
Unas empiezan, otras acaban, pero todas permanecen. Las amistades que llegan este verano a la literatura son intensas y están cargadas de un cariño al que muchos ya llaman amor
01 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Los que aprendimos gracias a Elena Ferrante que La amiga estupenda es esa que sobrevive al olvido estamos de enhorabuena. Este verano encontramos en los estantes de novedades un puñado de historias sobre esas amistades que perduran en el tiempo —aun cuando se acaban—, esas que dejan una huella imborrable o que llegan en el momento oportuno para salvarte la vida. Todas nos ayudan a responder la gran pregunta: ¿es tan diferente querer a una pareja y querer a un amigo?
Amigos para siempre... o no
La primera historia que conocemos es la de Celia y Marina, protagonistas de Amiga mía. En este debut literario, Raquel Congosto salda la cuenta pendiente que le dejó la ruptura de una gran amistad y escribe su historia real a través de estos dos alter ego. Poco a poco nos adentramos en una de esas amistades absorbentes, que de la noche a la mañana invaden tu vida y acaban por fusionar a dos individuos en una sola dupla.
Ese enamoramiento inicial lo retrató a la perfección Caroline O’Donoghue en el superventas del año pasado El factor Rachel. «En apenas un mes fui colonizada por James a nivel molecular, y mi personalidad fue moldeándose a partir de la suya», contaba aquella protagonista.
En ocasiones esa intensidad que te hace cubrir todos los huecos de tu horario con la otra persona acaba, como en el caso de Celia y Marina, implosionando en forma de discusión, ruptura y el posterior duelo. Sobre estas desavenencias escribió Hanif Kureishi —que estrena este verano A pedazos, otra novela con grandes dosis de amistad—: «Algunas discusiones pueden ser apasionadas y unirlos. Otras los dividirán. A veces, la propia amistad estará en juego. Las mejores amistades pueden terminar; a veces deben hacerlo».
De eso está ahora convencida Congosto, que decidió que la mejor manera de dejar volar la amistad perdida era la literatura.
Reencuentros como agua de mayo
Otro debut, esta vez de la gallega Lucía Solla, es Comerás flores —a la venta el 1 de septiembre—. En él, Marina se adentra en una relación tóxica y cargada de violencia sentimental con un hombre veinte años mayor que ella. Jaime, poco a poco, la va apartando de su mejor amiga, Diana, que ve marchitarse en la distancia a su compañera de piso, fiestas universitarias y confesiones.
«Yo la quería tanto que se me inflaba el pecho como una gaita», confiesa Marina que, pese a cambiar durante un tiempo la amistad por lo que parecía amor, se pregunta permanentemente: «¿Y Diana?», «¿Qué haría ella?», «¿Estará pensando en mí?». La omnipresente figura de su amiga nunca la abandona.
Ya en Los bloques naranjas, una novela altamente original por su estructura y temática —la amistad masculina—, reflexionó el joven madrileño Luis Díaz sobre esas amistades fénix, que parece que están muertas justo antes de resurgir de sus cenizas: «Volveremos a encontrarnos y me contarás todo lo que has hecho y ese reencuentro será como si nunca nos hubiésemos separado y como si todo lo que hiciste también lo hubiese hecho yo».
Amigos que son como una conversación latente, a la espera de que en cualquier momento la volvamos a retomar.
Tender la mano
Al igual que a Marina se asirá de Diana como salvavidas para salir de su relación, en Prohibido morir aquí, una novela de 1971 escrita por Elizabeth Taylor —no la actriz, sino la escritora británica—, encontramos a la jubilada señora Palfrey aferrándose a su nuevo y jovencísimo amigo Ludovic para paliar las penas de la soledad en la vejez. «No creo que quieras la compañía de una anciana», le espeta Palfrey a Ludo. «La edad de la gente no significa nada para mí», contesta él para tender un puente entre las décadas que los separan.
La divertida novela sobre los encuentros de estos dos es en realidad un retrato sobre las relaciones y la relevancia de prestarle atención a las cosas importantes. «A nuestra edad ya hemos dejado atrás la pasión. La amistad es lo único que dura», dice uno de los personajes que rodean a la señora Palfrey. Cuidarla ya es cosa nuestra.
Más que amigos
Sobre cuidar nuestros vínculos sabe mucho Joana D'Alesso, que en Pequeño tratado sobre la amistad plasma qué es lo que hace a sus amigas sus amigas. Cada capítulo se lo dedica a una de ellas: Flora, Gabriela, Gimena... y lo entremezcla con su pasión por las plantas. Por eso este libro es, en realidad, un herbario en el que Joana exhibe, con orgullo, su colección de flores —es decir, de amistades— y disecciona cada una de ellas. La brasileña escribe que tener amigos «es tal vez una de las formas más indescifrables y elevadas del amor. Nos elegimos cada vez, en cada charla, en cada caminata, sin compromisos y sin obligaciones».
En su relato trata a sus amigas con el cariño y la admiración con el que tratamos a nuestra pareja y «con todo el romanticismo que una amistad puede resistir». La línea es fina y muchos otros tampoco supieron trazarla con exactitud.
«Qué más da el sexo, nosotras claro que éramos una pareja», confiesa la protagonista de Amiga mía sobre la intensa relación que mantenía con su examiga y que, por momentos, parecía querer cruzar esa frontera entre amor y amistad. Una frontera también difusa para Hanif Kureishi, que nos regala una preciosa reflexión: «La risa es el sexo de la amistad».