Cándido Gálvez, cantante y guitarrista de Viva Belgrado: «Componer es tedioso y neurótico»

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Cándido Gálvez, segundo por la izquierda, con el resto de la banda
Cándido Gálvez, segundo por la izquierda, con el resto de la banda coruña

En puertas de grabar su nuevo disco, con un pie en el post-rock y otro en el indie alternativo, la tan fascinante como inquietante banda cordobesa actúa el sábado en el Our Fest, en Ourense

27 sep 2025 . Actualizado a las 12:43 h.

No son Viva Belgrado de los que se lo ponen fácil a su público, pero si entras en su juego, caes subyugado. Basculan, sin que se atisbe un criterio que a priori lo determine, entre el post-rock y el indie, con acercamientos al posthardcore y al progresivo. Más que suficiente para ahuyentar a unos y fascinar a otros. Coquetearon con el pop en su penúltimo disco, Bellavista, pero en Cancionero de los cielos han retornado al lado áspero y oscuro. «Al final hacemos lo que nos late y lo que el instinto nos va diciendo. No tengo una explicación lógica para decir por qué volvimos un poco hacia atrás», comenta su cantante y guitarrista Cándido Gálvez.

—Yo sostengo que vosotros, si de verdad quisierais, seríais capaces de acercaros más al «mainstream» del indie.

—Puede ser. De hecho, en Más triste que Shinji Ikari y Un tragaluz, que son nuestras canciones más escuchadas en Spotify, jugamos un poco a eso, a mantener la esencia de Viva Belgrado, pero, al tiempo, a intentar hacerlas lo más accesibles que somos capaces. Y ha funcionado esa línea. Así que ahora estamos un poco en esa búsqueda de no renunciar a la esencia punk, a lo poético, a lo progresivo y a lo experimental, pero intentar hacer que nuestras canciones puedan llegar a más públicos o puedan ser entendidas por más gente.

—Una crítica de «Cancionero de los cielos» dijo que es un disco «poético, político y un poco espiritual». ¿Qué porcentaje le darías a cada uno de esos adjetivos?

—Iba a decir un 33,3 % a cada uno, pero seguramente espiritual es lo que menos tiene. Creo que tiene más de poético y de político. No sé..., un 40-40-20 o algo así.

—En el disco hay canciones muy ruidosas y con mucha distorsión y, de repente, aparecen otras como «Ranchera de la Mina» o «Helena observando la Osa Mayor», que son como bálsamos, como muy minimalistas. ¿Es Jekyll y Hyde?

—Totalmente. Yo es que pertenezco a esa generación de personas que seguimos escuchando los discos enteros. Valoro mucho el orden del tracklist. Ponerte el disco y que sea un viaje, que haya una especie de narrativa. Entonces, cuando construimos una canción, la construimos pensando ya en el rol que puede tener en la globalidad de un álbum. Y luego, cuando vamos ordenando las piezas que tenemos, vemos lo que falta y componemos en esa dirección. Lo mismo puede ser un interludio, tipo Ranchera de la Mina, una balada o un tema más cañero. Creo que por eso somos una banda a la que le cuesta sacar singles. Nos cuesta desconectar una canción del resto del álbum.

—En «Gemini», un trallazo de dos minutos que es a la vez una autoconfesión en toda regla, dices que «tu mejor enemigo es tu reflejo». ¿Lo sientes así?

—Totalmente. El proceso de componer es muy guay cuando lo has terminado, miras hacia atrás y ves lo que has hecho, pero mientras tanto a mí me parece absolutamente tedioso porque es una lucha permanente contra ti mismo y contra tus inseguridades. Es una neurosis constante terrible.

—¿Has llegado en algún momento a odiar la música?, como dices en «Saturno».

—Constantemente. Un día la música te salva y no puedes alegrarte más de haberte cruzado con ella en la vida, y otro día la detestas y no puedes odiar más el día en el que decidiste comprarte una guitarra. Pero yo creo que eso le pasa a todo el mundo

—En el 2024 hicisteis 55 conciertos y aun así decís que no sois capaces de vivir de la música. 

