La primera editora de la Nobel Han Kang en España: «Ahora, con el Nobel, algunos la odiarán profundamente, pero no podrán ningunearla más»

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Batallé se prendó de Kang en una feria de Fráncfort en la que se leyó «La vegetariana» de una sentada. Esa noche y las siguientes tuvo pesadillas.
Batallé se prendó de Kang en una feria de Fráncfort en la que se leyó «La vegetariana» de una sentada. Esa noche y las siguientes tuvo pesadillas.

«Lo dije por primera vez en el 2016: 'si hay justicia, esta autora ganará el Nobel algún día'», dice la primera editora de la surcoreana en castellano y catalán

01 dic 2024 . Actualizado a las 15:33 h.

John Banville le robó un momento la silla a Han Kang cuando la surcoreana recibió el Premio Nobel de Literatura y decidió que no lo iba a celebrar mientras hubiera guerras. Tras la noticia, Han Kang eligió tomar un té y que fuera su padre el que atendiese a los medios para agradecer el galardón de la Academia sueca. «Mi mujer se ajustó sin problemas al rol de esposa común y corriente que yo deseaba [...] Era más bien callada. Rara vez me pedía algo y no se quejaba por muy tarde que yo volviera del trabajo», dice el marido de la protagonista de La vegetariana, una mujer que pone en jaque el establisment con una elección personal (con dos, no usar sujetador y no volver a comer carne). Hay algo en el «no» de Han Kang que atenta contra los ritos del clan y la horma masculina del mundo. Esa incómoda singularidad dio pie a un pronóstico de la escritora Iolanda Batallé, editora que descubrió en España, en el sello Rata —creado para publicar textos escritos desde la necesidad— a la última mujer en recibir el Nobel. Iolanda leyó un manuscrito de la surcoreana en el 2016 y «flechazo». «Le dije a mi hijo que esta escritora, si había justicia, algún día ganaría el Nobel. Digo 'justicia' porque desde 1901 solo han ganado el premio 18 mujeres», recuerda la directora del espacio cultural Llibreria Ona.

­—¿Cómo fue aquella conversación con su hijo en la que adivinó el Nobel?

—La primera vez que Kang cenó en casa debió de ser en el 2016 [cuando ganó el Booker Prize]. Hace ocho años, este hijo al que menciono tenía en aquel momento 12 y cenábamos el chaval, Kang, la traductora al castellano, Sunme Yoon, maravillosa, mi pareja y yo. La cena fue apasionante. Cuando acabó, mi hijo me dijo: «¿Pero esa escritora que dices que es tan buena e importante es la que habla mucho o la que ha estado callada todo el rato?». «La que ha estado callada, y la gente que está callada, no siempre, pero acostumbra a tener mucho que decir». Fue en aquella cena cuando dije por primera vez públicamente: «Creo que Kang ganará el Nobel». Eso fue en el 16 en Barcelona, después estuve con ella varias veces en Madrid, donde hicimos una presentación chulísima de La vegetariana en Alberti. La última vez que cenamos debió de ser hace un año o año y medio en Barcelona.

­—¿Eligió celebrar el Nobel con silencio, en un gesto fiel al sentido de su obra? «Yo estaba planeando organizar una fiesta, pero mi hija me pidió que no lo hiciera. Me dijo: 'Por favor, no celebres nada mientras estamos viendo esos eventos trágicos (en alusión a las guerras)», dijo el padre de Kang en una rueda de prensa.

—Sí, encaja con lo que escribe en Actos humanos. Yo recomiendo leer por este orden: La vegetariana y Actos humanos, obra en la que revive los hechos terribles de una semana de mayo de 1980 en su ciudad natal, Gwangju, cuando el Ejército surcoreano sofocó a sangre y fuego una rebelión popular que provocó entre mil y dos mil víctimas. Actos humanos preserva sus voces. Hay una escena de la novela que no olvidaré nunca: una montaña de cuerpos muertos que hablan.

—¿Qué valora sobre todo de la Nobel?

—Su valentía como escritora. Ella siempre dice que lo que hace cuando escribe es plantear preguntas, hacer preguntas, redondearlas. Hay que permanecer dentro de ellas. En La vegetariana una mujer toma una decisión que no tendría por qué generar violencia, que es no comer carne. ¿Pero qué sucede a partir de ahí?

—¿La voz de su marido desnuda su propio patetismo, el de la mirada de él? Como Humbert Humbert en «Lolita»...

—La maravilla literaria de La vegetariana es que la protagonista no habla. La ves en tres voces: la del marido, patética, de una violencia pasiva y activa también. Después está el cuñado, que la viola pero tiene una voz de una belleza pictórica apabullante. Y está la voz, que es para mí la voz, la voz que me enamora, la de la hermana. Me identifico con este personaje, con esta pobre mujer que aguanta el mundo. Cuántas son así... Ve que la hermana no quiere formar parte de la humanidad, es un ser al que un día deja de importarle vivir o morir. Esa mujer queda en silencio y en silencio lleva a cabo su decisión. La vegetariana es el «preferiría no hacerlo» de Bartleby, de Melville, llevado al extremo. La vegetariana es «no lo voy a hacer».

