¿Por qué (casi) todos los escritores tienen gato?

FUGAS

Los escritores Espido Freire, Almudena Sánchez, Sara Mesa y Eloy tizón, del selecto club de los «adoptados por gatos».
Los escritores Espido Freire, Almudena Sánchez, Sara Mesa y Eloy tizón, del selecto club de los «adoptados por gatos».

Como dijo Hemingway, un gato lleva a otro gato. Tiramos de ese ovillo con autores como Eloy Tizón, Almudena Sánchez, Espido Freire y Sara Mesa

24 jun 2022 . Actualizado a las 13:42 h.

Siete vidas pueden consumirse en el empeño de conocer los dominios literarios del gato, la lista de escritores que se han visto seducidos por él, en el misterio y las maneras de ese gran depredador con aura al que el escritor Eloy Tizón define como «un filósofo del tiempo». Del filósofo alemán T. W. Adorno tomó, precisamente, el nombre el gato de Cortázar, al que seguimos los contoneos en Último Round: «Un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse, gato de la pintura, jamás Jackson Pollock...». Sin salir de esa jungla recortada en jardín que es la literatura, por Cortázar llegamos al gato de Kipling. Odín y Beppo eran dos amigos felinos de Borges, y Beppo era también el gato de Lord Byron. De hecho, Borges rebautizó a su gato copiando al poeta inglés.

Como dijo Hemingway, «un gato lleva a otro gato». Blackie Books lo prueba reuniendo en El gran libro de los gatos lo mejor de la literatura gatuna universal, y ahí encontramos a muchos escritores «adoptados por gatos», como Ursula K. Le Guin, García Lorca, Dickens, Matute, Martín Gaite, Pardo Bazán o Patricia Highsmith. «Un gato es un lujo», aseguró la nobel Doris Lessing.

«Hay mucho mito en torno al gato», advierte a Fugas la autora de raíces gallegas Espido Freire (Bilbao, 1974), que adoptó cuatro gatas en un período muy breve. De las cuatro, le quedan dos, ya ancianas, diferentes: Rusia y Lady Macbeth. «Rusia es un murcielaguín, un ser del averno que camina como una pantera. Necesita actividad constante. Algo se rompe, y es Rusia», cuenta. En cambio, Lady Macbeth «es torpe y tiene un gran sentido del ridículo. No puedes reírte de ella». Para gatas, ovillos de colores. La primera felina que tuvo Espido le arañó el corazón, fue Iona. Se había caído de un tejado y la había rescatado la escritora Marta Sanz, autora de La vida secreta de los gatos. «Me llegó un mensaje suyo: «¿Espido, quieres una gata?». Y al hilo de la pregunta entró la gata, Iona, en casa de la autora más joven en ganar el Premio Planeta, con Melocotones helados. «Cariñosa, adorable, agradecida», Iona, que tenía el síndrome del gato paracaidista (y que después se llevó a matar con Lady Macbeth), destroza clichés gatunos. «Los gatos son coherentes y fascinantes cuando les conoces», afirma Espido, que junto a Rusia adoptó a Ofelia, «elegante y preciosa, una gata gacela que era amiga de todas las gatas». Inolvidable majestad. «Yo no sé si casi todos los escritores tienen gato; habría que hacer un estudio sobre esto, pero en todo caso supongo que si los escritores solemos tener gato es debido a que pasamos mucho tiempo en casa», responde a Fugas Sara Mesa, que deja huella de su convivencia con una perra y un gato en Perrita Country.

