
En uno de esos videoblogs sobre literatura que abundan en YouTube, un usuario recrimina al autor, un lector culto y formado, que hable de su propia experiencia de lectura, que utilice anécdotas personales para relacionarlas con los libros que comenta. El comentario es de una grosería casi violenta, como es siempre la mala educación. Uno imaginaría el mundo de los libros al margen de esa agresividad, pero las ganas de gresca son universales.
Más allá del agravio, he pensado en el fondo de lo que critica ese mastuerzo. Tiene todo el derecho del mundo a buscar comentarios que se centren en el análisis de la obra, que la desmenucen de una manera crítica y distante atendiendo a la forma y el fondo con una mirada profesional, aséptica, que hablen de estructuras gramaticales y de figuras retóricas y de corrientes estilísticas o qué sé yo, pero la lectura también es emoción.
David Pérez Vega, el profesor que recibió el improperio, hablaba de Vargas Llosa, como todo el mundo estos días. Cientos de páginas, horas de voces, minutos y minutos de imagen. Seguramente, el siglo XXI no nos va a dar escritores que ocupen de esa manera la esfera pública, que signifiquen algo para cada uno de nosotros. Muchos lo seguían al estilo Mazagatos, sin abrir sus páginas, pero para millones de personas en todo el mundo significa algo más, ese fogonazo, ese misterio, ese atrapamiento que sentiste una vez y se quedó para siempre en tu memoria.
Nada más personal que la lectura, aunque el autor sea universal. Tal vez lo universal sea la capacidad de inmortalizar el instante en que llegamos a ellos. En algunos pocos nos quedamos para siempre.
Yo me quedé en La casa verde. Mi ejemplar es de 1965, cedidos los derechos por Seix Barral a Círculo de Lectores. En esa fecha mis padres aún no recibían los libros en casa, así que lo habré comprado en una de aquellas ferias de segunda mano que visitaba con cuatro pesetas. No es su libro más conocido, probablemente tampoco el mejor, pero la adolescente que era se quedó engullida por sus palabras, tan carnívoras como la naturaleza de esos mundos que describe, desierto o selva, se cierran detrás de ti.