Joël Dicker juega a ser Roald Dahl

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María Pedreda

¿Un libro para todas las edades o una estrategia de marketing para ganarse a los lectores del futuro? Análisis en familia de «La muy catastrófica visita al zoo», la última novela del suizo

03 oct 2025 . Actualizado a las 16:42 h.

La sabiduría popular no falla. El que mucho abarca... poco aprieta. Eso es precisamente lo que le ha pasado a Joël Dicker (Ginebra, 1985) con su última novela. Salió a la venta en abril y ocupó la primera fila en librerías y ferias veraniegas con una llamativa faja roja que aseguraba que era una historia para todas las edades. «De 7 a 100 años». ¿En serio? Ya será menos. Dejémoslo en un libro para leer en familia. Una historia sin crímenes para que sus seguidores puedan compartir con sus hijos, porque la trama se queda un poco coja para los que siguen teniendo que traducir los cursos de la ESO a sus equivalentes en EGB y BUP. Pero recogiendo el guante del autor, en vez de opinar sobre el libro el adulto de siempre, en esta ocasión, también tendrá voz la siguiente generación, las dos hijas, para poder descubrir qué ha hecho bien ese bestseller que parece ya estar buscando sus lectores del futuro.

Pocos alicientes

Que un adulto disfrute plenamente de un libro pensado para niños no es una tarea sencilla. En el primer capítulo, Josephine, la protagonista de La muy catastrófica visita al zoo, aprende el significado de la expresión perfil bajo. Para la mayor parte de su público habitual esta novela familiar se quedará ahí. Tras dejar el listón muy alto con Un animal salvaje, que esta misma semana se ha confirmado que se convertirá en serie, esta no es más que una historia descafeinada. Políticamente correcta y sin picardía. Puede sacar alguna sonrisa, sorprender en algunos momentos, pero no deja poso. Simplona, naíf y, como mucho, resultona. Se lee en dos días y se tarda prácticamente lo mismo en olvidarla. Lo mejor son esas dos páginas finales en las que el autor explica por qué ha querido hacer un libro que tanto pueda leer un niño de 10 años como su abuelo. Un 4 raspado de nota, y gracias.

Tanto rollo con el zoo...

Era su primer libro de mayores. Lo cogió con ganas y le acompañó buena parte del viaje de verano. N., de 9 años y no especialmente aficionada a la lectura, tenía algunos problemas con el lenguaje, porque había muchas expresiones y palabras que no entendía. Preguntaba con frecuencia y en ocasiones incluso perdía un poco el hilo. Pero resistía y cada noche leía uno o dos capítulos. Que se terminase el libro fue la primera gran sorpresa, sobre todo, porque no le acababa de convencer que ese tal Joël Dicker se pasase páginas y páginas avanzando una catástrofe en el zoo y no soltase prenda. Tanto cebo hizo el efecto contrario al previsto. «No era para tanto», dijo después de leer el tan anunciado desenlace. Sin embargo, cuando tuvo que ponerle nota, sin dudarlo mucho, le dio un 8. Santa Plas, el encuentro con los gorilas y un par de desnudos ayudaron a elevar la calificación final.

Demasiado directo

S., de 12 años y lectora empedernida, fue la tercera de la familia en visitar el zoo. Ella, que había leído los grandes clásicos de Roald Dahl, encontró alguna similitud en el estilo y en algunos giros humorísticos. Le gustó que el autor supiese adaptar el relato a la voz de una niña y, aunque coincide con su hermana en que la visita al zoo no es tan catastrófica, disfrutó los momentos en que los niños trataban de investigar qué había ocurrido para que su colegio se inundase. Los enigmas que surgían según avanzaba la historia, y las persecuciones con esa abuela adicta a las series de detectives que no para de fumar, fueron otros de sus momentos favoritos. Aunque le hubiesen gustado más descripciones, más detalles y contexto para entrar de lleno en la trama, también fue generosa con la nota y le puso un 8,5.

Conclusión del experimento: un suspenso y dos notables. Pero el libro de Joël Dicker ha logrado su principal misión. Leer y compartir. Colocar la literatura en el centro de la conversación en un mundo habitado por generaciones cada vez más aisladas. Más lectura y menos pantallas. Su granito de arena para ese futuro rodeado por montañas de libros con el que soñaba Matilda y otros personajes de Roald Dahl. Y si entre ellos se cuela Harry Quebert, él se garantiza una mejor pensión.