Una historia romántica de Scurati

La Voz

FUGAS

03 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En el libro que estoy leyendo, un hombre se cita con otro hombre en el baptisterio de una catedral, una parte antigua y profunda conectada con los subterráneos acuosos de la ciudad o quizás solo a un manantial que provee la pila bautismal. Hay nichos y serpientes dibujadas en la piedra y la incertidumbre de una cita después de décadas de silencio. Ambos hicieron juntos la revolución y de eso hablan, con las perspectivas enfrentadas. Uno dejó atrás las barricadas y es un hombre «de bien» acomodado a la vieja política que cambia de bando y de idea según convenga, sobre todo al bolsillo. El otro, adicto a la misma idea de revolución en la que ya no cree, le explica que «unos chiquillos soñaron con un mundo mejor y empezaron a imaginarlo, creyendo que por ser capaces de imaginarlo y de necesitarlo, tenían un derecho inalienable a conseguirlo. Y cuando aquellos chiquillos levantaron la primera barricada, dispararon el primer tiro por aquel mundo imaginario, todo lo que no era imaginario pasó a ser nada. La violencia los expulsó de la realidad. Esta conversación, que va mucho más allá de este párrafo, me pareció un momento culmen de la novela, quizás porque es extrapolable a cualquier movimiento capaz de usar el terror, ya sea desde una organización o desde un Estado, la única realidad en la que viven es la que sueñan, «creadores de sí mismos», convertidos, por qué no, en ángeles exterminadores.

Una historia repetida, como las de amor. La novela se titula Una historia romántica. En los momentos menos adecuados siempre hay alguien enamorándose. Los protagonistas, uno de los hombres y la futura esposa del otro, se besaban en medio de las refriegas de los milaneses contra los austríacos en las jornadas de 1848 cuando Francisco Hayez los vio y se inspiró para su famosa obra, El beso. Una vez la contemplé en el Museo de Brera, es de esos cuadros que no olvidas. Entiendo que Scurati fantasease con la historia de los amantes que inflamaron al pintor, que también inmortalizó, con cuerpo de mujer, a Italia.

El amor y la patria, dos cuestiones tan absolutas como incomprensibles, hacen creer a los hombres que ellos existen solo porque les pertenecen.