«Seismil»: Contarlo no siempre ayuda, casi nunca ayuda

FUGAS

Durante mucho tiempo, Laura C.Vela cargó ella sola con un enorme peso; luego lo supo todo el mundo y ya nadie volvió a tratarla igual

10 may 2025 . Actualizado a las 23:14 h.

En marzo del 2020, la escritora y editora Sabina Urraca se vio —como España entera y medio mundo— obligada a suspender toda actividad presencial, a pulsar el pause. El taller que por entonces impartía en una de las aulas de Fuentetaja —un piso antiguo y oscuro en el Barrio de las Letras de Madrid— quedó suspendido de manera indefinida a consecuencia de la pandemia del covid, pero ella se negó a renunciar al unicornio que pronto había distinguido entre sus alumnas, así que, bajo secreto de sumario, le propuso continuar con las clases, cada una en su casa e internet mediante. Su voz le había impactado tanto que no quiso resignarse a dejarla estar, a que también eso quedase confinado. Y la animó a seguir, a «darle a la verborrea sin miedo». Aunque cinco años después, Laura C. Vela (Madrid, 1993) sigue resultándole todo un misterio, ya en sus primeros textos vio que, tras ellos, había un «ser lleno de talento». De aquel encargo para ejercitar su narrar —escribir sucesos de la adolescencia de los que se acordase— salió Seismil, el nuevo asterisco de Niños Gratis, una cuidada colección de pequeñas joyas «para leer de una o dos sentadas», invita la tenaz editorial independiente.

De la amabilidad y delicadeza de esta cáscara que tienta al lector desde las mesas de novedades —ejemplares encuadernados en rústica, cosidos con hilo y con sobrecubierta desplegable— poco o nada queda cuando uno arranca su lectura, que sí, es una alhajita, y su autora, un prodigio, tal y como acertadamente chivan estos días prescriptoras literarias de cabecera en las redes sociales; sin embargo, pesa tanto —lacera— como el trauma que disecciona. La propia Urraca advierte en su prólogo que avanza sin llegar a conclusión alguna —ni siquiera lo pretende—, que se deshace de los grandes nudos dramáticos y que muestra el dolor y el desconcierto con la apariencia que en realidad tienen: como una cuerda normal, la de la vida, dando comba sin detenerse. Como mínimo, Vela es valiente. Lo es ya solo por atreverse a mirar, mucho más por amasar lo ocurrido, incluso por masticarlo, pero sobre todo por —defensivamente— negarse a digerirlo, por escupirlo. Seismil es el valor de tasación de su herida, el precio que le puso a su dolor la Justicia, la limosna que su violador le dejó por el daño causado y ya, de paso, por los servicios prestados —ella era una niña de 12 años y él un señor de más de 40—. Seismil es también una cumbre. Un reto, un desafío; aquí, el de poner en palabras.

Preguntas

¿Se ordenan las palabras si salen, si se extraen, si se vomitan? ¿Adquieren significado? ¿Tiene el orden y el sentido algún efecto, algún impacto terapéutico? ¿Sirve de algo expulsar, hablar? Respondiendo a esta dinámica deslavazada de la memoria —inestable, voluble, dúctil—, la narración se fragmenta a lo largo de 168 páginas saltando de reflexiones histéricas a correos electrónicos funcionales, de listas estrictas a párrafos mordaces, lucidísimos. Impera la elipsis, el atracón y luego el ayuno, se alternan el relato crudo y la composición más inflamable. Y el lector absorbe y absorbe, llenito de dudas. ¿Es esto una confesión sobre un abuso o un ejercicio de evocación? ¿Qué pasa cuando uno no actúa, cuando no hace nada, cuando no se mueve —no lo piensa, no lo cuenta, no lo denuncia— y es el entorno el que, por protocolo, pone todo el engranaje en marcha? ¿Qué sucede cuando se da por hecho que no hay otra opción posible? ¿Te descargan o te cargan los demás de vergüenza y culpa? ¿Es mejor asumir la tara o lidiar con ella? ¿Cómo se ama un cuerpo roto, tanto si es ajeno como si es propio? Si algo hace muy bien Seismil es abrir interrogantes, lo que, además de entretener, debería ser el fin último de la literatura: engrasar la masa gris. Las respuestas, ya a cargo de cada uno.

Respuestas

Sugestionado por esta estructura elástica, al antojo del humor del día, uno extrae de este volumen —y es esta una visión muy particular— al menos lo siguiente:

Que, como bien dice Vela, hay un enorme peligro en que las palabras se enquisten, forunculeen; que clavaditas como astillas se infecten y supuren; que, atascadas, obstruyan. Que la relación con el mundo está basada en un conjunto de malentendidos provocados por, precisamente, las palabras, por cómo se entienden, por cómo impactan. Por cómo las mareamos, cómo olvidamos unas y anclamos otras, por cómo las retorcemos y por cómo las exprimimos, tratando de extraer de ellas la ironía, el alcance, la gravedad; de resolver su intención.

Que, quizá, lo que somos —o parte de ello— es una secuela. Que, tal vez, no estemos siendo quienes tendríamos que ser, sino otros, en los que nos han convertido determinadas circunstancias. Que habitamos donde nos han hecho habitar. ¿Quiénes seríamos, si no? Y si lo superamos, ¿quiénes seremos?

Que nos resulta asombrosamente fácil hacer cosas que no queremos y extremadamente difícil decir, expresar, lo que sí queremos. Incluso, apunta Vela, saber qué es lo que queremos.

Y que contarlo suele desahogar, reconfortar, pero a la larga también pesar, añadir dolor —en forma de miradas de recelo, de pena—, enturbiar. Se insiste en la importancia de verbalizar, de sacar afuera, de localizar lo que duele y de señalarlo, sea lo que sea, de arrancar la espina y, en última instancia, de purgar el trauma, de confrontar al responsable, incluso de castigarlo. ¿Vale la pena? No siempre. Casi nunca.

«SEISMIL»

Laura c. vela

EDITORIAL Niños Gratis PÁGINAS 168 PRECIO 14