Tamara Silva Bernaschina, la gran relevación literaria de Uruguay a los 25 años: «Los perros entienden todo, hay algo misterioso en su manera de vincularse»

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La autora uruguaya Tamara Silva, autora de «Desastres naturales» y «Larvas».
La autora uruguaya Tamara Silva, autora de «Desastres naturales» y «Larvas». Isabel Wagemann

Es una de las voces más singulares de la literatura latina actual. Autora de «Desastres naturales», en el libro «Larvas» da otra vuelta de tuerca a la visión de la vida en el campo en ocho cuentos en los que lo animal muerde lo fantástico

24 ago 2025 . Actualizado a las 20:35 h.

Lejos del suelo diario, de esa mecedora que es la rutina en la vida urbana, crecen estas Larvas, ocho cuentos de instinto animal y eco largo de la que podemos comprar como «la voz más novedosa de la literatura uruguaya actual». Mejor leer que explicar. Con 25 años, Tamara Silva Bernaschina (Minas-Uruguay, 2000) hace brillar con misterio y maneras propias la indefensión, la codicia y la fuerza de la naturaleza, el instinto y el sentimiento. A menudo el sentimiento con que se empieza uno de sus cuentos lleva otra larva de sentimiento, un hijo sentimental del primero.

De la vivencia del campo uruguayo, esta riada literaria que se detiene en cuentos y deja la idea de un no final. Como Pedro Páramo, que la autora dice que leyó «hace no mucho tiempo».

­—La visión del campo no es complaciente ni azucarada en estos relatos. ¿Hay una crítica consciente a la mirada ajena que idealiza la vida en el campo?

—Yo creo que no, al menos no consciente. Esa es una lectura posible, claro, sobre todo por esa gente que se va de la ciudad al campo y encuentra en él una cosa completamente distinta de la que esperaba encontrar. Pero también hay algo del campo en el campo, de esa mirada hacia dentro. La ciudad y el campo son espacios que tienen lógicas distintas.

­—En el campo, parece decir, las personas despiertan a descubrimientos terribles...

—Sí, pueden llegar a ser terribles, o al menos para esa gente que llega de fuera.

—El cuento «No acampar ni abordar» recuerda a uno de Cortázar. Revela la fuerza de lo natural frente a la persona.

—El cuento de la montaña es uno de mis favoritos, una historia casi de amor, a pesar de lo que va a pasar. Sí, hay eso de lo natural que se impone.

—¿Autora de realismo trágico?

—Me gusta mucho pensar en términos de lo fantástico. Estos textos lo que proponen en principio es un realismo, esa realidad que se narra pero hay una transmutación que hace que aparezca lo fantástico.

—¿Son relatos sobrenaturales o humanos, en el sentido más orgánico?

—Creo que son relatos sobre lo humano que pasan por ver otras maneras que hay de vivir esa humanidad. Por eso la cercanía con los animales, con el barro, con el agua...

—En el primer cuento, piojos. Pero no sabe uno si el relato habla de un infierno familiar, de una niña abducida o de un crimen que suele acontecer. ¿Es su intención que nos perdamos, dejarnos solos ya de entrada en el cuento?

—El primer relato abre esa posibilidad de interpretación no tan realista que comentábamos. Lo que te propone es eso: la niña abducida, aparecen las luces... Al final del cuento hay una apertura para que la mirada pueda ser un poco más amplia. Me parece que ese primer cuento va encaminado a establecer un pacto en esa dirección. El segundo también introduce ese tipo de elementos.

—«Arena, arena, arena», con esa yegua fantasma por protagonista, tiene una fuerza especial. Aunque en el libro dominan los perros y las perras, esa yegua tiene un gran valor simbólico. ¿Es perder el norte en la interpretación?

—Yo pensaba en la yegua, en cómo se podría comportar, pensando siempre en algo muy concreto. En que la yegua está ahí y vuelve. Cuando el libro estaba terminado, pensé que el texto podía tener esta interpretación o esta o esta..., pero lo que el texto, en principio, propone es «hay una yegua fantasma siguiendo a dos chicos en un pueblo».

«Eso me parece interesante: ver qué materia tendría eso que no vemos o que no vamos a ver nunca. Qué sonido haría una yegua que vuelve de la muerte...»

—Lo más inquietante en ese cuento es, a la vez, lo que da más alivio: a esa yegua fantasma la ven todos. ¿Es una manera de dar cuerpo a lo invisible, a eso que no vemos pero está?

—Sí. Eso me parece interesante: ver qué materia tendría eso que no vemos o que no vamos a ver nunca. Qué sonido haría una yegua que vuelve de la muerte. Hay algo interesante en esa búsqueda de una nueva materia y una nueva forma de representar lo que no está.

—¿Por qué tienen los perros esa presencia rotunda en «Larvas»?

—No recuerdo un momento de mi vida en que no haya tenido un perro cerca. Y hay algo en esa cercanía con los perros que me llena de curiosidad y de misterio. Hay algo misterioso en la forma que tienen los perros de vincularse entre ellos y con la gente, de entender. Entienden todo.

—Hay quien le ve parecido a sus cuentos con los de Mariana Enríquez.

—Mariana habita un territorio muy cercano de lo inusual, un cotidiano fragmentado, un cotidiano perturbador. No sé si veo el vínculo directo, pero soy muy lectora de Mariana y me parece fantástico lo que hace.

—¿Existe el libre albedrío o estamos maniatados por las circunstancias? Parece que hay un destino irreversible para los personajes de los cuentos de «Larvas».

—Es cierto que el libro está lleno de presagios y donde hay presagios está esa idea de destino. Está en varios cuentos. Parece que se proponga uno lo que se proponga, todo está ya direccionado.