Irene Nemiróvski y Chéjov

Mercedes Corbillón

FUGAS

Miguel Gutiérrez | EFE

15 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Las fronteras de Ucrania se mueven más que los contornos de una playa en un invierno de temporales. Puede que finalmente los marcos se muevan por el este, empujados por la fuerza bruta, que siempre es tan indigna como convincente.

Quizás pronto los habitantes del Dombás que no hayan muerto bajo el furor de las bombas y que no deseen ser rusos harán un hatillo con las cosas rescatadas en el fuego y se irán con su identidad ultrajada a otra parte. La guerra y la huida van a menudo en la misma frase.

En las revoluciones también corre la sangre. De la de 1917 huyó de Kiev, su lugar de nacimiento, la adolescente Irene Nemiróvski. Su padre, primero agricultor de cereales y luego banquero, cometió el delito de ser rico en el momento y en el lugar menos oportuno, cuando los millonarios aún no eran más importantes que los estados. Creo que no había ninguno en los calles bombardeadas de Bucha.

En Francia una nueva vida parecía posible, si no fuera porque llegaron los nazis y sus colaboradores a poner estrellas amarillas que te garantizaban la entrada en los campos de concentración si habías nacido en una familia judía. Irene murió de tifus en Auschwitz, pero antes dejó novelas bellísimas que no hablaban de Ucrania, sino de la Francia ocupada y de la ignominia del antisemitismo.

Estos días está en las librerías una nueva edición de su biografía sobre Chéjov. El autor ruso pasó varios de sus últimos años en Yalta. Allí construyó una casa, una dacha blanca con jardín donde plantó rosales, cerezos y moreras y donde escribió historias inmortales. Algunas tardes salía a pasear con Tolstói, que veraneaba no demasiado lejos. Me los imagino a los dos conversando quedamente empujados por el aroma de los tilos y la brisa salada del mar negro, abrumados por la existencia y por la profundidad del alma humana, de la que parecían saberlo todo.

Cuando murió, ese edificio se convirtió en museo. Sueño con visitar Crimea para recorrerlo.

A saber qué sello me pondrán en el pasaporte cuando llegue ese día.