Almudena Sánchez, que desnudó la depresión en Fármaco, pertenece al selecto club de los que siempre han tenido gato. «Me parecen los animales más espirituales de la naturaleza, ¡aunque no he tenido relación con un cocodrilo ni con un león!, pero, entre los animales domésticos el gato es el que más en consonancia está con lo trascendental. La escritura también tiene esa parte de trance. La contemplación es una enseñanza, y esta enseñanza te la da el gato», cuenta quien hace un par de años subió a la red este tuit: «Mi gato lleva tres horas mirando por la ventana. Eso sí es insistencia poética». El ser silencioso, «poco molesto», de la mayoría de los gatos explica también, según Almudena Sánchez, el buen encaje felino-literario. «El gato es un peluche silencioso, un tesoro. El gato siempre va conmigo, me hace la vida mejor. Ahora tengo dos, Leo y Lea, de leer, y no pueden ser más diferentes...», revela Almudena Sánchez. «Es grande el misterio de los animales de compañía. Llega un punto en que nosotros nos acercamos al animal y el animal a nosotros», revela el gran Álvaro Pombo (Santander, 1939), autor de la novela El destino de un gato común. «El gato es un animal interesante. A mí me entretienen y me hacen gracia, son buenos compañeros de vida. Para mí lo han sido; soy una persona muy casera y los gatos acompañan. Todo lo que puedo decirte de los gatos lo digo en El destino de un gato común. No es fácil tener gato, porque suelen morirse antes que uno», lamenta el escritor y académico.

«El gato no te pide nada, solo estar contigo. Al perro hay que sacarlo. El perro te permite la socialización, lo llevas al parque, alardeas de él... El gato no —concluye Espido, reacia a la gatomanía—. El gato ha tenido su momento de esplendor cuando han aparecido las redes sociales. Un gato pertenece a la vida íntima. Con la exposición mediática que ha traído la pandemia, el gato se ha convertido en el rey de internet. Es interesante la capacidad del lenguaje animal. Cuando dicen: 'Es que no solo les falta hablar', pienso: 'A mis gatas no les hace falta hablar'. Basta el maullido. Anécdotas tengo mil, pero lo interesante no es eso, sino el hábito, el proceso del lenguaje que se crea en contacto con el animal. Es fascinante cuando ven lo invisible, eso que tú no captas». Los gatos saben estar y no estar.

Eloy Tizón retratado escribiendo junto a su gato, en una foto que ha cedido a Fugas.
Eloy Tizón retratado escribiendo junto a su gato, en una foto que ha cedido a Fugas. VÍCTOR BENÍTEZ

Mi gato

por Eloy Tizón

Convivir con un gato significa convivir con un filósofo del tiempo. En muchos sentidos, son nuestros maestros. Hay tanto que aprender de ellos. Yo creo que los gatos, en el fondo, sienten lástima de los humanos. Les da pena que seamos una especie inferior y menos evolucionada. Comparados con ellos, carecemos de su elasticidad, su capacidad de salto, su indolencia, su agudeza visual, su gestión impecable del tiempo, su infinita elegancia, su maravilloso sistema nervioso, que les concede el privilegio de relajarse a voluntad… Y tantas y tantas virtudes más.

Escritores y gatos mezclan bien, estoy de acuerdo con eso. Se ha dicho muchas veces que el gato es una criatura literaria. Lo es, porque comparte con nosotros la necesidad de aislamiento, el carácter furtivo, el apego por las cosas silenciosas y las mesas llenas de libros y papeles. Y aunque su fama de ariscos les precede, lo cierto es que, al menos en mi caso (no me atrevo a generalizar), mi gato es una criatura cariñosa, muy necesitada de mimos, juegos y caricias.

Hasta que de vez en cuando, sin saber por qué ni venir a cuento, me da un zarpazo o me muerde; quizá para recordarme, por si se me había olvidado, que el amor ?ay? también duele.

De entre todos los felinos que pululan por las páginas literarias, que son muchos, no puedo dejar de acordarme del gato que aparece en El maestro y Margarita, de Bulgákov, formando parte de aquella cohorte diabólica, capaz de sostenerse en pie y caminar, viajar en tranvía, e incluso sostener una copa de coñac frente a la chimenea, como un viejo lord inglés.