«La danza de París»: la historia real de abusos, maltrato y pobreza del ballet parisino del siglo XIX

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La coruñesa María López Villarquide escribe un libro en tres actos, con un coro amplio, como los buenos ballets, donde la historia se impone a la música y nos recuerda que la memoria de las sociedades es tan frágil como todos nosotros queramos

14 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La coruñesa María López Villarquide publica su tercer libro, y una vez más recupera una historia de mujeres olvidadas a la vez que consigue hilar una narración verosímil sobre el asunto. Villarquide saltó en el 2018 al mundo editorial con La catedrática, una novela sobre la real Luisa Medrano, ocupante del puesto más alto de la universidad salmantina del siglo XVI, y siguió con La juglaresa, para imaginar en este caso la vida de una música en la corte de Alfonso X el Sabio. Ahora da un paso más y en La danza de París rescata una historia real de abusos sexuales, maltrato y pobreza ambientada en el mundo del ballet clásico parisino del siglo XIX.

Aunque lo suyo es novela en estado puro, Villarquide no deja de lado la investigación para recuperar lo que pueda del contexto. En esta ocasión estuvo dos meses en la capital francesa (gracias a una subvención del Ministerio de Cultura) para investigar sobre el terreno una historia inquietante, y por momentos muy actual, sobre poder, machismo, violencia, vulnerabilidad y venganza. Un asesinato y la figura del enigmático escultor y pintor Edgar Degas ponen color a las cuitas de Marie van Goethem, una joven, una niña, que se intuye el hilo conductor de una historia ambientada en tres tiempos: 1851, 1866 y 1877.

A lo largo de las casi 300 páginas, Villarquide nos habla de cómo una red de pederastas y abusadores vinculados al mundo de la danza usaban y abusan de las pequeñas bailarinas que hacían de coro a las grandes estrellas del ballet. Eran las conocidas como las wilis, vinculadas a una de las grandes obras de la historia de la danza, Giselle.

Sobre el papel son mimbres complejos para quien no sabe nada de la danza, pero, aunque en el texto se observan guiños a este arte, lo cierto es que la historia traspasa los límites del escenario. María López Villarquide sabe atrapar al lector en las reflexiones de un hombre de éxito cuando echa la vista atrás y se reconoce culpable de muchas injusticias. O en la forma en la que cuenta, casi en directo, cómo una joven hace jirones su libertad al confiar su futuro (no románticamente, pero sí con inocencia) a abusadores que ni siquiera se reconocen como tales. La escritora es contenida pero clara en la descripción de la pobreza, un elemento que se pega al lector como un barniz.

Pero hasta en un ambiente tan vencido, Villarquide quiere dejar espacio a la belleza en su expresión más genuina y a la bondad, incluso cuando esta es pasiva, como la que le adjudica al pintor Edgar Degas, quien se eleva entre la mezquindad de los personajes sin dejar por ello de ser humano. Un cuadro y una escultura de este autor sirven para rendir homenaje a todas esas niñas que sufrieron lo indecible por tener la mala suerte de vivir en el barrio y en el siglo equivocados.

Es un libro en tres actos, con un coro amplio, como los buenos ballets, donde la historia se impone a la música, nos apela como seres humanos y nos recuerda que la memoria de las sociedades es tan frágil como todos nosotros queramos.