Alejandro Palomas, premio Nadal: «Sufrí 'bullying' mucho tiempo, vengo dañado de casa»

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Alejandro Palomas: «No puedo con el pensamiento positivo»
Alejandro Palomas: «No puedo con el pensamiento positivo» MARCOS MÍGUEZ

«La verdadera victoria sería que el hombre se feminizara», afirma el autor de «Un país con tu nombre», una novela que nació en un avión. «Soy creativo en los aviones, no hay sitio donde me relaje más», confiesa

20 dic 2022 . Actualizado a las 16:59 h.

Es alto de estatura, frondoso en la conversación como un bosque atlántico y bajito de voz. Este veroño en A Coruña, el mediterráneo Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) nos recibe de cuello vuelto, jersey sobre jersey, como hacen los que saben que prevenir es la manera de no lamentar. Sí, es el de Una madre. Ganó el Premio Nadal en el 2018 con Un amor. Y vuelve con Un país con tu nombre. Toda su obra es una carta de amor a la madre, la madre de España. «Escribí esta novela mientras la cuidaba, cuando se moría de cáncer», revela el novelista y traductor catalán que en Galicia dice sentirse como en casa. «Como en una pequeña casa mía», dice Palomas, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2016. La poesía habla por él.

­-«Un país con tu nombre» habla de tantas cosas, tan profundas, que no sé por dónde empezar...

-¡Ni yo! No hay una línea así [traza un recorrido recto en el aire], esta novela es un mapa, donde de repente una luz tiene más intensidad, se apaga otra. Es como un mapa en la noche... ¡Es como un anuncio de Endesa! Jajaja.

­-Primera novela tras el Primer Nadal, pero ya era un escritor conocido y muy querido.

-Y no entiendo por qué... ¿Sabes qué pasa? Que sigo viéndome como hace muchos años. Nunca me he acostumbrado a gustar, ni me voy a acostumbrar. Es algo que llevo en el ADN. Yo era un niño que siempre tuvo que hacer esfuerzos para pertenecer a un grupo. Nunca me sentí integrado en nada ni me siento hoy parte de nada. Cuando se me quiere, no me lo creo.

­-¿Es la literatura el lugar que ha lamido esa herida, el sitio que más le acoge, que más querido le hace sentirse?

-Sí, pienso que tenía que ser aquí, porque ahí hay una distancia entre la gente que me quiere y yo. Es la forma en que me siento cómodo, cuando hay un poco de distancia. Si no, se me enturbia la cabeza, jajaja.

­-Una librera gallega amiga suya, que le lee y le quiere bien, me ha dicho: «Alejandro enamora, envuelve en cuanto le conoces, y es curioso porque es a la vez un hombre solitario».

-Sí, soy muy solitario [ríe]. Me cuesta la vida, me cuesta esfuerzo. Yo soy de los hombres que todas las mañanas deciden vivir.

-Viene mucho a Galicia, ¿siente una conexión especial con este recuncho?

-Ya lo creo... De todos los sitios a los que voy de promoción no hay lugar que me guste más que Galicia. Se lo decía el otro día a mi hermana. Me siento como en mi casa, en una pequeña casa mía.

-¿Hay muchas cosas que esconde?

-Yo lo doy todo a conocer, ¡no oculto nada! Pero sí que hay una parte mía que no se vincula al mundo. Eso lo trato mucho con Iván, mi psicoanalista [risas]. Y ahora que no está mi madre todavía más [su madre murió en marzo a causa de un cáncer].

-Con el universo de su madre conquistó a miles de personas. ¿Toda su narrativa es una carta de amor para ella?

-Sí. Y esta novela [Un país con tu nombre] la escribí mientras la cuidaba cuando se moría. Intenté tenerla lista antes de que muriera. No llegué a tiempo por dos semanas.

-Ella le pidió varias cosas en este libro, como que en la novela saliese una elefanta real, ¿no?

-No, ¡ella me pidió un perro!. Y yo le dije: «Perro no hay, pero hay elefanta». La elefanta es el único personaje del libro que está basado en un individuo real, Susi, que es una elefanta del zoo de Barcelona. A la que quiero y voy a sacar de ahí como sea. ¡Porque ya no tengo nada peor que hacer!

-¿Cómo nació esta novela?

-Un día en un avión. Soy muy creativo en los aviones... Cuando voy en un avión, sobre todo en un vuelo transoceánico, es el único momento de mi vida que no controlo. En cuanto me subo a un avión, me relajo de tal manera que me quedo dormido.

-Se relaja cuando otro lleva el control...

-Sí, porque yo he sido muy controlador, porque la vida me daba miedo, muchos miedos. Necesitaba controlarlo todo, hasta que me di cuenta de que es imposible.

-¿Tiene que haber un equilibrio entre tensión y relax, como entre cabeza y corazón?

-Sí, pero es tan difícil el equilibrio... Cuando crees que lo has conseguido, pum, se te muere la madre. Te pasas la vida recuperándote.

-Esto no es muy de sicología positiva...

-¡No puedo con eso! Eso te pone encima una presión con la que es imposible vivir. Las vidas perfectas, las relaciones perfectas, las madres perfectas... nunca existieron. No sé cómo consiguieron que llegásemos a creernos eso. Y esta cosa de no poder estar triste. Porque se te considera molesto o débil. La tristeza no es una debilidad. Tienes que ser un filtro de Instagram. Física y emocionalmente hoy parece que tienes que ser el espejo en el que todos se miren y se vean bien. No puedo con esto.

