Katya Adaui: «Es apasionante vivir en una ciudad con más librerías que McDonalds»

FUGAS

La escritora Katya Adaui ha publicado este ano en Páginas de Espuma «Un nombre para tu isla», un volumen de relatos en los que el verdadero paisaje son las personas.
La escritora Katya Adaui ha publicado este ano en Páginas de Espuma «Un nombre para tu isla», un volumen de relatos en los que el verdadero paisaje son las personas.

El lenguaje la persigue, ganó el Premio Nacional de Literatura de Perú con «Geografía de la oscuridad» y crece como las metáforas en la capital del cuento. Los suyos son islas raras, ajenas al turismo de masas

26 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Un niño está solo a la orilla del mar, en mitad de su isla, de esa isla a la que ha puesto nombre Katya Adaui (Lima, 1977). Es un niño que está solo, pero no se ha perdido. Tampoco se perderá en la cabeza de quien baje a la arena del cuento en el que ese niño excava. Adaui retrata con ese pequeño en la playa la soledad más sobrecogedora del mundo. Pero antes de llegar a ese agujero en Un nombre para tu isla tomaremos un vuelo con trampa y avistaremos entre amigas con pelo «despatarrado» el paisaje de la amistad. «Ese cuento del niño está en medio de todos porque enrarece el conjunto. Me di cuenta de que debía ir ahí porque se diferenciaba de los anteriores», comenta Adaui.

­—Todos los cuentos del libro tienen humor y tristeza, salvo ese. En el cuento del niño no hay grano de humor.

—Es un niño sin padre y es un padre sin hijo. Me gustaba que pudieran acercarse y que reconocieran uno la soledad del otro. Y adónde podían volver sino al mar. Para mí, ese cuento fue una sorpresa. ¿Acá también se aplaude cuando un niño se pierde?

­—¿Cómo si se aplaude?

—En Argentina, cuando un niño se pierde, la forma de llamar la atención son los aplausos. Se forman olas de aplausos. Pero esa señora que lo agarra en el cuento no es su madre, no lo salva, lo saca del lugar en el que el niño está. El niño no quiere, él quiere estar en su castillo, en su juego. El niño se ha hecho una casa de arena. Cuando un niño juega en la arena al lado del mar no significa que vaya a ahogarse. Quería hablar de eso, de que el mar al niño lo trata bien. A él son las escaleras a la ciudad lo que lo asustan. Él prefiere esa intemperie que la intemperie de su casa.

—El resto de los cuentos parecen cortados a cuchillo, la obra de una maestra de la elipsis. ¿La clave es saber qué omitir?

—Yo me entrego solo a que ocurra. No fuerzo un final. Si el cuento se calló, me callo.

­—«El arte de perder» es otro cuento especial, guiño a un gran poema de Bishop.

—Leí el poema cuando ya había perdido muchas cosas, a los 20-22 años. Todos los que leemos ese poema salimos conmovidos por una línea que dice nuestro nombre. Me mudé a Buenos Aires, y perdí a mis padres, perdí amores, llaves, relojes, muebles... Pero hay duelos bien hechos: cuando dejas ir, estás en paz con lo que has dejado ir.

—Y, a la vez, el duelo es un desastre...

—Sí. Pero la forma que tengo yo de recuperarlo todo es escribir. Escribir resucita muertos. Lo que nos da la escritura de reconstrucción es algo que me calma. Apenas pones una palabra en el papel, esa palabra es, existe; eso me parece poderosísimo.

—¿Relación carnal con el lenguaje?

—¡Estamos calatos los dos! Calatos es 'desnudos'. En Perú, no decimos «desnúdate», sino «calatéate». El lenguaje es juego. Una palabra puede ser mala y ser buena, depende del tono que le damos.

—¿Por qué la idea de la isla?

—Vivo frente a una isla en Lima, la isla San Lorenzo, una isla rara. Está abandonada, pero durante mucho tiempo se especuló con que los piratas habían enterrado tesoros allí. Luego la isla tuvo presos, los mataron y hubo plaga de ratas. Luego llevaron gatos y hubo plaga de gatos. Ahora no hay nada. Es como que no se puede hacer nada con ella, pero es rica en vida alrededor, con una población de lobos marinos. Vivir frente a esa isla algo te hace en el alma. Esa isla refleja lo que somos: ¿cómo hago habitable eso que soy?, ¿cómo uno mi isla a la isla de otro? Tiene que ver con esa cosa que la gente dice ahora: «Necesito mi espacio». ¿Pero cuál es, adónde te vas a ir si en todo lugar hay gente? El lugar que tenemos es el otro. Quien se orille conmigo es quien me confirma en el lado de la vida.

—«Una amiga dice que me gusta la mentira, por eso trabajo en cosmética», dice el primer cuento. ¿Mientes al escribir?

—Algo hay... Me pareció divertido hacer que la primera mujer de los cuentos no fuera confiable. Porque aún se espera de nosotras que lo seamos.

—Todos son seres en tránsito. ¿Fue el mudarte de Perú a Buenos Aires crucial en tu forma de vivir y de escribir?

—Me mudé a Buenos Aires con 41 años. Me ha cambiado mucho el paisaje: una ciudad con tantos escritores, tantas escritoras, con tantas librerías... En Buenos Aires donde vas el lenguaje te persigue. Es apasionante vivir en una ciudad que tiene más librerías que MacDonalds. Aunque ahora allí se vive con miedo, con hambre e injusticia, pero Perú está igual, lo que hay es maquillaje de pobreza. Se pintaron las calles para la visita del papa y ya... Se pinta Lima por fuera, pero por dentro no se hace nada.