Muñoz Molina, en A Coruña: «Han medido que el amor dura 14 meses, ¿y cómo lo saben?»

FUGAS

Antonio Muñoz Molina en su visita a A Coruña este otoño.
Antonio Muñoz Molina en su visita a A Coruña este otoño. EDUARDO PEREZ

En su última novela, el escritor pone a prueba el amor, el que siente su protagonista hacia sus orígenes, sus padres y la mujer de su vida

03 nov 2023 . Actualizado a las 23:02 h.

Ha escrito medio centenar de obras, ganado premios como el Nacional de Narrativa o el Planeta, es académico de la Española y dirigió el Instituto Cervantes de Nueva York. Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) confiesa que el estímulo y el disfrute de escribir no se agotan: «Mientras dure, van a más». Su último libro, No te veré morir, lo trae hasta A Coruña un día de temporal. Incapaz de apartar la mirada del ventanal con vistas a Riazor, hipnotizado por los surfistas que bajan a la playa a pesar de todo, dice que esa capacidad de fijarse en los detalles es uno de los aspectos que más disfruta de sus giras.

Un amor interrumpido durante 50 años, y por los miles de kilómetros que separan Madrid de California, centra su novela. «Cuando se produce una separación, el que se va olvida más rápido», desliza. Pero el otro también sufre. «El emigrante difícilmente se integra. Hay una distancia que, con el paso del tiempo, en vez de suavizarse se puede exagerar. Una parte suya se queda fuera del mundo», apunta.

En esta historia escrita sin puntos, sus vivencias y las de amigos suyos en tierras americanas permean algunos pasajes. «En Nueva Jersey pensaba que los gallegos llevaban bombonas de aire de los bares españoles», dice sonriendo, recordando aquel penetrante aroma a tabaco.

—¿Es muy tedioso estar de gira?

—Uno se siente responsable del libro, tienes que ayudar a su difusión si tienes la suerte de tener lectores. Se trata de medir hasta dónde y durante cuánto tiempo. La proyección pública creo que tiene que medirse muy cuidadosamente porque, si te dejas llevar, te puedes convertir en tu propio personaje. He visto a escritores que son eso, personajes públicos, y eso les afecta hasta en su forma de ser, actúan. A mí no me gusta actuar. A veces sobrecoge un poco el calor de la gente. Es como un músico, enseguida nota el público. Para esas personas un libro tuyo tiene a lo mejor importancia, eso te compensa. Al fin y al cabo, este es un trabajo raro.

—¿Se puede esperar a alguien 50 años?

—El otro día leí sobre uno de estos experimentos que son una pamplina: han medido que el amor dura 14 meses, ¿y cómo lo saben? Yo creo que hay amores que duran muy poco y otros mucho. Como escribió el poeta Luis Rosales, «el amor es eterno mientras dura».

­—¿Somos una «invención dócil» de nuestros padres, como dice un personaje?

—Imaginamos que somos más autónomos, pero somos en gran medida las circunstancias en las que hemos nacido, los padres que tenemos. Mi padre tenía un puesto en la plaza de abastos y deseaba que trabajara con él. Le salí rana, pero gracias a su puesto, y a las becas, pude estudiar. Tenemos una tensión, un juego extraño entre la lealtad y la gratitud y la necesidad de desarrollar las propias capacidades que a veces puede producir amargura.

—Dos de sus personajes dejan España, en diferentes épocas, para irse a Estados Unidos. ¿También sintió el flechazo?

—El protagonista se encuentra en un mundo donde, en principio, es todo más grande. Todo es más, para las personas con privilegios... Llegar del Madrid del 67 a la California del flower power es como hacerlo a otro planeta. Esta expresión del sueño americano la dicen con mucha naturalidad. Son muy teatrales, muy escenográficos. A nosotros nos daría vergüenza decir el sueño español.

—¿Usted se reconcilió con España?

—Cómo no te vas a reconciliar. Pertenezco a una generación peculiar porque está entre dos mundos. Cuando pusieron agua corriente en mi casa, yo no es que echara de menos el cuarto de baño, no sabía que hubiera. Eso, si no lo has visto, es muy difícil de calibrar. No puedes imaginar bien lo que no has conocido. Viviendo fuera, una cosa que he descubierto es que soy más español y europeo de lo que pensaba y, en un sentido, me gusta porque implica una actitud más cordial hacia la vida. En Estados Unidos el permiso de paternidad es como ciencia ficción. Tenemos complejo, mucha tendencia a ser autocríticos, y está bien serlo, pero a veces podemos pasarnos. Pensamos que allí es todo más avanzado, y eso es mentira. Cuando llegué allí, antes de la presidencia de Obama, sí es cierto que había una diferencia que me daba cierta envidia. Parecía que había una base de concordia por encima de las opciones partidistas, sin el enconamiento que teníamos nosotros. Después de Trump, es un país más dividido que España.

—¿El tiempo no cura nada?

—Eso lo dice un personaje. Pero a mí, según voy teniendo más perspectiva, me doy cuenta de que el tiempo puede mejorar las cosas, puede mejorarlo a uno si uno tiene vocación de aprender, si no se deja llevar por el disgusto, corres ese peligro. Incluso la belleza, me gusta la belleza marcada por el tiempo, no es una belleza a pesar del tiempo, como quiere imponer Instagram.

—¿Las redes sociales no lo tientan?

—Mucha de esta bronca política viene de ahí. Más de 40 fiscales han denunciado al ladrón Zuckerberg en EE. UU. porque a conciencia busca enganchar a los niños. El daño que esta gente hace al mundo es incalculable. Estoy en guerra contra todo eso. Me niego. Me enorgullezco de no haber entrado nunca en Twitter. Creo que se creará un movimiento de resistencia a toda esta manipulación permanente... si no nos destruyen ellos antes.