De Murakami a Scott Fitzgerald o Cortázar, tenemos que hablar del jazz

FUGAS

La última obra del escritor japonés, homenaje a músicos que le emocionan desde adolescente, exalta la influencia que desde hace cien años tiene este género sobre la narrativa o el cómic

20 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Es realmente difícil entrar en el mundo de Julio Cortázar si uno no le mete el sentido del oído a Rayuela. Por las páginas de ese puzle de la narrativa universal se escucha jazz de los años 50 y 60 interpretado por las calles de París y de Buenos Aires. Pero también se percibe ese jazz por las de Tokio cuando quien pone la firma es Haruki Murakami. Hay saxos desatados, hay improvisación, hay miradas de complicidad desde el piano hasta el bajo, hay humo en todas esas obras. El jazz es un género que desde hace cien años agita transversalmente a algunos de los grandes creadores universales, de la narrativa al cómic, e incluso a la autobiografía: imposible leer la vida en primera persona de Malcolm X sin entender cómo se movía el Harlem de aquellos años, y cómo le marcó la música que salía de aquellos rebeldes negros.

 Pero volvamos a Murakami. El ritmo de algunas de sus novelas parece llevar el compás de la sesión nocturna de un club. Desde adolescente, músicos como Mel Tormé, Lester Young o Chet Baker han sido la banda sonora del japonés. Un disco del baterista Shelly Manne, My fair lady, fue su acompañamiento mañana, tarde y noche cuando comenzaba a aficionarse al jazz, antes de cumplir ese anhelo de tener su propio local en Tokio en el que poner estas composiciones sin descanso, entre whisky y whisky, y dar oportunidad a algunos músicos para que tocaran. La impronta que le fue dejando el jazz lo contó en De qué hablo cuando hablo de correr —en realidad, en esa obra lo que quería explicar era su afición al running, pero va improvisando en la escritura como una jam session—, y años después el magnetismo que siente por algunos compositores, cantantes, instrumentistas... lo ha expuesto muy bien en Retratos de jazz (Tusquets), su último trabajo. Son algo más de medio centenar de perfiles de figuras muy reconocidas del género, ilustradas por otro amante del género, su amigo Makoto Wada, con mejor o peor precisión, pero con un estilo muy claro y un color muy característico. Y se completa con una recomendación de álbum al final de cada personaje. Murakami no se ciñe a la biografía de cada uno, sino que explora en su memoria para recuperar qué significó para él, por ejemplo, la primera vez que escuchó la voz de Nat King Cole o a Charlie Parker. O cómo se acercó al jazz moderno con un concierto de Art Blakey en 1963. «Supongo que aquella noche —rememora— no llegué a entender apenas nada de la música que estaba escuchando, era de una complejidad extraordinaria para alguien como yo, que se limitaba a escuchar rock and roll».

Retratos de jazz es una selección muy personal (está Miles Davis, sí, pero no Coltrane), donde Murakami no esquiva las sombras de muchos de ellos (sus adicciones, principalmente), y que funciona como un manual estupendo para montar una larga escucha de una música hipnótica, siempre innovadora y difícilmente repetitiva. «No me resulta fácil escribir sobre jazz, se trata de algo demasiado íntimo», confiesa. Y es a la vez una larga lección para comprender cómo se mueve el mundo de Murakami, uno de los mejores escritores de los últimos 40 años.

Más atrás, el jazz penetró de lleno en otro gigante. Como sucede con Murakami, para entender mejor la forma de moverse en la escritura de Julio Cortázar hay que mirar al jazz. Rayuela (con su propia versión en disco, Jazzuela) es el caso más popular. Pero el más reconocible posiblemente sea El perseguidor, un cuento sobre la destrucción de Johnny Carter, trasunto sin duda de Charlie Parker, adicto, temeroso y talentoso a partes iguales. Una joya condensada en unas pocas páginas. El descenso al infierno de una figura del saxo, agujereada por la heroína y víctima de mil fantasmas y otros tantos oportunistas. Hay versión ilustrada por José Muñoz.

 Y aún más atrás que Cortázar, el jazz ya fue la inspiración de Francis Scott Fitzgerald para montar una de las grandes historias de la cultura norteamericana, la de El gran Gatsby. Aquí están los orígenes del jazz, intuyendo las big bands y los grandes directores de grupo, aquellos que fueron marcando los años veinte del siglo pasado.

Así que grandes relatos escritos en Japón, en Europa o en Estados Unidos atravesados por un género vivo que ha inspirado otras notables narraciones. Pero también ha dejado otros trabajos intermedios. Tres sugerencias finales. Una narrativa en la línea de los cuentos de Cortázar: Pero hermoso, de Geoff Dyer. Por aquí desfilan, con mayor o menor verosimilitud, Lester Young, Bud Powell, Charlie Mingus, Chet Baker, Ben Webster, Thelonius Monk y Art Pepper. Impagables. El título es su declaración.Y dos cómics: el álbum Hate jazz, de Horacio Altuna, con tres vidas cruzadas por la música y con un final de altísimo voltaje; y Jazz Maynard, la larga serie de Raule y Roger Ibáñez que mezcla clubes y noir, con una calidad extraordinaria. También hay humo, de cigarros y de pólvora.