Rosa Montero presenta «Animales difíciles» en Galicia: «Me han dicho cosas que te justifican una vida»
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Los lectores se despiden de Bruna Husky, el personaje más querido de la escritora que cierra con su cuarta novela la serie futurista
14 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Uno de sus tatuajes dice: «El arte es una herida hecha luz». Es una cita de Georges Braque y un lema para Rosa Montero (Madrid, 1951). «Escribes para intentar darle al mal y al dolor un sentido que sabes que, en realidad, no tienen. Y ese sentido lo buscas a través de la belleza», cuenta. La escritora está de despedida. Le dice adiós a su Bruna Husky con Animales difíciles (Seix Barral), aunque no descarta volver a ella en algún cuento. De momento, «la dejo con un final muy armónico y luminoso. Morirá Bruna, como todos nosotros, pero fuera de escena», dice Montero, que ha estado en Santiago y A Coruña para presentar el título.
—¿Echa ya de menos a Bruna?
—Estoy afectada, llevo con ella prácticamente 18 años, como un tercio de una vida. Además, es el personaje más cercano a mí. Cuando empecé a escribir estos libros en el 2007 no sabía cuántos iban a ser. Quería construir un mundo propio con personajes estables que pudiera visitar. Pero, al empezar con este, comprendí que no iba a ser capaz de escribir otra novela de Bruna de esta envergadura. El enigma al que se enfrenta es el más vertiginoso de los cuatro porque resulta que es el único que es real. Es, con gran diferencia, la más épica de las cuatro.
—¿La asusta tanto la inteligencia artificial?
—Es muy fascinante. Nos ayuda mucho y vamos por ese embeleso entrando en ella como corderos, pero es tremendamente peligrosa. La superinteligencia puede llegar antes de 50 años y suponer nuestro exterminio, porque no la vamos a controlar. No es como en las malas películas de ciencia ficción, con un robot de hojalata malvado. Será un poder gigantesco, incomprensible a nosotros. No lo digo yo, que sería una tontería, sino Geoffrey Hinton, el último Nobel de Física.
—¿Es el final de Bruna?
—La identidad es uno de los grandes temas de mis novelas, pero nunca lo había tratado tan a fondo como en esta. Mi Bruna es humana, un clon humano. ¿Pinocho qué es? Madera. A la pobre le he puesto otra ordalía. En este libro le han cambiado el cuerpo, ya no es una tecnohumana de combate de dos metros, y tiene que adaptarse a los nuevos tiempos.
—¿Por qué se parecen tanto?
—Las novelas son como sueños que se sueñan con los ojos abiertos y nacen del inconsciente. Esta unión que siento con ella es fundamentalmente por su obsesión por la muerte. La inmensa mayoría de los seres humanos viven como si fueran eternos, salvo un puñado de neuróticos profundos como Woody Allen o Viggo Mortensen. En una entrevista, dijo que todos los días piensa en la muerte, así que es de mi club, como Cicerón. La magnífica y lamentable familia de los nerviosos, decía Proust. Me encanta pertenecer a ella.
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—¿Cuándo empezó esta obsesión?
—Desde pequeñita, con 8 o 9 años, pensaba en la muerte. Me decía: «Rosita, que tarde tan bonita, disfrútala. Enseguida pasará el tiempo». Me daban miedo las noches. He tenido crisis de pánico desde los 16 hasta los 30 años. No es para lamentarse mucho. Cuando estás muy llena de la conciencia de la muerte, lo estás de la conciencia de la vida. Yo pago ese precio, por la intensidad de la vida, y lo pago con gratitud, incluso. Cantaba John Lennon que la vida es eso que sucede mientras nos ocupamos de otra cosa. Yo me ocupo de la vida. Escribo para perderle el miedo a la muerte y he aprendido mucho. Le tenía mucho más miedo con 20 que ahora, que estoy mucho más cerca.
—Esquiva la manía de encerrar los libros dentro un género. ¿También el de la distopía?
—Estoy aburridísima de que digan que todos los libros futuristas son una distopía. Mis Brunas no son distópicas, no son mundos peores que este, al contrario. Cuando era joven, teníamos esperanza en el futuro, y ahora la humanidad le tiene miedo al futuro. Estamos en un momento oscuro. Pero ese futuro, lleno de peligros, está sin escribir. A ver si nos avivamos y nos ponemos las pilas.
—¿Qué escribirá ahora?
—Se me ha ocurrido una saga de tres libros, suceden en la actualidad. Tendré que terminarlos antes de publicar, porque se publicarán uno por año. No quiero verme pillada. ¿Y si a la mitad de la saga se me hunde? Ya se me han muerto dos novelas. Dejaron de tener sentido para mí.
—¿Siente el afecto de los lectores?
—Me siento increíblemente querida y bendecida por eso. Por los que me dijeron que comenzaron a leer con Temblor o Historia del rey transparente, y por la respuesta que siguen teniendo artefactos literarios como El peligro de estar cuerda o La ridícula idea de no volver a verte. Me han dicho cosas que te justifican una vida. Pero también me han bajado mucho la cresta. Como cuando en una feria del libro te dicen: «Tú y Fulanito de tal sois los mejores», y tú sabes que el tal fulanito es una mierda de escritor. No es que ese lector sea imbécil, sino que cuando leemos completamos el libro. Entonces, le están poniendo al libro de ese imbécil su veracidad. La mitad de todo eso que la gente ve en ti es de ellos. La otra mitad es mía, la reconozco.