Yeniter Poleo, autora de «Las costuras invisibles», visita Galicia: «El odio a veces también es amor»
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La autora estuvo en Santiago el jueves, día 19, para encontrarse con los lectores de «Las costuras invisibles», brevísima pero contundente novela sobre la memoria y el olvido familiar
19 jun 2025 . Actualizado a las 22:13 h.Es enorme la decepción que se siente cuando un amigo no recuerda aquella anécdota que a nosotros se nos quedó grabada con tanta precisión. No está muy claro cómo funciona la memoria. Lo que es seguro es que nuestros recuerdos conforman quiénes somos... Y si los perdemos, dejamos de existir.
La escritora venezolana y colombiana Yeniter Poleo visitó el jueves 19 de junio la librería Lila de Lilith de Santiago (19.00 h en Rúa Travesa, 7) para hablar de «Las costuras invisibles», una novela que explora el impacto que tiene el olvido a través de una historia familiar tejida con los hilos del silencio. Una historia hilvanada con tino y que se va desenredando a medida que la nieta cuida durante un fin de semana de la abuela, cuyos recuerdos son cada vez más frágiles debido al alzhéimer. La obra, publicada originalmente en Colombia, llega a nuestro país reeditada de la mano de la editorial Tránsito.
—¿Por qué empezaste a escribir esta novela?
—El texto original lo envié a un concurso de novela corta de una universidad colombiana y logró un segundo puesto. Se publicó y allí se quedó hasta que un académico colombiano la leyó y empezó a trabajar con ella en sus talleres. En un viaje que él hizo a la Feria del Libro de Madrid la puso a rodar y llegó a manos de la editorial Tránsito. Y ¿por qué te cuento esto? Porque gracias a eso tuve la oportunidad de revisarlo, de corregirlo y también de reencontrarme con la historia.
—¿Qué ha cambiado en esta reedición?
—Digamos que el núcleo original de «Las costuras invisibles» era la imagen de la abuela como si estuviera vendada, pero no con vendajes físicos, sino con memorias. Como si estuviera en una camisa de fuerza, pero de recuerdos desagradables. Pero al reajustarla empezó a salir el tema de cómo nos relacionamos con alguien que forma parte de nuestro núcleo afectivo y que no sabe quién eres tú porque todo se le está olvidando. También quise ponerme en los zapatos de esa persona a la que se le va borrando el mundo y que llega un momento en que dice «¿quién soy yo?, ¿dónde estoy?, ¿qué es esto?».
—Es cierto que la protagonista tiene una mirada compasiva. Le van llegando malos recuerdos, pero los aparta para centrarse en cuidar a su abuela desde el amor.
—Es que las relaciones humanas están construidas de esa forma: el afecto a veces es desafecto y el odio también es amor. Claro, había momentos en que la protagonista tenía unos deseos incluso de venganza, pero después algo operaba en ella y se daba cuenta de que no era capaz de materializarla porque el afecto la atravesaba. Porque así como la abuela habrá hecho ciertas cosas que le dolieron o le causaron daño, igualmente hizo muchas otras que evidentemente nutrieron ese afecto. Por eso ¿qué es lo que nos mantiene unidos? No es un papel, no es un anillo. Son costuras invisibles, toda esta serie de emociones que circulan en tu entorno.
—En la novela, el olvido que va sufriendo la abuela es el gran motor de la trama. Se suele decir que los seres humanos tenemos tendencia a quedarnos siempre con lo malo. ¿Has aprendido algo sobre la memoria escribiendo esta novela?
—La memoria y el olvido son una contradicción muy interesante. El olvido es una acción humana que hacemos con una enorme facilidad. Con dejar simplemente de estimular o de recordar ciertas cosas, empiezan a ahorrarse de tu memoria. La memoria, por otro lado, requiere esfuerzo. Es un poco como la alimentación. No basta poner el alimento en la boca, hay que masticarlo, hay que triturarlo, hay que tragarlo, hay que digerirlo. Y a pesar de lo que dices, que siempre recordamos lo malo, también hay procesos psicológicos que nos hacen olvidar esos comportamientos dañinos. Se ve en personas que quieren tener una relación de pareja y siempre escogen al mismo tipo de persona, esa que les hace daño, que de pronto no está emocionalmente disponible. A mí me parece que en general todo el tema de la memoria no es tan blanco y negro.
