Roberto Enríquez: «Más que la infidelidad, lo que duele es que todos lo sepan. Así lo mostró Valle-Inclán»

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Roberto Enríquez (en la imagen, en Madrid) visitará Galicia con la obra «Los cuernos de don Friolera», de Valle-Inclán.
Roberto Enríquez (en la imagen, en Madrid) visitará Galicia con la obra «Los cuernos de don Friolera», de Valle-Inclán. FERNANDO VILLAR | EFE

Los cuernos de don Friolera, que se representará en Vilanova de Arousa este martes, retrata a esos «hombres que asesinan a sus mujeres por defender su honor». El «duque de Castamar» recupera a su clásico preferido del siglo XX español

08 jul 2025 . Actualizado a las 17:30 h.

Hace ya unos cuantos años que este clásico vive con nosotros, de la mano de esos otros que interpreta en Hispania, la leyenda, La Señora, Vis a vis, El embarcadero, El desorden que dejas o La cocinera de Castamar. Roberto Enríquez (Fabero, León, 1968) tira al noroeste peninsular atraído por ese reducto atmosférico de fresco ante las olas de calor. También, y este verano aún más, por el marqués de Bradomín, o por trasunto real, Ramón María del Valle-Inclán. El martes, día 8, se engalanará de esa clase de humor que reduce a albondiguillas los aires sublimes Vilanova de Arousa para servir las tablas a la cuarta edición del Festival de Teatro Festivalle. Este año, en que se celebra el centenario de La cabeza del Bautista, con la proyección de un audiovisual inédito, el «duque de Castamar» pasará a ser Don Friolera, ese militar encañonado por su destino ante la supuesta infidelidad de su esposa que se mide a la presión de su reputación en Los cuernos de don Friolera. Este texto valleinclanesco de comienzos del siglo XX tiene algo que ver con este esperpento de mundo. ¿Hemos cambiamos en siglo y cuarto?

—¿Cuándo te vienes a la Vilanova de Valle-Inclán?

—El mismo día 8 en tren. Es la dinámica que se suele hacer en los bolos: viajas el mismo día, te levantas temprano, te instalas en el hotel unas horas antes, haces un ensayo para mirar posiciones, luces, la acústica, etc,. ¡y al ruedo!

—¿Primera vez en el Festivalle?

—Sí. Y, lamentablemente, la última vez que hice algo de Valle fue hace por lo menos 30 años. Hicimos Las comedias bárbaras, las tres, en el Centro Dramático Nacional. Desde entonces, no había vuelto a tocar a Valle-Inclán. Valle es el más actual, el más moderno.

—Es mi autor español preferido del siglo XX. Y de lejos. Queriendo muchísimo a Lorca, para mí Valle-Inclán es lo máximo. Tiene un mundo propio, una obra vastísima, diferente, con una inteligencia fuera de lo común. Yo soy un absoluto militante de Valle-Inclán, y un enfadado porque no se le represente. Valle-Inclán debería tener no un festival, sino un teatro en el que se representasen sus obras sin parar. Tiene obras para tener un teatro en funcionamiento continuo, y es un autor al que siempre se le han negado el pan y la sal, porque en vida fue igual... Y ahora que está muerto tampoco se le representa demasiado. 

—Quizá el humor que no se deja enfrascar de Valle es demasiado. Por eso quizá le censuraron durante la dictadura.

—Valle-Inclán estuvo censurado incluso antes, porque mezclaba el castellano y el gallego... Pero sinceramente no creo que fuera eso, creo que eso era una disculpa porque era de tal brillantez y genialidad. Era absolutamente vanguardista, un adelantado al que no supieron entender. Aún hoy en día sigue costando que se le entienda.

—¿Censurado por ser gallego?

—No, no por ser gallego, sino por ser un absoluto contestario que disparaba contra todo con la palabra. Contra el poder establecido; contra la Iglesia, contra los valores más conservadores, y contra el propio pueblo...

—De demagogia nada.

—... También al pueblo le daba mucha cera. Iba también contra los intelectuales. ¡No dejó títere con cabeza! Y en sus obras aprovechaba para hacer alguna crítica personal a otros autores. Por eso pienso que lo que, al final, no le perdonaban era que fuera tan contestario, tan irreverente y provocador. Que cantara las verdades.