El novelista en el Hotel Plaza, de A Coruña.
El novelista en el Hotel Plaza, de A Coruña. MARCOS MÍGUEZ

-En esta novela nos lleva a una aldea en ruinas. El campo no es como se lo pintan quienes no han vivido en él. ¿Qué nos pasa hoy que hasta idealizamos el campo?

-Yo, que vivo en el campo, cuando oigo a la gente hablar de él, pienso: «¿Pero qué me estás contando?». Es pura fantasía rural. Vivir en el campo es muy duro, no hay trampa ni cartón, en el campo lo que hay es lo que hay. Si no te acostumbras, te vas.

-¿Vive bien en el campo?

-Yo soy feliz en el campo. Soy de ciudad, de Barcelona, y he vivido en muchas ciudades, pero volví al pueblo de donde es toda mi familia materna. Todos, tataratataraabuelos, han vivido ahí. Cuando digo pueblo, quiero decir aldea. Once casas. No hay ni buzón de correos. Ni tiendas ni nada...

-¿Y hotelito rural, como en su novela?

-Acaban de abrirlo [con pesar]. ¡Ese era mi gran terror desde que llegué! Lo que nunca doy es el nombre del pueblo, porque un día lo di y vino gente, ¡gente que preguntaba por mí!

-Igual hacen una ruta literaria.

-No des ideas. Este verano he estado en el valle del Baztán y creo que me voy a mudar allí. Es que a mí me gusta el frío y me gusta el verde muy verde, y me gusta el agua. Necesito estar en bosques verdes y frondosos. Ahora mismo me estoy construyendo un bosque en mi casa. El payés que me alquila la casa me ha cedido el trigal que tengo delante, un trigal que es como dos campos de fútbol. Lo hemos dividido en cuatro fases, como se dicen en las urbanizaciones, jajaja. Queremos convertir todo eso, mis hermanas y yo, en un bosque con el nombre de mi madre. Es un regalo para mi madre.

-Dice que no es carne, sino «chuletón de psicoanalista». Pero hay armonía en su voz. ¿Cómo se afina y domina el lenguaje de las emociones?

-Me gusta investigar la emoción humana, pero no en libros, en vivo.

-En los libros duele menos que en la vida. 

- Pero como tengo este cristal, esta distancia que te digo, a mí no me dañan. Porque yo ya vengo dañado de casa, ya lo pasé, supe cómo alejarme, porque me dolía tanto todo, todo el mundo... Fui un niño que sufrió mucho bullying durante mucho tiempo, en un colegio solo de niños. Tenía todas las cartas para ser un niño arrollado por la vida. Siempre decía el novio de mi hermana: «En tu casa se cae un tenedor y es '¡Ay qué depresión!'». Éramos muy sensibles. Pero eso a mí me ha servido para observar a la gente.

-Una de sus armas es la sensibilidad. Hay otras cualidades que mandan mucho más a nivel social, global. ¿Ve aún lo femenino en segundo plano? No a la mujer, su posición en la sociedad y en el mundo laboral, me refiero a valorar el modo femenino de estar, de sentir, de ver las cosas.

—Sí, es algo pendiente. La clave sería que el hombre se feminizara. Esta sería la verdadera victoria, el verdadero cambio social. Aún parece que lo masculino es la vía a la felicidad. Es eso de «acción, asertividad y las cosas bien organizadas». ¡Y no es verdad! La vida no es asertiva. La vida empieza todos los días de forma distinta. Estamos rodeados de ruido, hay tanto ruido alrededor que no somos capaces de oírnos. Y con el ruido viene lo asertivo, esto de «pam, pam, pam, acelero en el coche, pongo la música a tope». «Resolvamos. Hago muchas cosas para quedarnos donde estamos». Qué miedo. Yo me aburro mucho de esto. Y como sé que no lo puedo cambiar... ¡me voy al campo!

-¿Escribir es una forma de activismo social?

—Pero a mí me gustaría ser más activista.

-¿En la literatura?

—En la vida. Y ahora que no tengo madre, porque la orfandad da muchas cosas, es una nueva vida, pienso que igual me hago más activista social. Porque no tengo mucha fe en que esto vaya a cambiar. Algo tengo que hacer. Ya estoy construyendo un bosque...

-«A quien no le gustan los animales no le gusta la verdad», escribe en esta novela.

—Es un poco lo de «A quien no le gustan los niños no le gusta la verdad». En los animales y los niños todo es verdad. No hay doble ni triple fondo. Elegí los animales, pero podría haberlo dicho de los niños. Yo he tenido muchos problemas con los niños. No me sentía nada cómodo con ellos... Como de pequeño había sido blanco de tanto ataque. Yo seguí siendo de alguna manera ese Alejandro pequeñito con miedo a los otros niños. Con 30 años veía un niño y volví a ser el Alejandro pequeño. Hasta que escribí la novela Un hijo y empecé a ir a los colegios. Empecé a manejarme con los niños. ¡Ahora soy muy niñero! Porque les perdí el miedo.

-¿Valora más el amor que la amistad o al revés? ¿Puede ser un amigo la mejor pareja romántica?

—Yo prefiero mil veces el amor de amigo que el amor de pareja. Supongo que porque no he tenido muy buenas experiencias con el amor de pareja y el amor del amigo me da una libertad que nunca encontré en una pareja. 

-Entonces, ¿se puede ser pareja del amigo?

—Es el ideal. Yo creo que la relación de amor ideal es aquella que nace con un amigo. Que un día dices: «¡Ostras, pero si es la persona de mi vida!».

-¿Pero le ha pasado?

—No, ¡eso es lo que me gustaría que me pasara!