«La novela no existe sin el lector», asegura la autora, que descubre a Eugene Schieffelin, el apasionado de Shakespeare que llenó de estorninos Nueva York
08 jun 2023 . Actualizado a las 16:52 h.El loco de los pájaros es real, existió. No se trata de Shakespeare, pero él fue el autor que despertó una loca idea en Eugene Schieffelin (1827-1906), hermano pequeño de una familia neoyorquina que vivió de rentas. Fue la loca idea de llenar Nueva York de los pájaros que volaban en las obras de Shakespeare, más de 50. «Eugene era un ornitólogo apasionado, y tuvo esa ocurrencia preciosa, pero catastrófica, de introducir en Central Park todos los pájaros que nombra Shakespeare en su obra», cuenta antes de su presentación en A Coruña, junto a Antonio Sandoval, Care Santos (Mataró, 1970), premio Nadal en el 2017 por Media vida. De un rápido vuelo, nos adentra la autora en El loco de los pájaros, en el Nueva York de finales del XIX para hacer memoria y ficción.
A veces, lo peor de un sueño es hacerlo realidad.
—La figura de Eugene Schieffelin es un descubrimiento para muchos. Como ver en su novela «El loco de los pájaros» el recuento de todas las aves que salieron en las obras de Shakespeare...
—54 especies en total en su obra. De ellas se sabe que Eugene introdujo en Estados Unidos una, el estornino. Fue una catástrofe. No es un ave autóctona en Estados Unidos y está considerada invasiva.
—¿William Shakespeare fue un gran amante de los pájaros?
—Nombró muchos pájaros en su obra, pero tampoco parece que fuera un experto ornitólogo. Hay quien dice que era halconero. Que nombró pájaros es evidente. Pero a veces los nombró sin ninguno o con muy poco rigor científico.
—Habla de un retrato de Shakespeare con un halcón gerifalte en el brazo. ¿Existe?
—Existe, porque se lo hizo pintar Harting, el ornitólogo que escribió el libro Los pájaros de Shakespeare, y que aunó las dos grandes pasiones inglesas, Shakespeare y los pájaros. Los pájaros de Shakespeare es un libro curioso, en el que Harting va dando cuenta de todas las referencias ornitológicas de Shakespeare, con una interpretación decimonónica. Él mandó pintar ese cuadro en que se ve a Shakespeare se cree que disfrazado de mercader de Venecia, con un halcón. La veracidad de ese halcón es muy discutida.
—Revela que este libro nació en la calle Catorce, esquina con la calle Broadway, en Nueva York, de un pequeño volumen que adquirió en la librería Strand.
—Sí, Strand es un lugar que me encanta. El libro se llamaba Cómo Shakespeare lo cambió todo. Como soy shakespeariana de pro, el libro me fascinó, y me pasó como a ti... Me parecía increíble no saber nada de Eugene Schieffelin, que no existieran novelas, series o una película. Yo soy novelista, así que no pude resistir la tentación de novelarlo yo.
—«La realidad que me interesa está en la ficción», afirma. En su novela hay otros personajes reales, como Nellie Bly, la mujer que dio la vuelta al mundo en 72 días. ¿Cómo fue el proceso de selección de los personajes reales?
—Yo siempre mezclo en mis novelas personajes reales con personajes de ficción. Siempre comienzo por la labor de documentación, y me da la sensación de que estoy haciendo un cásting. Siempre sentí predilección por personajes interesantes de los que casi nada se sabe. O que han sido silenciados y, qué casualidad, muchos son mujeres. Nellie Bly es una de ellas, la baronesa de Burdett-Coutts es otra.
—¿Ha tenido una abuela fabulosa, como la de su novela, Hannah?
—He tenido una abuela que ha marcado mi vida, a la que dediqué mi novela Diamante azul. Creo que, sin mi abuela, yo no habría sido escritora. Era una narradora oral impresionante. Como Hannah, tenía costumbres extravagantes. Como a ella, le gustaba reunirnos a todos y contarnos historias. Tenía mucho repertorio, en verso, en prosa... Era un personaje. Mi abuela planea sobre Hannah, sí, y debo advertir que Hannah es real también. Escribía poesía y un diario de sus viajes con su marido cuando fue desterrada de la comunidad de cuáqueros, y la familia lo donó a la biblioteca pública de Nueva York, donde yo los he podido consultar...
—Eugene es la oveja negra de la familia, el hermano descabalgado del clan junto con Martha. ¿Las ovejas negras dan buen relato?
—Ya lo creo. Eugene es un personaje muy resbaladizo. A diferencia de sus hermanos importantes, él no dejó nada escrito, no había retratos suyos. Entonces, cuanto más importantes se sentían, más escribían sus historias y las legaban a la biblioteca. Era típico de la sociedad culta y rica de su momento. Eugene no dejó nada de eso, lo que me dio licencia para novelar. Me he basado mucho en biografías de ornitólogos, tanto aficionados como profesionales. Y en todas hay un momento de epifanía, que es la infancia.
—¿Qué la une a Nueva York?
—No sé... Una historia de felicidad continuada. Es un lugar que me lo cura todo. Los últimos 25 años, he ido mínimo una vez al año. Empecé yendo al teatro, porque soy muy teatrera, pero fui ampliando el círculo de mi felicidad a librerías, a museos, a calles, a todo tipo de sitios. No he vivido nunca allí, creo que es mucho mejor estar de visita en Nueva York.
—¿Piensa en el lector?
—Mucho. Para mí, la literatura no es un acto de ensimismamiento, sino de comunicación. Pienso todo el tiempo en el lector, en qué podemos compartir. La novela no existe sin el lector. El lector de la novela no tiene que hacer ningún trabajo, el trabajo lo tienes que hacer tú, debe haber una estrategia de seducción. Será que he escrito mucho para jóvenes, y de los jóvenes se aprende mucho. El público juvenil es muy duro, porque está por convencer. Esta es la diferencia con el público adulto. A los lectores jóvenes los tienes que convencer de que leer les va a hacer más felices, y no se lo creen mucho...