—¿Qué avanzan «Los cuernos de don Friolera» del tórrido mundo de hoy?

—Todo. Valle habla de todos estos valores que están tan en solfa. Friolera es un teniente que no responde a ninguno de los valores de un  militar. Es un teniente que de repente se ve abocado a tener que lavar su honra porque le han venido diciendo que su mujer le es infiel. Él preferiría no saberlo, no meterse en problemas, pero, claro, se ha enterado todo el pueblo... Para mí, eso habla de cómo toda una sociedad aboca a un individuo a un destino para el que no ha nacido. Él no es un Otelo. Es un personaje más ridículo, más miedoso, y no lleno de todo ese ardor guerrero de Otelo, sino más humano. Valle-Inclán, en una suerte de caleidoscopio, cuenta tres versiones de la misma historia. Si me preguntas ¿qué cuenta de hoy en día? Solo hace falta abrir un periódico para darnos cuenta, para ver la cantidad de mujeres que son asesinadas porque los hombres se sienten vulnerados en su honor. Esto está de absolutísima vigencia. 

—¿Duele más la infidelidad o la factura que esta pasa a la honra, el infierno social?

—Lo segundo, totalmente. Estaba en aquella época de manera muy fuerte, pero hoy en día lo puedes extrapolar. El honor de un militar no puede quedar vulnerado, un militar no puede permitir que su mujer le ponga los cuernos. Es más importante que la infidelidad las consecuencias que tiene para un hombre así...

—«Tienes que convertir en albondiguillas el tasajo de esta bribona», leemos en el texto de la obra. Es dramático, y cómico.

—Sí, el texto tiene cosas muy graciosas, como eso de «le ardía el fogaril». Eso está en la primera parte.

—¿Es tan esperpéntica hoy la realidad como la escribió Valle?

—La realidad es puro esperpento. Encontrar ese punto es difícil. El esperpento se apoya en algo dramático. Piensa en Trump, en las decisiones que toma. Entre todas las barbaridades que estamos viendo, este señor tiene un comportamiento que no encaja con el cargo. Es como si a un payaso le dieran el puesto de presidente del Gobierno más importante del mundo. Valle-Inclán está en la vida de hoy, es real. 

—También hay esperpentos de andar por casa...

—Sí, hay un esperpento más doméstico. En Las comedias bárbaras hay un momento en que está Farruquiño, el hijo menor, que se dedica a ser fraile, y su hermano, Cara de Plata, está con una prostituta, la Pichona. Y mientras están a ello Cara de Plata y la Pichona, el otro está desenterrando un cadáver para meterlo en un caldero, para quitarle todos los huesos y meterlo en la Facultad de Medicina. Valle tiene estas cosas cotidianas. No solo son esperpento ideológico, sino que a veces la vida tiene ese punto de esperpento.

—Todos tenemos una parte oscura, por disimulada y oculta que esté, dice más de un psiquiatra. Eso también lo cuenta Valle... 

—Sí, una parte oscura y cutre. Es como si a una reina se le descosiera la falda y se le vieran unas bragas raídas y viejas. El esperpento lo humaniza todo, le quita solemnidad a cualquiera y lo pone a la altura de la humanidad.

¿Comparas «Los cuernos de don Friolera» con «Supervivientes»?

—¡No era Supervivientes!, era La isla de las tentaciones. Lo de Montoya, que se hizo viral en todo el mundo, no solo en España, finalmente habla de lo mismo que Los cuernos de don Friolera. Un tipo que La isla de las tentaciones y que asiste en vivo y en directo la primera noche a cómo su novia es conquistada por otro, y se rasga la camisa... Ahí el drama esperpéntico está servido. ¿Por qué? Porque si medio planeta no hubiera estado viéndolo, la reacción habría sido otra... La espada de Damocles que está sobre la cabeza de un hombre es ser poco hombre, un flojo, no tener la suficiente hombría. La que está sobre la cabeza de una mujer es ser una puta. A Montoya se la ponen sobre la cabeza: «Tu mujer te la está pegando», y ese esperpento da la vuelta al mundo.