
La cantante que dio la réplica «feminista» al «19 días y 500 noches» de Sabina publica disco, un viaje introspectivo marcado por sus obsesiones
04 abr 2021 . Actualizado a las 22:00 h.Lo suyo tiene pinta de que va para largo. Bastante más que lo que duran «dos peces de hielo en un whisky on the rocks». De hecho, aunque La costa de los mosquitos es su segundo disco, se podría decir que lo suyo prácticamente acaba de empezar. Hace no demasiado tiempo, pocos sabían quién era Travis Birds (Madrid, 1990). El que su canción Coyotes fuese elegida como sintonía de la serie El embarcadero le supuso el primer empujón. Y el atreverse con aplomo y descaro a dar la réplica a Sabina contando la historia de 19 días y 500 noches desde el punto de vista de María, la chica de «la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta», la impulsó definitivamente.
La semana pasada estrenó su segundo disco, un introspectivo viaje hacia su interior más salvaje que, en lo musical, la lleva a transitar por el pop, el folklore latinoamericano, el rock y hasta la copla.
-Semeja un disco muy de obsesiones.
-Sí, y eso me daba un poco de miedo. Es un disco que requiere mucha escucha y cierta capacidad de abstracción que te permita centrarte en el contenido. Pero era un riesgo que me parecía bien correr.
-¿Son las obsesiones un buen germen para crear?
-Para mí, desde luego. La persecución, así, en general, es uno de los temas que me resultan más inspiradores. Y en este caso, la persecución vista desde las obsesiones y como vehículo hacia la transformación del individuo hacia ese lado en el que ya no tienes nada que perder porque te has desprendido de todo lo que regía tus movimientos y pasas a esa otra parte más instintiva. Las obsesiones te transforman, te convierten en algo mucho más salvaje.
-Abordas cuestiones como el desamor, la discordancia o la duda, pero sin ceder a la ñoñería, sin recrearte en el dolor.
-Sí, eso fue algo que busqué de forma premeditada. Quería decir todo lo que digo en el disco pero presentándolo desde un punto de vista como de espectadora. No de protagonista sufridora. Es cierto que abordo temas dramáticos y desgarrados, pero desde una perspectiva tan exagerada que incluso me llega a parecer cómica.
-¿Hay algo de autoexploración emocional?
-Sin duda. Es un disco muy basado en mi experiencia personal y en mis vivencias de un momento en el que estaba descubriendo cosas de mí misma que no conocía y que me situaron en esa fina línea que separa la cordura de la locura.
Un demonio es cualquier cosa que te redirija adonde no debes ir
-En el último corte del disco, durante dos minutos solo se escucha cantar a las chicharras.
-(Se ríe) No sé si los oyentes escucharán esa pista o se la saltarán, pero me pareció guay dejar ahí ese punto de ambiente. Está grabado en Ibiza y a mí me parece súper envolvente y lleno de matices. De repente te puede transportar y situarte en ese lugar imaginario que es la costa de los mosquitos, esa isla en la que estás tú solo.
-¿Te sigue achicharrando ese zumbido?
-A mí, la verdad, es que todo el tormento me inspira. Creo que tengo una personalidad muy neurótica que siempre, en algún punto, busca eso, el tormento. Pero bueno, creo que todos tenemos zumbidos en la cabeza. Y cuando esas chicharras se callen, aparecerán otras.
-Si buscas Travis Birds en Google lo primero que aparece es «cantautora».
-A ver, como concepto de persona que compone y canta sus canciones, pues sí, claro que lo soy. Lo que pasa es que el término de cantautor se ha terminado asociando a un estilo en el que yo ahora mismo no me siento reflejada ni representada.
-Dijiste que ser la María de «19 días y 500 noches» te hizo evolucionar mucho. ¿Por qué y en qué sentido?
-Pues porque nunca me había puesto a cantar intentando ser un personaje. Yo siempre había tenido mi personaje, que era yo. Pero cantar esa canción fue como prepararme un papel. Yo la quería hacer desde la imagen que yo tenía de cómo sería María. Es una canción que he escuchado mucho y desde muy pequeña. El papelón fue imaginarme cómo sería una novia de Joaquín Sabina. Ese es un reto que te hace evolucionar sí o sí.
-¿Te sientes identificada?
-¿En lo que canté?... Totalmente.
-¿Tuviste en algún momento dudas respecto a lo que diría Sabina de tu versión?
-La verdad es que no. Pero es que yo soy muy inconsciente (se ríe). Hago las cosas si me divierten o si me hace feliz hacerlas y no pienso en las consecuencias. Ya me advertían que iba a tener mucha repercusión, pero no llegué a interiorizarlo. Fue un regalo de la vida.
-En «Bolero para un trompeta» hablas de remover tus demonios ocultos. ¿Cuáles son?
-Pregunta complicada. No sé... Volvemos al tema de la persecución. Cuando no siempre es legal perseguir. Dejémoslo así... Ese es un demonio. Cualquier cosa que te redirija a un sitio al que se supone que no debes ir.
-¿Componer implica sufrir o es liberador?
-Absolutamente liberador. Para mí es una terapia. Que al final tiene mucho que ver con el mensaje que yo quiero dejar, tanto en las canciones como con el disco en sí, como elemento transformador de toda esa toxicidad que nos acompaña, para llevarla hacia la parte más importante que llevamos dentro, la parte animal. Las historias que cuento, dentro de su dramatismo, al final lo que quieren, precisamente, es ser liberadoras de todo eso que cuentan.