Pudo ser la Bob Dylan española, pero en los 70 se esperaba de ella todo lo que en su segundo disco decidió no darle al público
02 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La casualidad ha hecho que este artículo, que se podía haber escrito en cualquier momento desde que Amaia —de España— se reveló como heredera natural de Cecilia, se publique un 2 de agosto. Tal día como hoy en 1976 perdía la vida Evangelina —su nombre real— en un accidente de tráfico en Zamora, tras un concierto ofrecido en Vigo. Tenía la misma edad que Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Curt Cobain o Amy Winehouse cuando murieron, pero nadie la incluyó nunca en el Club de los 27. Casi medio siglo después de este fatídico suceso, el libro de Eduardo Bravo Cecilia 2, la historia del disco que no pudo ser, reivindica su figura, y le otorga un papel fundamental en la historia de la música de nuestro país, reconocimiento que no logró alcanzar en vida por falta de tiempo y rebeldía.
Cecilia no quiso adaptarse a los cánones. No encajaba en el tardofranquismo dentro de unos moldes que la ceñían, como artista y mujer, a la creación de canciones inocuas donde las relaciones románticas fuesen las protagonistas de sus temas. Joven que hablaba mejor el inglés que el castellano, había conocido mundo gracias a la profesión de su padre, diplomático. Su vuelta a España inundó su mundo de unos contrastes que enriquecieron sus composiciones, pero el país no estaba preparado para tanta libertad, existencialismo e insumisión. Con todo, acarició el éxito de la mano de la multinacional CBS, que le brindó la oportunidad de lanzar un disco cuyas canciones —algunas— sí han llegado hasta la actualidad. La famosísima canción de Simon and Garfunkel le valió a Evangelina para adoptar un nombre artístico que daba muestras de por dónde iría su música. Así, su disco homónimo se convirtió tanto en una sorpresa como en un éxito de ventas, sobre todo gracias a la canción Dama, dama, con la que inició una serie de temas de denuncia social que no siempre pasaron el corte de la censura. Nada de nada y Fui son otras muestras de un LP comprometido donde la introspección era marca de la casa.
Aunque el cardado y la lentejuela aún tardarían unos años en ponerse de moda, en España se imponían mujeres que, como podían, navegaban entre la exuberancia y el recato. Mientras tanto, una lánguida Cecilia buscaba un hueco con su pelo lacio, sus holgados vestidos —que ahora seguirían la tendencia boho— y su carita lavada. No ayudaba su estética a las intenciones que tenía para su segundo disco, que no coincidían del todo con lo que pretendía la multinacional para la que trabajaba. Para empezar, la propuesta del nombre: Cecilia 2, no le convencía porque pretendía apartarse de las canciones de su LP de debut. Para seguir, la madrileña pretendía ahondar en cuestiones silenciadas en aquella época, como el suicidio o estar soltera por elección. «Era una gran compositora pese a ser una cría. Además, sin llegar a politizarse, hablaba de problemas que entonces no se tocaban, y eso era muy complicado en el franquismo. ¿Quién trataba la salud mental en una canción en los setenta? Cecilia era única. Podría compararse con Mari Trini quizás, pero esta era más melodramática; o con María Ostiz, pero era más conservadora».
Habla el periodista Jose Madrid, que en el 2011 publicó el libro Equilibrista. La vida de Cecilia. Este escritor piensa que Cecilia «trajo a España una música absolutamente insólita». «Tenía un estilo muy anglosajón, pero con letras muy españolas; bebía de Bob Dylan en la música, pero sus historias eran un poco berlanguianas», apunta.
Me quedaré soltera es una declaración de intenciones, Mi ciudad habla del ecologismo y Un millón de sueños hace referencia a la guerra civil española. De hecho, este último tema tuvo que lidiar con los censores. Originalmente se llamó Un millón de muertos, e incluso una vez se cambió el título se consideró «no radiable» para las emisoras.
Estos temas pasaron sin pena ni gloria para el gran público. Pero en 1975 llegaron esos dos hits que conoce hasta la generación Z, aunque entre la chavalada casi nadie sepa de quién son. Un ramito de violetas y Mi querida España siguen sonando hoy hasta la saciedad, y se han —mal—usado tantas veces que prácticamente han perdido su valor. El primero de estos temas «lo compone obligada, y aún así le sale una cosa maravillosa que habla de amor, obsesión, infidelidad... y que tiene hasta un giro de guion al final». El segundo tuvo que ser modificado —la estrofa que dice Esta España nuestra, en realidad hablaba de Esta España muerta— y ha sido utilizado como reclamo para enaltecer la patria en más de un mitin de Vox.
Cecilia era una chica de otro tiempo. Pero de su tiempo. «Le veo bastante parecido a Amaia y quizás a Rigoberta Bandini; tenía muchas inquietudes y un gran bagaje cultural. Creo que haber nacido en el siglo XXI le habría venido genial para muchas cosas, pero peor para otras. Ahora vivimos enganchados al móvil y ella no tenía Internet. Quizás no habría podido, o no habría querido, dedicarle tantas horas a Virgina Woolf o a San Juan de la Cruz», reflexiona Madrid.