
En mi sueño, me veo frente a la tumba de Marguerite Duras. Sobre la lápida, en unos tiestos tristes crecen un geranio, una azalea, un rosal diminuto y cientos de bolígrafos clavados en la tierra de las macetas. Los cursis, además, las decoraron con corazoncitos de colores.
A mi lado, mi joven amante deposita un canto rodado. Tiene algo dibujado, pero no me atrevo a preguntar qué.
Quizás tenga la edad del hombre que amaba a aquella adolescente en Indochina. ¿Treinta años? Pienso en releer la novela y pienso en mi yo adolescente en un cine de Pontevedra que ya no existe. En la pantalla, la belleza de aquel actor cuyo nombre no recuerdo y cuya anatomía no he podido olvidar.
Marguerite escribió El amante a los setenta años. En el inicio de aquella novela, la narradora, trasunto de sí misma que de mayor recordaba esa historia de amor imposible, prohibido, esa historia de iniciación sexual y de podredumbre de familia, aseguraba haberse muerto a los dieciocho años, como si después de haber amado la vida fuese solo una sombra de sí.
Mi joven y yo no nos amamos, pero vivimos un romance en París.
Antes de la ciudad me escribió cartas con la letra puntiaguda de los poetas. Citaba a Dante, citaba a Rilke, perfumaba el papel.
En Montparnasse es otoño, aunque el calendario diga lo contrario. Siempre es otoño en los cementerios. Buscamos la tumba de Vallejo y tememos el aguacero que no llega. En la de Beckett todo es fracaso y en la de Beauvoir me pregunto por Zazú, la amiga «protagonista» de Las inseparables. En la novela, póstuma, muy póstuma, sabemos de esa niña, compañera de clase de Simone, atrapada en las mil obligaciones de un hogar burgués, envuelta en los lazos de la obediencia conseguida en nombre del amor. La maternidad puede ser un eficaz constrictor.
Frente a la tumba de Cortázar nos fotografiamos. Estamos los cinco, Julio, Carol, Aurora, mi joven y yo. Leemos Prosa del Observatorio: «Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás, sino entre».