—Esos patrones que a veces repetimos se transmiten, en ocasiones, de generación en generación. De hecho, el trauma familiar es un tema central de la novela. ¿Es algo que, sin querer, acabamos heredando?
—Una de las cosas que más me gustan de lo que ofrece la historia es la posibilidad de ver cómo criaron a las personas que nos criaron. Por ejemplo, las tres generaciones de la novela son mujeres trabajadoras, pero de formas diferentes porque cada generación fue abriéndole puertas a la siguiente. Desde la madrina de la abuela que solo sabía sumar y restar hasta la nieta, que es informática. Entonces claro, hay cosas que se legan. Mejor dicho: se lega todo. Pero cada generación tiene la oportunidad de transformar y de tomar nuevas decisiones sobre qué quiere transmitir a la otra.
—La protagonista, sin embargo, tiene muy claro que no quiere tener hijos «porque es imposible proteger cada segundo de su infancia».
—Históricamente el mandato ha sido crecer y multiplicarnos. Pero ¿por qué nos multiplicamos? ¿Estamos realmente en una posición psicológica, emocional y económica de hacernos responsables de otra vida humana? Me interesa reflexionar sobre por qué decidimos tener hijos, sobre la responsabilidad que conlleva y, sobre todo, sobre el cuestionamiento y el castigo al que somos sometidas las mujeres que hemos decidido no ser madres.
—Otro tema central de esta historia son los cuidados, del que cada vez se habla más. ¿Hay algo que está cambiando?
—Creo que es un tema que ha ido cobrando relevancia en los últimos tiempos porque las mujeres nos estamos cuestionando todo y los cuidados era justamente una tarea sumamente descuidada, dentro de todo el esfuerzo físico y psicológico y emocional que implica que es el asistir a alguien. En Las costuras invisibles la nieta ha logrado de alguna forma romper con ciertos parámetros patriarcales: no tiene pareja ni quiere, no va a reproducirse... hay ciertos valores tradicionales que ha roto y, por tanto, no sabe cómo comportarse para cuidar a una persona. Me gustaba esa posición porque sería la posición a la que se enfrentarían los hombres si reflexionaran mejor y más honestamente sobre el cuidado y sobre su responsabilidad en el bienestar de las personas más débiles de la familia.
—La narradora no tiene nombre y la Yaya tampoco. Sin embargo la madre y las tías sí. ¿Era una forma de hacernos ver que hay algo que nos hace conectar de forma más especial con nuestras abuelas?
—No fue una decisión consciente, pero creo que sí. Al final, la vida que tuvo que vivir la abuela tiene que ser sí o sí muy distinta a la de la nieta, pero la madre siempre es como una zona gris, ¿no? Creo que la relación entre abuelas y nietas es un territorio que está rodeado de romanticismo familiar. Y por eso a veces tú escuchas las reservas que tu madre pueda tener con su propia madre, pero para ti no son tan graves como las tuyas propias.
—En la novela se dice que todas las familias tienen trapos sucios. ¿Es escribir una buena forma de lavarlos?
—Pues yo creo que sí porque cuando tú escribes, exploras esa zona oscura. Si tratas de escribir desde la zona luminosa a veces lo que sale es algo muy panfletario. No hay conflicto, no hay duda, no hay miedo, no hay inquietud. Al escribir nos metemos en los afectos, en situaciones que nunca entendiste, preguntas que no hiciste... Todos esos procesos son zonas oscuras y a mí me parece que eso es lo que le da autenticidad al trabajo de ser escritora. Si no, pues es mejor trabajar directamente de publicista, en ese lado luminoso de la vida donde todos somos felices, todos sonreímos y donde todos tenemos lo que queremos y ya está.