­—¿Qué ve en la hermana, en esa voz que habla desde la compasión?

—Ella lo ve todo. El patetismo de su marido, el de su cuñado. La veo con un peso de toneladas, aguantando el mundo.

­—Es una de esas víctimas que sostienen el sistema, que hacen que funcione...

—Totalmente.

­—¿Cómo fue el flechazo con «La vegetariana», la persiguió en sueños, como le hablan los sueños a la protagonista?

—Leí de una sentada La vegetariana en la feria de Fráncfort. Me lo dieron en canutillo. Rata aún no había nacido. Lo empecé y no pude parar. Esa noche y unas cuantas más tuve pesadillas con La vegetariana. Se me aparecían las voces, las imágenes, los personajes... Cuando acabé el texto, inmediatamente escribí a la agente literaria para decirle: «Bárbara, quiero comprarte los derechos de esta obra en catalán y en castellano, ¡y si hay otra obra, te la compro! Al día siguiente, compré La vegetariana y Actos humanos.

—¿Cómo se elige un Nobel de Literatura?

—Últimamente, podemos hablar de «la literatura de la herida». Tanto Annie Ernaux como Jon Fosse como Olga Tokarczuk [también editada en Rata] son literatura de la herida.

—¿Ganaría a día de hoy el Nobel de Literatura un autor como Camilo José Cela?

—Bueno... Yo reivindico siempre que, si hubiera justicia, Mercè Rodoreda debería haberlo ganado. En los 80 y los 90 había quienes la etiquetaban de cursi, algo que no encaja con La muerte y la primavera. A tu pregunta es difícil responder. Yo creo que está bien que varíe el criterio... Me alegré cuando le dieron el Nobel a Svetlana Alexiévich y cuando se lo llevó Bob Dylan. Literatura no son solo novelas. También Leonard Cohen lo podría haber recibido, y sé que esto no es bien recibido, pero lo defiendo, defiendo la mezcla de géneros. Blanco, el último texto que edité de Han Kang, es un gran poema en prosa. La vegetariana es un texto redondo, solo por él Kang ya merecía el Premio Nobel, pero lo que me impresiona de ella es que en cada libro se plantea un reto literario muy distinto.

—Es muy lectora de mujeres Nobel, a muchos nos descubrió a la sueca Selma Lagerlöf y la italiana Grazia Deledda.

—A Toni Morrison la he leído entera, hice mi tesina en los noventa en Inglaterra sobre Morrison. Cuando lees una obra entera, a veces sientes: «Esto ya lo he leído», pero eso con Kang (he leído cuatro textos suyos y he editado tres) no me ha pasado. Cada libro es «¡Qué grande eres!», por eso desde el 2016 he dicho no una, sino varias veces, que esta mujer ganaría algún día el Nobel. Poca gente la conocía.

—¿Le costó a Han Kang abrirse camino entre escritores y lectores convencionales, le fue difícil hacerse leer?

—En su casa, en Corea, cuando se publicó La vegetariana la ninguneaban. Ella es hija de un intelectual. Un poco lo que le pasaba a Aurora Bertrana con su padre le pasó a Kang en Corea. Ahora, con el Nobel, algunos la odiarán profundamente, por envidia, pero no podrán ningunearla ni hacer mucho más. Ganar un Nobel es incontestable, en especial para esos hombres a los que tanto marca el mundo exterior. Los hombres aún hacen el canon, tienen el poder y no quieren perderlo.

—Alice Munro es una Nobel controvertida tras las revelaciones de su hija. ¿Sigue siendo, pese a ello, la maestra del cuento?

—Ahí está el separar la vida de la obra. No pasa solo con Munro. Yo adoro a Rodoreda, pero si ahondas en su vida hay temas duros, como el abandono de su hijo.

—¿Qué impresiones le ha dejado en estos años en la que ha conocido y editado Han Kang en el trato más cercano?

—La he ido conociendo y tratando en estos ocho años. Es una persona muy callada. De entrada, da una sensación grande de vulnerabilidad, pero cuando dice algo es siempre contundente, nunca es algo gratuito, es muy valiente, como lo es su escritura. Las personas que se quedan en lo superficial pueden verla como una hojita que se rompe, pero si observas bien, si lees, es una persona muy fuerte, también en su presencia. Con el silencio, ella se impone totalmente. Nosotras nos reímos mucho juntas, tiene un humor especial. Kang tiene 53 años, yo 52. A una edad, ya nos ha pasado de todo, ya sabemos que la vida a ninguna nos ha tratado muy bien, pero creo que hay que defender la sonrisa militante. Suave en las formas, contundente en el fondo. Para mí, Han Kang tiene un silencio militante. No siempre es fácil de leer.