El sueño y la guerra

Mercedes Corbillón

FUGAS

Una mujer israelí se hace un selfie -en una imagen de archivo- en un campo de folores cerca del kibutz Nir Yitzhak, en el sur de Israel.
Una mujer israelí se hace un selfie -en una imagen de archivo- en un campo de folores cerca del kibutz Nir Yitzhak, en el sur de Israel. AMIR COHEN | Reuters

13 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevaba días soñando con Jerusalén, con ganar la beca del Ayuntamiento de Santiago y pasarme allí el mes de agosto. Era uno de esos sueños que parecen materializarse de tanto haberlo imaginado. Me veía allí, escuchando el canto de los almuecines y los golpes de las frentes en el muro de las lamentaciones, y el júbilo de los turistas al visitar el Santo Sepulcro. También veía los misiles en las azoteas y las armas colgadas sobre hombres con barriga y me veía a mí escribiendo todo el día bajo un ventilador de aspas, en bragas, con el pelo recogido, intentando recordar cuál era el nombre del kibutz que visitamos aquella otra vez que viajamos a Israel. Palestina solo eran las tierras que había tras el muro, donde vivían los terroristas, eso aseguraba el guía, muy enfadado, cuando mamá decía, cándida, que era triste aquella mole que separaba a personas, que todos los seres humanos son iguales y tienen derecho a vivir en su tierra; el coche negro avanzaba por carreteras robadas al desierto y el hombre gritaba: «¡Señoraaaa, son terroristaaass!».

Del kibutz del que solo recuerdo que estaba al norte, cerca de los Altos del Golán y que tenía una organización comunista, ningún trabajo era más importante que el otro. Dormimos allí y al amanecer paseamos hasta el cementerio. Era un pedazo de tierra cubierto de hierba descolorida y rodeado de una verja bajita y oxidada. Me pareció hermosísimo. Sobre una lápida de piedra sin cruz vimos escrito el nombre de alguien que llevaba allí cien años, o casi. A lo mejor esa persona cumplió su sueño de morir en la tierra prometida y nosotras nuestro sueño burgués de visitar Oriente Medio.

En mi estantería busco Siete años de abundancia. Dice Edgar Keret: «La primera salva de misiles nos devolvió la sensación de estar contra un enemigo despiadado, uno realmente feroz, no uno que lucha por su libertad y autodeterminación (…) regresamos a la velocidad de la luz a un patriotismo que ya habíamos abandonado. (…) ¿Es de extrañar que nos sintamos un poco aliviados? Al fin y al cabo, no somos los mejores resolviendo ambigüedades morales. Pero siempre hemos sabido cómo ganar una guerra».