-Así es. En España, a día de hoy, para que un músico tenga derecho a paro tiene que hacer al año 60 conciertos cotizados. Eso para un músico que se mueva en la escena del indie rock más underground es prácticamente imposible porque muchos conciertos no se cotizan. Nosotros hicimos 55, lo cual es algo muy extraño dentro de nuestro circuito. Yo reto a cualquier persona a que busque los conciertos que dan Vetusta Morla, Viva Suecia o Arde Bogotá y seguro que que no se acercan a los 55.

—¿Y por qué no sois capaces de vivir de la música?

—Buena pregunta. Si lo supiéramos... Por un lado hacemos un género que no es el más popular, es un poco desafiante. Y por otro, creo que la industria de la música a nivel español tiene mucho todavía que aprender de los países del centro y norte de Europa, en los que la figura del músico está más respetada, tanto a nivel legal como a nivel cultural.

—En «Cristo de los faroles» hablas de «el rey de la nada». ¿Te has sentido así alguna vez?

—Subirse al escenario es un poco eso, ¿no? Gorka Urbizu, de Berri Txarrak, lo llama el dios ateo. Ves todo el humo y todas las luces, pero tú te subes allí y sabes que no hay nada detrás de esas luces.

—Otra cita de «Gemini», ¿las drogas ya no te sientan bien?

—No, para nada. Creo que a muchas personas, cuando las descubrimos siendo más jóvenes, nos abrieron una serie de puertas que no sabíamos que existían. Para mí..., no quiero exagerarlo, pero creo que fueron una parte importante en mi formación. Pero a partir de los 30 es ya como ver una película que has visto tres veces, ya te sabes el final y no te apetece volver a verla. Así que creo que está bien saber que existen, pero me aburrieron rápidamente.

—¿Te ves sobre el escenario a los 60?

—Quiero pensar que sí. Quizá no de la misma forma. No creo que a los 60 me apetezca girar de forma tan intensiva como lo hacemos ahora. De hecho, ya nos pasa que las giras que hacíamos hace diez años, ahora ya no nos apetece hacerlas. Tocamos de forma más selectiva y con un espectáculo más cuidado.

—También lo dices en una canción: ¿La furgoneta te agobia?

—Sí, me agobia, pero tengo una relación muy sana con ella. La gente siempre describe la furgoneta como una de las partes más tediosas de la gira, pero, no sé si es porque nosotros, viviendo en Córdoba, estamos acostumbrados a hacer muchísimos kilómetros, a mí se me hace un rato muy productivo. Leo muchísimo en la furgoneta, mucho más de lo que luego soy capaz de leer en casa, escucho mucha música y también soy una persona que tiene muchísima facilidad para dormir en ella.

—¿Tenéis cabida en los festivales u os cuesta entrar?

—Hemos tocado en muchos de los grandes festivales: Primavera Sound, Download, Mad Cool, Resurrection..., pero nos cuesta repetir. Siempre tenemos la sensación de que esto de tocar muchos géneros nos puede abrir puertas pero al mismo tiempo nos las cierra todas. Somos demasiado estridentes para la gente del indie, pero para la gente del metal y del punk somos demasiado poéticos o demasiado intelectualoides.

—¿Cómo es un concierto de Viva Belgrado, qué vamos a ver en Ourense?

—Es un concierto muy físico. Sudamos mucho. Hay mucha visceralidad. Intentamos tocar mucho y hablar muy poco. De hecho, no hablamos prácticamente nada. No se nos da muy bien el tema ese de ser una oferta de entretenimiento [se ríe]. Subimos al escenario, nos ponemos en semicírculo y digamos que hacemos algo así como una hora de meditación musical entre los cuatro. Aunque suene un poco hippie. Y lo hacemos sin trampa ni cartón. No llevamos samples, no llevamos metrónomo, no llevamos ni siquiera in-ears... Una banda de rock, pura y dura.