Me crecen nenúfares en el corazón

Mercedes Corbillón FUGAS

FUGAS

24 ago 2021 . Actualizado a las 21:55 h.

Esta noche he soñado que volvía a París. Me citaba con alguien en la terminal 2 del aeropuerto Charles Degaulle y nos besábamos apasionadamente durante todo el trayecto de autobús hasta la puerta sur de las Galerías Lafayette.

Buscamos habitación en un pequeño hotel de la rue de Châteaudun. El ascensor estaba estropeado y subíamos los cinco pisos hasta la buhardilla por unas escaleras estrechas cubiertas de moqueta roja. Seguramente aquella alfombra tenía más huellas biológicas que la morgue del hospital Saint Pietri o que las zonas oscuras que acostumbraba a visitar Catherine Millet en el Bois de Boulogne, pero compensaban el esfuerzo las vistas de la fachada de la iglesia de Sainte Trinité y la entrega del joven bajo el dosel.

En Saint Germain-des-Prés, mi joven amante y yo jugábamos a emular a Sartre y a Beauvoir, tomábamos mejillones y Martinis con las piernas cruzadas frente a diminutas mesas de mármol mientras veíamos a la gente pasar. Decía el filósofo que nunca se cansaba de trabajar en sillas que no pertenecían a nadie, o en tal caso, a todo el mundo.

Aquella tarde, por delante del café de Flore pasaba Beigbeder con un caniche blanco, algo ridículo. Mira, le decía a mi acompañante, tiene el pelo tan largo como tú.

-¿El escritor o el perro?

Nos reímos. Pero cuesta imaginarse a Simone riéndose, despeinándose, amando locamente. Sin embargo, lo hizo, se enamoró de Nelson Algren y le escribió cartas supuestamente intensas. Ni siquiera ahí me parece que se quite su intelectual moño, sigue habiendo algo en ella demasiado ordenado, demasiado contenido, demasiado frío. Quizás da igual el amor, si sabes pensar y disfrutar del sexo. De la libertad. Pero prefiero los seres que llevan un fuego dentro que les arrastra a la pasión.

Al salir de allí estábamos ya en Montparnasse, gracias a la varita mágica de los sueños.

En el café Le Rotonda, una chica leía a Boris Vian. Era yo. Más mayor y en un verano lluvioso en el que, como a la protagonista de La espuma de los días, me crecen los nenúfares en el corazón.