Lila Downs, cantante: «He soñado varias veces con Galicia por su comida»

FUGAS

CHINO LEMUS (C)

Es la jefa. Nadie como ella representa la lucha por la defensa de los pueblos indígenas, su cultura y su folklore. El sábado 6 actúa en el PortAmérica

28 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Hizo suya la herencia cultural de los indígenas mexicanos, la iconografía de Frida Kahlo y la música de Chavela Vargas para revestir, como nadie, el conjunto de compromiso y modernidad. Lila Downs (Oaxaca, 1968) es una figura fundamental en la revisión de los cánones y de los valores de la música latinoamericana. Hija de una indígena mixteca y de padre estadounidense de ascendencia británica, el mestizaje es parte esencial no solo de su música sino de su manera de entender la vida. «Ahora todas las fusiones son válidas y cuanto más extrañas y más contrastes supongan, más lindas e interesantes son», comenta.

—«Cambia lo superficial / Cambia lo profundo / Cambia el modo de pensar / Cambia todo en este mundo», dices en una de tus últimas canciones. Lo que no sé es si en algunas cosas no estamos cambiando a peor, si no estamos dando algunos peligrosos pasos hacia atrás.

—Sí, ese es también mi temor. Y ahí es donde entramos nosotros, los que andamos en lo de la raíz. Los que buscamos poner en valor esas palabras de nuestras abuelas, que tanta sabiduría atesoran y hoy suenan más vigentes que nunca. Ver como las nuevas generaciones lo acogen es muy emocionante, porque dices: «¡Uy, qué bien!». Esta preocupación, este deseo y este amor por lo nuestro, por las costumbres y por las tradiciones, que no se pelea con la modernidad, va a quedar para el futuro.

—¿Eres optimista de cara a ese futuro?

—Tengo una niña de 7 años y un hijo de 14 y me da mucha felicidad ver cómo se emocionan con cosas que son antiguas, pero que para ellos son nuevas. Yo siento que están atados a nuestra tierra, que se sienten parte de nuestra esencia y también que están muy dispuestos a pelearlo. Especialmente mi nena. Es una guerrera. Así que sí, estoy tranquila en ese sentido.

—Tú te fuiste a vivir a Nueva York...

—(Interrumpe) Sí, con la idea de aprender de otras culturas. Me fascinaba mucho aprender de los demás.

—¿Y ahora has regresado a Oaxaca para reaprender de tu cultura propia?

—Así es. Volver ahora a mi tierra supone enfrentarme con las enfermedades sociales que tenemos, pero también con ese reencuentro con la raíz que está aconteciendo. Hay como un renacimiento de la música, del arte, de la artesanía... Del barro, del carrizo, de los tejidos, de los canastillos... Cosas que yo veía en mi niñez y que decía ¿por qué se dejó de hacer eso? Pues ahora hay un renacer de todo eso y me parece algo muy positivo para nuestra tierra.

—Eres muy dada a utilizar dualidades en los títulos de tus discos. Uno de ellos es «Pecados y milagros». ¿Cuáles son los tuyos?

—Creo que mi pecado mayor ha sido la ambición. Por fin he aprendido que hay ocasiones en las que debes decir: «No. Ya está. Calma». Porque lo más importante es estar con la familia, poner atención a los hijos, a mi madre... También a la música, pero desde otra perspectiva. De disfrutarla como al principio. Una de las cosas más importantes que me ha enseñado la muerte, hace año y medio, de mi marido es a analizar cómo fue el inicio de mi carrera y cuáles eran mis ideales y mis principios. En cuanto a mi mayor milagro, definitivamente, han sido mis hijos.

—Otro título era «Lágrimas y deseo».

—Yo soy muy de lágrimas. Me parecen necesarias y muy importantes. En mi niñez, mi madre, que venía de otra generación, nos prohibía llorar. No era parte del idioma emotivo. Así que yo con mis hijos soy muy diferente. Le digo «llora hija, claro. Es importante que tú llores». Y en cuanto al deseo, sí, está la parte física, del deseo carnal, pero también está el deseo que es innato. Para mis padres, que los dos eran artistas, era muy importante que yo hiciera lo que yo deseara. Eso es algo hermosísimo.

—Un elemento de deseo importante para ti es la comida, tan presente siempre en tus canciones y en tu vida en general.

—Claro. La comida es nuestro sustento, pero también es nuestra personalidad y nuestro carácter. Es parte importante de quienes somos. Como personas y como país.

—La última vez que viniste a Galicia viniste a una fiesta del Marisco, la de O Grove. ¿Cómo recuerdas aquella visita?

—Fue de una belleza enorme, pero mis principales recuerdos son de la comida (se ríe). He soñado varias veces con Galicia por su comida. Nos impactaron mucho las navajas y los percebes. Hasta el punto de que el trompetista de mi grupo se ha tatuado un percebe acá, en el brazo. Lo pasamos increíble, la verdad.

—Tú llevas tatuada en tu antebrazo la palabra «respeto». ¿Qué significa ese concepto para ti?

—Nuestro benemérito de las Américas, el gran Benito Juárez, dijo ya en el siglo XIX que el respeto al derecho ajeno es la paz. Y ese es un lema que tenemos aquí, en Oaxaca, yo creo que porque venimos de naciones muy diversas y complejas. Cuando yo compuse La patria madrina, una canción dedicada a él, en un momento en el que el feminismo empezaba a asentarse en México, sentí que justo eso, respeto, era lo que necesitaba pedirle a mis compañeros varones. Por eso me hice ese tatuaje.

—Hace poco has recibido en tu casa la visita de Rodrigo Cuevas, ¿cómo ha sido ese encuentro?

—Estoy impactada con Rodrigo, con su gran deseo de conocer y de alimentarse de la cultura. Él decidió coger un avión, llegar a Oaxaca y quedarse aquí una semana para conocer mi cultura, mi entorno, mi ciudad... Eso me impresionó mucho. En el desarrollo de toda mi carrera no ha habido un artista así. Él es un lindo, una persona supersensible.