza a relatar Dahl sobre la vida de Hoppy, un jubilado que vive solo en un pisito de un alto edificio y se siente más solo que nunca. Es buena compañía, de verdad.

El cuarto plato de esta merendola de cumpleaños podría ser El gran gigante bonachón, una de las piezas más íntimas del maestro Dahl, donde crea una suerte de paraíso gigante para su hija Olivia, fallecida precozmente a causa de una encefalitis provocada por el sarampión. Una niña con insomnio, un orfanato y el Gran Gigante Bonachón, que entra por la ventana del centro, envuelve a la pequeña en una sábana y se la lleva al país de los gigantes. La niña y el Gran Gigante Bonachón tienen que vencer a los malos (con la ayuda de la reina de Inglaterra). Hay dolor y terror, pero consuelo también.

De postre, Los fantastibulosos mundos de Roald Dahl, una macedonia que combina el gusto de Dahl por jugar con el lenguaje y los entresijos de sus obras con curiosidades sobre su manera de crear y su vida. Un making off solo para iniciados que comienza con unas fotos de la cabaña donde escribía Dahl, y con recuerdos familiares de su infancia y juventud como piloto de combate, de sus hijos jugando en el jardín. ¡Fantastimirable!