El amor no es solo romance si lo escribe Annie Ernaux

FUGAS

El último libro de la nobel de literatura explora una fugaz relación que mantuvo con un hombre mucho más joven que ella

24 mar 2023 . Actualizado a las 20:09 h.

Ante la premisa de este nuevo libro de Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) —un amor a destiempo, de esos que hacen que se paren todos los relojes, incluso los biológicos—, uno puede imaginar una historia arrolladora, repleta hasta la nevera de amor y lujuria, al más puro estilo Marguerite Duras. Algo con aroma al Pura Pasión que tantas penas le trajo a la propia Annie escribirlo y tantas alegrías a nosotros leerlo. Algo desenfrenado con un toque obsesivo. Impulsos imparables, noches en vela, un toque de lascivia. Eso esperaba, pero nada de eso encontré.

Vuelve aquí la Ernaux de El lugar, de El acontecimiento y de La vergüenza. Una Ernaux analítica, muy sosegada y llena de templanza, que está por encima de todo sentimentalismo. Esa que ata en corto la parte de sí misma que quiere dejarse llevar. La que se deshace del yo desenfrenado que no le sirve de nada en esta historia y lo apuñala por la espalda.

Nos queda entonces su mejor versión, la que la catapultó al éxito por saber demostrar que una historia es mucho más personal si se despersonaliza y, de repente, se convierte en universal. Haciendo de lo íntimo algo social y de lo nimio un golpe de Estado.

En un café de Rouen, Ernaux conoce a A., un joven de 25 años —30 menos que ella en aquel momento— que le devuelve al entorno y las sensaciones de un tiempo pasado que a veces fue mejor y otras muchas fue peor. En El hombre joven —publicado en francés en el 2022, meses antes de que recibiese el Premio Nobel, y recién llegado a España de la mano del sello Cabaret Voltaire—, Ernaux explora lo que supuso para ella aquella relación que le hizo revivir su memoria.

Una zambullida en el pasado

Estar con A. significa para Annie dar marcha atrás al tiempo y volver a un mundo que, tras tantos años, ya no es el suyo. Romantiza la precariedad de una juventud en la que solo funciona un hornillo de la cocina y las ventanas están mal aisladas, le enternece saber que A. prefiere ir a un supermercado mucho más lejano porque la barra de pan es 50 céntimos más barata. «Él era el portador de la memoria de mi primer mundo», asegura. Estar con A. es estar con ella misma, un par de décadas más tarde. Estar con A. le revitaliza, le insufla aires de juventud. Estar con A. le permite volver a meter un pie en la piscina en la que solía bañarse.

Pero, claro, ahora Annie tiene más experiencia, más sabiduría y una economía mucho más saneada. Ahí comienza el desapego, la racionalización. «Yo ya no estaba en el mismo mundo que él», dice cuando se da cuenta de que la relación no es más que un analgésico, un parche para hacer que la herida de su conciencia de clase deje de sangrar.

Al final, esa posición de dominación lo enturbia todo y acaba dibujando a Ernaux con tintes fríos. ¿Demasiado calculadora? ¿Un poco manipuladora? Dejémoslo en que para ella el agua de aquella piscina ya no está tan fría como solía estarlo y, siendo sinceros, este affaire no es más que un chapuzoncillo para ambos.

Aun así, este fugaz episodio amoroso acaba con un sentimiento de victoria. El hombre joven consiguió desbloquear recuerdos olvidados, algo que, para alguien que vive de escribir sus memorias, es un valioso legado. Pasear por Rouen de la mano de A. revivió a la Annie que paseaba por esas mismas calles en los años 60: aquella estudiante embarazada que buscaba desesperadamente una solución en El acontecimiento. Y la empujó a escribir.

Qué daño hacen los años

El paso del tiempo nunca fue un problema para Annie, una mujer segura de sí misma a los 20, a los 40 y a los 60. Sin embargo en El hombre joven se muestra casi frágil, consciente de que lo vivido es mucho más largo que lo que queda por vivir. Se resquebraja su imagen de roca imperecedera y nos deja con una amarga sensación: los años pasan para todos.

Dice: «Si estaba con un joven de 25 años era para no tener ante mí (...) la cara marcada de un hombre de mi edad, la de mi propio envejecimiento. Frente a la de A. la mía también era joven». Una fórmula de la felicidad que los hombres descodificaron hace siglos, pero que, por supuesto, fue siempre indigna en la piel femenina.

Ese impulso de querer frenar las horas y recuperar un pasado más brillante y jovial es tan universal como inhalar aire, pero tan peligroso como inhalar humo. Annie lo descubre en esta relación escandalosa y decisiva y, en cierta manera, nos ayuda a aceptar la realidad más humana: nos hacemos mayores, ¿y qué?