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Fernanda Trías: «A las mujeres no se nos permite estar enfadadas»

FUGAS

La escritora Fernanda Trías.
La escritora Fernanda Trías. Fernanda Montoro

La rabia entra en erupción en «El monte de las furias», una novela sobre volver a conectar con la naturaleza para sanar la humanidad

07 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En la última casucha de un angosto camino que une la ciudad con la montaña vive la mujer protagonista de esta historia. Ella habita la cabaña y cumple con su encomienda: cuidar del cerro que la rodea. La cotidianidad de un trabajo como el suyo solo se rompe si hay voluntad para hacerlo y la protagonista, que desde pequeña desarrolló una pequeña obsesión por la palabra, empieza a escribir un diario. Y ahí comienza El monte de las furias (Random House).

Fernanda Trías (Montevideo, 1976) regresa así a las librerías con una novela donde la soledad es refugio; la ira, un volcán dormido; y la familia es esa niebla que cubre hasta el mejor paisaje en una mañana de invierno.

­—Hay pequeños pasajes, todos titulados «La montaña», que se intercalan entre los capítulos en los que habla la protagonista. ¿Por qué darle voz al monte?

—Porque quería que se sintiera que la montaña es la otra protagonista de la novela, junto con la mujer. Mi interés era darle la misma importancia que a la mirada femenina para salir de ese paradigma de jerarquía en el que el ser humano está por encima de la naturaleza.

­—En el libro conviven tres generaciones: una abuela unida al campo y a las plantas, una madre «enamorada del plástico» y una hija, la protagonista, que vuelve a conectar con el medio. ¿Cree que las nuevas generaciones volveremos a sentir ese vínculo con la tierra como antaño?

—Sí pienso que puede haber ese retorno a un vínculo más armonioso con la naturaleza. Ya hay mucha gente yéndose de la ciudad a vivir una vida más utópica en relación con la tierra, en el campo. Ese es el giro ecológico que está dando también mucha de la narrativa contemporánea y siento que la pandemia influyó mucho en estas ideas.

­—Precisamente esta novela comenzó a escribirla en septiembre del 2020.

—Yo me quedé en mi apartamento toda la cuarentena, pero mis únicas dos ventanas miraban hacia el cerro, el monte de Bogotá, que fue mi refugio mental. Y así está construida también la casa del libro: de espaldas a la ciudad y de cara a la montaña.

—La protagonista dice: «De chica te enseñan que hay que amar a la madre porque te dio la vida», sin embargo la madre de la novela es muy difícil de querer. ¿El amor hay que ganárselo?

—Justamente eso es lo que pienso. Y esa idea está presente también en Mugre rosa, mi novela anterior, donde la protagonista cuidaba de un niño enfermo que acaba queriéndola más a ella que a su propia madre biológica. Creo que la maternidad está muy atravesada por el cristianismo, que nos pinta a una madre santa a la que hay que respetar sin condición. Y la madre de El monte de las furias, la verdad, no hace mucho por ser amada.

—Menciona «Mugre rosa», pero también en su primer trabajo, «La azotea», retrataba a un padre violento y odioso.

—Siento que la violencia dentro de la familia es uno de esos temas que me ha acompañado desde el comienzo, que me obsesiona. ¿Cómo podemos lastimar a los que más queremos? O más bien: ¿cómo podemos decir que queremos a quienes violentamos tanto? Y sobre todo: ¿cómo podemos cortar esos vínculos?

—Hay un momento de la novela en el que se enumeran todos esos adjetivos que las mujeres usamos para no decir que sentimos ira: cansancio, mala suerte, dolor de espalda... ¿No sabemos enfadarnos?

—Es que no se nos permite. Se le permite al hombre. Es más, se asume que la ira en el hombre es parte de su virilidad, de su fuerza, mientras que una mujer con rabia inmediatamente es censurada, es vista como una lunática o una histérica. Y sin embargo, yo siento que las mujeres tienen muchísimas razones para estar iracundas. Es algo que he reflexionado mucho a partir de los movimientos feministas en América Latina y también en España. Veo a compañeras decir que tenemos rabia y me parece que está buenísimo. Dicen que la ira es una emoción destructiva, pero yo quería agarrar mi rabia y construir con ella una narrativa.

—Dice que ve a compañeras apropiarse también de este discurso. ¿Cree que existe una corriente de voces que escriben un poco desde este mismo lugar?

—Gabriela Wiener, Gabriela Cabezón Cámara, Mónica Ojea, Fernanda Ampuero... todas son poéticas muy rabiosas, con una fuerza muy volcánica en sus voces. Creo que unidas por la sensación de que son generaciones y generaciones detrás de nosotras que han sido silenciadas y que, de alguna manera, tenemos la responsabilidad de hablar más fuerte.